Cinéfagos

Diamante salvaje, de Agathe Riedinger

“Solo la gente linda tiene éxito”

Oswaldo Osorio

Siempre se ha dicho que la belleza conquista al mundo, y muchas veces lo hace, aunque suele pagar un precio por ello. Liane, la protagonista de esta película, está dispuesta a pagarlo, pero en estos tiempos de realities shows y redes sociales puede que el costo sea más alto, porque a través de ellos la sociedad de masas ha llegado a un grado de banalización, superficialidad y materialismo que roza con el embrutecimiento general y que puede destrozar y desechar a cualquiera sin que siquiera alcance sus quince minutos de fama.

Esta ópera prima de la francesa Agathe Riedinger es una extensión de su cortometraje J'attends Jupiter (2017) y tal vez por eso, por momentos, el relato parece alargar ciertos recorridos y tiempo muertos. Aunque eso es un problema menor al lado de la potente pieza que finalmente resulta ser esta película, en la que la actriz Malou Khebizi siempre está frente a la cámara interpretando a Liane, quien vive obsesionada por explotar esa juventud y belleza de las que es consciente. “Solo la gente linda tiene éxito”, dice, y luego complementa su filosofía de vida afirmando que con ello te admiran, tienes poder y consecuentemente dinero.

La marginalidad, la falta de educación y de una estructura familiar sólida que guie a los niños y jóvenes suelen ser las condiciones medioambientales para que cale esta forma de pensar, pero justamente esa es la realidad de Liane. Sus oportunidades son limitadas y tampoco quiere terminar como sus amigas, es decir, como madre adolescente, cajera o manicurista. Lo suyo es la grandeza y por eso las desdeña. Pero confunde fama con grandeza. Y fama pueden ser los cincuenta mil seguidores que tiene en las redes sociales, no importa que muchos la traten solo como ese objeto brillante que ella ha creado con su imagen, o incluso que la degraden con su vulgaridad.    

Lo mejor logrado de Diamante salvaje (Diamant Brut, 2024) es que su directora sabe avanzar sobre la cuerda floja de un tratamiento del personaje y su situación que no toque los extremos del estereotipo o los juicios fáciles, pero aun así resulta crítica con esta realidad. Para ello empieza por construir a su protagonista con matices y profundidad. Es cierto que su filosofía de vida está en el límite de la ignorancia y la ingenuidad, pero también hay un honesto propósito de ser mejor persona, incluso de servir como modelo para los demás (empezando por su hermana), aunque sea adoptando endebles lemas, como de programa de autoayuda, diciendo que “le dará fe a la gente”. De igual forma, Riedinger evita caer en lo escabroso o miserias innecesarias en medio de ese código realista que elige para su relato, aunque llega a tocar esos linderos en las escenas con la madre o cuando Liane se cruza con unos hombres mayores.   

La ambigua actitud que el espectador puede tener con esta historia es un indicio de la complejidad de su planteamiento, pues, de un lado, repele esa mentalidad de Liane y los fútiles mecanismos sociales que le dieron forma, y del otro, empatizamos con su vulnerabilidad, al punto de sufrir cada que hay riesgo de algo nefasto como la prostitución, la violación o el engaño de cazatalentos. Así que mientras negamos con la cabeza sus superfluos discursos y su ciega adoración a una fama sin esfuerzo, con la mirada la cuidamos para que nada le vaya a pasar. Y eso no está muy lejos de lo que nos ocurre con muchos jóvenes que conocemos, porque a Liane la hemos visto en el mundo real, o más bien, en esa otra ficción que son las redes sociales, y ahí no importa si es Francia o Colombia.    

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Morichales, de Chris Gude

Vidas de oropel

Oswaldo Osorio

Las personas que viven en función de perseguir la riqueza suelen empobrecerse en su humanidad. Los buscadores de oro podrían verse como el arquetipo de los que persiguen tesoros. No obstante, en el contexto del tercer mundo, se da la paradoja, debido a su sistema de explotación, de que esos buscadores son los que menos réditos obtienen, quedándose, casi siempre, sin riqueza ni humanidad.

Esta es una película colombiana (producida por Moutokino), dirigida por un estadounidense y rodada en la Guyana venezolana. Rara mezcla, pero así son las películas de Chris Gude, que con esta película completa la trilogía sobre el tráfico ilegal de ciertas mercancías, que inicia con el microtráfico en Medellín en Mambo Cool (2013), luego con el de la gasolina y el whisky en Mariana (2017) y ahora con el oro y su explotación ilegal y sin control. El de Chris Gude es un cine de frontera, en sus temas y narrativas, pues suele ubicarse en universos liminales o difusos en sus reglas, así como en el juego entre la ficción y el documental, entre el performance, el ensayo y el experimental.   

En esa urgencia que tenemos los críticos de clasificar y nombrar, Morichales (2025), por su recursividad retórica y visual, sería más preciso definirlo como un ensayo fílmico, porque hay ficción, con ese hipotético explorador que describe y guía la explotación del oro, que se encuentra bajo las palmeras de moriche; así como documenta el proceso y el contexto de su comercialización; además, apela a ilustraciones que enriquecen y comentan el relato, incluso lo llevan a una abstracción, en especial cuando se asocia con la sugerente música; y todo esto a partir de una voz en off, que no solo está narrando el funcionamiento de este universo, sino que lo hace desde una poética propia y lo cuestiona con preguntas que van más allá de sus circunstancias y trascienden hacia la misma condición humana.  

Si bien la explotación del oro es el tema central, el territorio es la preocupación de fondo. No solo porque “nada se retorna a la tierra”, sino porque el relato y la cámara (con su bella textura en 16mm.) lo recorren con meticulosidad y recelo, tratando de entender sus dinámicas sociales y medio ambientales, testimoniando cómo ese territorio es lacerado por la presión del agua de las mangueras, reconfigurando su geografía: desapareciendo bosques, desviando ríos y creando grandes extensiones de lodazales. Los hombres solo piensan en ese esquivo y escaso polvo producto de una explosión estelar. Por eso vive al día, recibiendo las migajas de los dueños de los medios de producción, quienes, a su vez, reciben lo mismo del mercado internacional.

Ahí es donde se pierde la humanidad, cuando el hombre solo se preocupa de sí mismo y de la vacua ganancia del día, olvidándose de la sociedad, al menos de una mejor, así como de la naturaleza, esa que le está dando todo, por poco que para él signifique. Por eso el relato cuestiona esas prácticas extractivas que ponen en entredicho la racionalidad de las personas en su relación con la tierra.

Así que lo que propone Chris Gude es una reflexión en clave ambiental, ficcional y poética sobre un territorio, tan rico en recursos como en problemas y contradicciones. Todo esto en función de una experiencia visual, sonora e inmersiva en una tierra herida, en su exuberancia, su color local y las pulsiones extractivistas del ser humano.   

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Un completo desconocido, de James Mangold

No apta para fans (crítica y playlist)

Oswaldo Osorio

La recepción de los biopics sobre músicos puede estar dividida en dos grandes grupos: quienes poco o nada conocen de ellos y quienes son fanáticos o expertos. Para los primeros, casi cualquier película realizada decentemente, por lo general, resulta informativa, entretenida y hasta reveladora; mientras que los segundos quisieran ver o conocer algo más de lo que ya mucho saben, algo así como un punto de vista diferente o que logre desentrañar el misterio de su arte y, con eso, contribuir a ampliar o profundizar ese gusto ya adquirido.

En este caso, me tocó pertenecer al segundo grupo, al punto de, como anticipación a este estreno, repetirme un par de documentales sobre Bob Dylan y repasar una buena tanda de sus casi cincuenta álbumes. Por eso, ver esta película, que se ocupa de los años más conocidos del músico, de esos años definitivos en que contribuyó a cambiar la música, fue como dar un paseo por el vecindario de siempre con la esperanza de, eventualmente, ver al menos asomarse por alguna ventana a alguien nuevo. Casi nadie se asomó.

La película empieza con la visita a su ídolo Woody Guthrie y termina con la histórica “electrificación” de su música en el Festival de Newport, es decir, sin duda los dos momentos más conocidos de la vida de Dylan (no cuenta el Nobel de literatura, porque ni fue). En medio está su relación con dos mujeres, entre ellas Joan Baez, y su llegada al estrellato. Entonces, como materia prima argumental es, para el conocedor, harto obvia y tal vez tediosa, pero para el no iniciado, resulta ser la historia de éxito que probablemente también siempre ha visto con otros músicos. No obstante, el arte y la personalidad de Bob Dylan son tan fuertes, así como los relatos de triunfo tan infalibles, que termina siendo una película entretenida, para cualquiera de los dos tipos de espectadores, porque en ella todo está concebido con inteligencia y equilibrio.

El buen oficio de James Mangold hizo esto posible, porque es un director que en sus inicios parecía un prometedor autor del cine estadounidense, con cintas como Heavy (1995) y Copland (1997), pero que luego terminó dirigiendo los productos más disímiles, desde comedias románticas y westerns hasta películas sobre carros de carreras. Aunque realizó también Walk the Line (2005), el celebrado biopic sobre Johnny Cash, el cual seguramente contribuyó a que este nuevo proyecto musical fuera tan bien concebido y recibido.

La prueba de que se trata de una película calculada para el gran público y no tanto un relato auténticamente interesado por elaborar un retrato del músico que no fuera obvio y reiterado, es que su columna vertebral es la relación con las dos mujeres, lo cual le da emoción a la historia e intensidad dramática, pero a costa de excluir asuntos más significativos de este hombre como artista, así como el gran impacto que tuvo en su tiempo y la lectura que sus letras hicieron de la sociedad de entonces.

De manera que esta película es como la versión telenovelada y glamurosa de un circunspecto hombre que poco tuvo de galán y que fue uno de los principales puntales de la contra cultura en Estados Unidos. Que Timothée Chalamet, la estrella de cine y de las alfombras rojas del momento, lo haya encarnado, sustenta tal aseveración, aunque es necesario reconocer el convincente trabajo que hizo, ya sea proyectando la figura del artista como interpretando su música, tanto con su voz como con los instrumentos.

Así que, para el espectador que no es cercano al viejo Bob Dylan, tiene en esta película su versión más joven y exitosa, entonces seguramente  se la pasará de maravilla viéndola y, por qué no, aquel gane un nuevo y ferviente seguidor; si es un cultor entregado, tal vez lo mejor sea revisitar I'm Not There (Todd Haynes, 2007), esa atípica y sorprendente película en que se cuenta la historia de vida del músico (más completa, compleja y poética) utilizando a seis actores distintos (Cate Blanchett incluida); o también volver a escuchar sus mejores canciones… que no las buenas de siempre, sino otras como: I Want You, One More Cup of Coffee, Make You Feel My Love, Man Gave Names to All the Animals, Lay Lady Lay, Not Dark Yet, The Killed Him, Love Sick…

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La semilla del fruto sagrado, de Mohammad Rasoulof

Así en la casa como en el país

Oswaldo Osorio

El cine iraní parece que solo lo hicieran expresidiarios. O al menos el que llega a nuestras carteleras, que suele ser el premiado y apoyado internacionalmente (léase Europa), casi siempre porque sus películas denuncian las injusticias y la represión del régimen. Así como Jafar Panahi, Ali Asgari y tantos otros, Rasoulof fue condenado a prisión por hacer películas que no hablan bien del estado de cosas en Irán. Pero con este nuevo título no escarmentó (como ninguno lo hace, afortunadamente) y repitió la dosis de denuncia y crítica, esta vez por la forma como son tratadas las mujeres en su país.

Un juez al servicio del Estado pierde su pistola de dotación y sospecha que alguna de sus dos hijas, o hasta su esposa, la tomaron para perjudicarlo. Esto sucede al mismo tiempo que en Teherán se presentan manifestaciones donde las mujeres, a pesar de las violentas represiones y múltiples encarcelamientos, protestan por las imposiciones del régimen, que empiezan por el uso obligatorio del hiyab y prohibiciones en su indumentaria. Pero claro, el velo sobre su cabeza solo es el símbolo de una condición subalterna y de constante amenaza en que viven las mujeres en ese país, y por extensión en el mundo islámico, así como la relación de las mujeres de esta familia con el juez resulta una clara expresión del funcionamiento del sistema.

El título y el epígrafe de la película hacen referencia a un árbol que crece sobre otros y termina estrangulándolos con sus raíces. La verdad, no sé bien si esta metáfora sugerida quiere hacer alusión a que las mujeres son estranguladas por el sistema o que estas, en su lucha actual, finalmente terminarán sofocando a aquel. Lo cierto es que habla claramente de un conflicto que parece de vida o muerte y en el que solo puede haber un sobreviviente, quien vencerá de forma violenta e inexorable.

En ese laboratorio de país que es la familia del juez, el conflicto comienza sugerido por un padre distante y al que se le debe guardar un respeto reverencial. Sus hijas son como de su propiedad, y por tanto, como tales, debe proteger y controlar. Pero con la desaparición de la pistola, la tensión se empieza a equiparar con la de las calles, donde los bandos están bien definidos y la violencia latente se torna real y, en últimas, fatal. Pero en este difícil trance doméstico lo que más llama la atención y es manejado por el guion con gran habilidad, es la construcción del personaje de la madre y las posiciones que asume ante esta crisis. Los demás personajes están claramente definidos, incluso arquetípicamente, pero la madre resume la complejidad del problema y de la situación de este país teocrático, donde hay dos posiciones extremas y ninguna posibilidad de un punto medio, de una conciliación, así que ella pendula entre ser la autoridad que debe mantener el orden, pero también la mujer que comprende la inequidad y represión en que viven sus hijas. Con una fluidez y credibilidad sorprendente, ella puede pasar de un bando al otro, aunque, inevitablemente, llegará el momento en que se verá obligada a definirse por fin.

Sin embargo, no todo es virtud y relevancia en esta película. Su gran debilidad es su incapacidad para concretar lo dicho, que en realidad siempre fue muy claro y definido, en menos tiempo. Es decir, fue innecesario esperar casi tres horas de metraje para entender lo que quería decir; y ni hablar de ese último segmento en el pueblo del juez, donde la sobriedad de la puesta en escena previa se desbarata con ese torpe juego del gato y el ratón en que él se trenza con “sus mujeres”, para finalmente terminar en un clímax de pantomima y aburridamente predecible. Claro, esto no opaca sus valores, pero sí hace la diferencia entre ser solo una película importante a ser una gran película.

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Aún estoy aquí, de Walter Salles

Serenidad y de eso no se habla

Oswaldo Osorio

Muchas veces la edad y la cinefilia pesan a la hora de ver una película y determinan su recibimiento y disfrute. Y no lo digo tanto porque las nuevas generaciones puedan asumir las historias y los temas con otros parámetros (ese es asunto de otro y difícil texto), sino porque lo que es nuevo para ellas resulta ser agua que hace muchísimo corrió ya bajo este puente. En otras palabras, los filmes sobre la represión de las dictaduras latinoamericanas nutrían generosamente el paisaje cinematográfico de mi juventud y de la cinefilia de entonces, por lo que ver ahora una película así es a otro precio.

La noche de los lápices, La historia oficial, Garage Olimpo, Amnesia, Los náufragos, Cuatro días en septiembre, La muerte y la doncella, Dawson: Isla 10 y tantas otras, fueron cintas que marcaron fuertemente mi juventud, incluso en una época tal vez más politizada que la actual. Por eso, ver una película como esta de Salles, que tan bien recibida ha sido internacionalmente, me deja una ambigua sensación, pues, de un lado, la obra de este brasileño rara vez me ha defraudado y, sin duda, estamos ante un relato muy hábil a la hora de contar su historia; pero de otro lado, el tono en que lo hace se antoja plano y un tanto ilustrativo, además de lo largo que se hace, sobre todo con sus varios finales.

Y no es que cada vez que se aborde este tema en el cine deba ser con los desgarrados lamentos –que aún retumban en mi recuerdo sin haberla vuelto a ver– de La noche de los lápices. Pero resulta extraño todo lo sutil y sugerente que puede ser esta película con tan ominoso tema, que no es otro que los actos de represión, tortura, muerte y desaparición que sufrió Brasil (y buena parte de Latinoamérica con el nefasto influjo de la Operación Cóndor) entre 1967 y 1985 bajo la dictadura militar.

Por momentos, y luego en retrospectiva, como espectador me sentí igual que los dos hijos menores y la hermana mayor de esta familia a la que le desaparecen al padre y le encarcelan a la madre: nadie les cuenta nada y, aunque saben que algo oscuro pasa, todo es silencio y ocultamiento. La base de esto puede ser la actitud serena y controlada de esta madre que, salvo por el episodio del perro, nunca se desmorona, aunque su mundo se esté viniendo abajo. Tal vez por eso, por ser ella el punto de vista, todo el relato avanza en clave distendida, sin mayores sobresaltos, apenas dando la información necesaria para entender la historia y su infausto contexto. Así que esa serenidad es lo mejor logrado de la ya muy elogiada interpretación de Fernanda Torres y, al mismo tiempo, es el factor que desdramatizó la tragedia de esta familia y de su país.

La película está basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, hijo menor de esta familia, quien, además de contar los duros acontecimientos de principios de los años setenta, trae la historia de su familia y de su madre hasta el presente, con lo cual el relato avanza la situación de los desaparecidos, con pocos trazos y largas elipsis, al plano de los movimientos por la preservación de la memoria y las luchas por la reparación y contra la impunidad, algo de lo que carecen esas películas de mi juventud, por la falta de perspectiva temporal con los acontecimientos. Por eso es importante que estas historias se sigan contando, para que las nuevas generaciones lo tengan presente, o incluso para que recuperen esas otras viejas películas que trataron el mismo tema pero con otro talante.

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Espectros del cine colombiano

Oswaldo Osorio

Desde hace unos años el cine colombiano se ha estado poblando de espectros, esto es, de la presencia de personas muertas que, ya sea utilizando o no algún artilugio visual, hacen parte de la diégesis de la película y están presentes en el espacio que habitan los personajes del relato. Pero no son los muertos vivientes del cine de género, tampoco los fantasmas del realismo mágico, ni las alucinaciones de un loco o un delirante por alguna sustancia, sino que son unas presencias que tienen otra naturaleza narrativa y simbólica, siempre asociada a la violencia del país.

De manera que aquí no se está hablando de los zombis de Carne de tu carne (Carlos Mayolo, 1983), ni de los amantes fantasmas de Ilona llega con la lluvia (Sergio Cabrera, 1996), y tampoco de la virginal abuelita de La vendedora de rosas (Víctor Gaviria, 1998), porque los códigos que explican estas apariciones están bien definidos desde hace mucho en el cine y la literatura, ya sea, respectivamente, por las convenciones del género fantástico, que pone en juego lo sobrenatural para construir la arquitectura de las ficciones y sus emociones; o por la poética de la tradición realista mágica, que evoca a los muertos con un aura nostálgica y romántica; o por el simple estado alterado de los sentidos, ya sea artificial o sicológico.

Por otro lado, los muertos en blanco y negro que ve la protagonista de Retratos en un mar de mentiras (Carlos Gaviria, 2010), por ejemplo, son diferentes. Son espectros que hacen parte de un relato muy realista y que desarrolla unos duros temas relacionados con el conflicto armado colombiano. Son las personas asesinadas por los paramilitares que Marina conocía y que todavía, a sus ojos, habitan unos espacios. No hay nada de fantasía ni poesía ni magia en ellos. No obstante, sí hay una oposición entre esos elementos con que se construye esta película: es un realismo, pero donde hay espectros. Es decir, definitivamente se trata de códigos contradictorios entre sí, como lo pueden ser el realismo mágico o el gótico tropical, incluso la porno miseria. Estos procedimientos y combinaciones de opuestos son comunes en la ficción y toman sus nombres de acuerdo con los matices y particularidades de sus componentes.

Para nombrar estas presencias en el cine nacional, que son relativamente nuevas pero cada vez más frecuentes, bien se puede apelar al concepto de realismo espectral, el cual es propuesto por la investigadora Juliana Martínez en su libro Más allá del fantasma: Realismo espectral en la literatura, el cine y el arte en Colombia (2024), quien, para concebir y caracterizar el concepto, se apoya en los postulados de Jacques Derrida, T. J. Demos y Avery Gordon, así como en el texto Literature, Testimony and Cinema in Contemporary Colombian Culture: Spectres of La Violencia, de Rory O’Bryen (2008). La autora aplica el término en las películas de William Vega, Jorge Forero y Felipe Guerrero, así como en la literatura de Evelio Rosero y en las obras de Juan Manuel Echavarría, Beatriz González y Erika Diettes.

No obstante, Martínez no limita su concepto a espectros propiamente dichos, es decir, a la presencia de los ya idos, como sí lo pretende este texto, sino que lo extiende a una idea mucho más amplia, que aborda ciertas formas de concebir el tiempo, el espacio, el sonido y la narración en los relatos sobre la violencia del país. Prueba de esto es que en La sirga (2012), Violencia (2015) y Oscuro animal (2016), de los directores mencionados y que en su libro analiza, no hay ningún espectro. Incluso, por momentos, la autora parece estar hablando, más que de lo espectral, es de las características del cine moderno, como lo son la ausencia de conflicto central fuerte, la no acción en la narración, las ideas expuestas de manera no explícita, la reflexión por encima del juicio moral, la densidad histórica, los espacios como protagonistas y, en fin, todas esas características que lo diferencian de la narrativa clásica.

En lo que coincide ese realismo espectral de Juliana Martínez con la presencia de los espectros en el cine nacional de este texto es en que, definitivamente, muchos cineastas de este siglo están representando y contando la violencia y el conflicto de una manera distinta, menos anecdótica y sin ser tan explícita. “Es una estética que busca formas de contrarrestar la desaparición, el silenciamiento y el olvido que evita el apego melancólico a la pérdida.”, cita Martínez a Alberto Ribas-Casasayas y Amanda Petersen; y añade, “…estas películas ponen en primer plano el pedido de justicia, no reconocido ni resuelto, del espectro y crean espacios en lo que la violencia (física, simbólica y sexual) que subyace a la apropiación de tierras que alimenta el conflicto armado colombiano puede ser, más que “vista”, intensamente sentida.”

Y no quiere decir que no se estén haciendo películas que representan la violencia y el conflicto de manera directa y con premisas contundentes, se hace y se seguirán haciendo, así lo demuestran títulos como La primera noche (Luis Alberto Restrepo, 2003), La Milagrosa (Rafa Lara, 2008), Alias María (José Luis Rugeles, 2015) o Somos ecos (Julián Díaz Velosa, 2023), pero estas narrativas ahora conviven con las del realismo espectral, que suelen ser realizadas por autores con pretensiones autorales, es decir, cineastas que construyen sus obras buscando una expresión más personal antes que apelar a esquemas y convenciones. Esto quiere decir que las narrativas del cine colombiano se han ampliado y diversificado, en especial cuando se empieza a apelar a los modos del cine moderno –de muy tímida presencia durante el siglo pasado en nuestra cinematografía– y al surgimiento de más directores autores.

Entonces, a la luz de este tipo de cine y cineastas, que suelen tener una muy estrecha correlación, se ha desgastado la forma clásica y expositiva para hablar del conflicto –que generalmente se daba por la vía del realismo social y del realismo sucio– por eso exploran otras maneras de ver la violencia, darles lugar a las víctimas y reflexionar sobre el conflicto. Lo particular de esto –y de ahí se originó la inquietud inicial y premisa de este texto– es que todos estos autores, cada uno desde su propia concepción narrativa y expresiva, ya sea solo como un componente o como lo esencial de su propuesta, recurrieron a un elemento similar: los espectros presentes en la diégesis de la puesta en escena, los cuales muchas veces no se distinguen de los personajes vivos y, solo después de algún gesto o indicio, el espectador puede establecer la diferencia entre los unos y los otros.  

Hay muchos ejemplos de esto, pero se puede continuar con otro de los más legibles y conmovedores, que es esa escena en la que los protagonistas de Los reyes del mundo (Laura Mora, 2022) llegan a la humilde casa de un par de ancianos y les piden unas indicaciones, mientras lo cual la cámara se adentra a mostrar la sala, el comedor, la cocina y las habitaciones, todas llenas del moho y la herrumbre luego de años de estar deshabitadas, pero no desamobladas. Aún están las sillas, las camas y la mesa servida, un signo irrecusable de cuando la violencia no da tiempo ni de empacar. Al momento en que la cámara vuelve a salir, todo el público ya sabe que los viejos están muertos. Aun así, les dan algo a los muchachos para comer en el camino, no sin antes advertirles que “con mucho cuidado, que ustedes saben que estas tierras no son tan mansas como parecen”.

El realismo espectral es una forma de narrar que toma al fantasma en serio pero no literalmente, dice Juliana Martínez, por eso aquí se prefiere usar el término de espectro que de fantasma, el cual está más asociado a viejas mitologías y esquemáticas formas de representación de la muerte. Porque los espectros de estas películas son muy reales, para los personajes y también para el espectador, y además, tienen una fuerte carga simbólica, histórica y dramática. Incluso en obras como Memento mori (Fernando López, 2024) y Yo vi tres luces negras (Santiago Lozano, 2024) existen unos personajes, sacados de distintas tradiciones e idiosincrasias de las regiones del país, que fungen como intermediarios entre el mundo de los vivos y de los muertos, siendo ellos también un recurso narrativo para justificar de forma natural estas presencias, que en estas dos películas están por doquier y son fundamentales en el sentido de la historia y en las resonancias y reflexiones sobre el conflicto armado colombiano.

Otra película que propone estas presencias como el centro de su relato es Los silencios (Beatriz Seigner, 2019), en la que una mujer llega con su hijo a la frontera colombo brasileña, desplazada por la violencia en el Valle del Cauca. Desde muy temprano en la historia se puede ver a su hija siempre acompañándola, incluso parece que hasta la matricula en un colegio. Luego está también el esposo deambulando por la casa y acompañándoles mientras comen. Pero pronto la narración y su puesta en escena ponen en evidencia que, tanto padre como hija, están muertos y desaparecidos. Así que la película es, más que un duelo, un gesto de reivindicación de estas dos víctimas de la violencia, que no han tenido oportunidad de algún tipo de justicia. No son los espíritus de los idos y la afligida remembranza de sus deudos, sino la constatación de un conflicto con sus raíces en el pasado, que está presente y el que está lejos de terminar.

Hay variaciones ingeniosas y de gran fuerza visual o dramática de estos espectros. En el primer caso, está esa pila de cadáveres que se encuentra en medio de un maizal el protagonista de Todos tus muertos (Carlos Moreno, 2011), unos difuntos de los que las autoridades no quieren saber y que eventualmente hacen algún gesto o guiño de un soplo vital que aún les queda; en el segundo caso, está el cortometraje Nuestros muertos (Jacques Toulemonde, 2018), una potente pieza sobre una pareja que se amaba, pero que estaba en bandos opuestos del conflicto. Ambos sostienen un diálogo de gran intensidad, aunque en algún momento se sabe que uno de ellos está muerto, o tal vez los dos.

Otras variaciones se pueden ver en La jauría (Andrés Ramírez Pulido, 2022), en la que su anti clímax muestra una hilera de vivos y muertos, como si ya no hubiera diferencia entre unos y otros en el contexto de esa historia; los espectros también se pueden ver en Topos (Carlos Zapata, 2022), uno de los pocos casos en que este realismo espectral se da en la ciudad; igualmente están en Anhell69 (Theo Montoya, 2023), esa surte de ensayo cinematográfico donde se le da una vuelta de tuerca a estas presencias y a su sentido desde la idea de la espectrofilia; y un ejemplo final y muy significativo, es que estos espectros hasta se atreven a participar en documentales, como ocurre en Camilo Torres Restrepo: el amor eficaz (Martha Rodríguez y Fernando Restrepo, 2023), en el que la veterana cineasta conversa con su amigo muerto hace más de medio siglo.

Se trata, entonces, de un nuevo paradigma al representar la violencia del conflicto armado colombiano y para reflexionar sobre este, una forma distinta de referirse a las víctimas y de mantener vigente lo que significan en el contexto histórico del país, y por eso también establece una manera diferencial para el espectador ver, sentir y comprender esta realidad, la del presente y la histórica.

Publicado en Revista Cronopio No. 102, septiembre de 2024.

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Emilia Pérez, de Jacques Audiard

Una transformación con coro

Oswaldo Osorio

Un director francés hace un musical con tema mexicano y actrices extranjeras… ¿Qué podría salir mal? Pues, en realidad, a pesar de todas las reservas y prejuicios, no mucho, todo lo contrario, resultó ser una obra cautivadora y con la virtud de sorprender continuamente. Y lo que pudo amalgamar esa improbable combinación de elementos y nacionalidades fue el código impuesto por el musical, que no es realista y permite unos artificios, asociaciones y efectismos que deben leerse con las reglas del género, las cuales se imponen ante cualquier reclamo de fidelidad o rigurosas representaciones antropológicas o sociales.

Quien logró esto fue un director con una obra casi intachable, que consta de solo nueve películas en treinta años. Su cine se cuida de tener argumentos atractivos, muchas veces cercanos al thriller, pero no por ello descuida una sólida construcción de sus personajes, siempre cargados de emotividad y con unos temas de fondo abordados con seriedad. Eso se puede ver en esa bella y conmovedora película que fue su ópera prima, Mira a los hombres caer (1994), también en De óxido y hueso (2012) y en Un profeta (2009), que ganó el premio del Gran jurado en Cannes, como lo hizo Emilia Pérez; incluso ha sabido realizar, con el mismo buen pulso, obras tan disímiles como un western en Estados Unidos, The Sisters Brothers (2018), y un drama social sobre inmigrantes titulado Dheepan (2015), ganadora de la palma de oro.

La música fue hecha por los franceses Clément Ducol y Camille, y muchas de las canciones están acompañadas de un coro mexicano. Se trata de más de cuarenta piezas que se distancian mucho de las convenciones de los hegemónicos musicales de Hollywood a las que estamos tan acostumbrados, y por ello pudieron jugar con una diversidad de estilos y géneros, incluso con unos originales fraseos a mitad de camino entre el canto y el diálogo. Las letras contribuyen a comentar la trama y a revelar las emociones y sentimientos de los personajes, y algunas de ellas son realmente bellas e ingeniosas, entre las que se podrían mencionar Deseo, Para y Papá.

También el código del musical trae consigo las coreografías, que en este caso igualmente contribuyen a hacer esa transición entre la violenta realidad mexicana a la que se está refiriendo, pero en un tono estilizado y no realista, y lo hace sin excederse con rutilantes vestuarios o escenografías como frecuentemente sucede en este género, y así no se distancia tampoco mucho de ese contexto. De manera que ese equilibrio entre el país y el tema con los elementos del musical, hay que insistir, saca de la ecuación las exigencias de tener que ser fiel reflejo de la realidad. Incluso esto permite pasar por alto aquello que puede ser lo más molesto de la película (bueno, solo para los hispanoparlantes, y en especial para los mexicanos), que es ese español con acento que tienen las actrices, desde el aceptable de la española Karla Sofía Gascón, pasando por el muy marcado de Zoe Saldaña, quien es estadounidense de origen dominicano, hasta el casi inentendible de la tejana Selena Gómez. 

Pero esto no quiere decir que la película se agote en este género y su estilización, porque su atractivo empieza por esa premisa argumental, ciertamente tremendista (alerta de spoiler), del poderoso capo mafioso que decide hacer la transición de género y luego dedicarse a la causa de los desaparecidos de la violencia en México. Sería ingenuo exigirle a un musical escrito y dirigido por un extranjero que sea un tratado sobre la realidad mexicana. Para eso están los cineastas de ese país y otros tipos de cine. Incluso se podría pensar que casi todo el mundo conoce el problema de violencia en México causado por las guerras entre los carteles de la droga, pero difícilmente muchos tienen conocimiento de su tragedia nacional con los miles de desaparecidos. Que esta película contraste ambas realidades, y con el mismo personaje como bisagra, resulta ingenioso y muy afortunado.

Pero el asunto de fondo que está en esta impactante trama es todo lo que implica la transformación de los dos personajes centrales, en especial del sanguinario capo que deviene en mujer altruista y activista. De entrada, desafiar las convenciones de género y el reclamo de la identidad propia puede hablarnos más de los tiempos que vivimos que del personaje mismo, pue si bien sorprende, no es para nada impensable, como sí lo sería hace unos años. También es una transformación que planta la idea de que un cambio físico y de género también debería ser de mentalidad, que en este caso es ilustrada de manera extrema sin ser de ninguna manera inverosímil, pues tal mutación está mediada por el arrepentimiento y la voluntad de reparación. Incluso este cambio ético también opera, guardadas proporciones, en el personaje de la abogada.

Se trata, pues, de una película claramente efectista en su argumento, personajes y estilo, pero esto es enunciado desde el primer coro que se escucha con los créditos iniciales y, en adelante, hay que disponerse a este código. Solo de esta forma es posible ver un relato vivaz, que sorprende, emotivo, ingenioso y honesto en la esencia de esas ideas que quiere comunicar. 

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Aquí, de Robert Zemeckis

Mil planos en un encuadre

Oswaldo Osorio

Nunca he perdido la fe en Robert Zemeckis. Es uno de esos pocos directores de Hollywood de los que se puede decir que no tiene película mala, eso sí, teniendo en cuenta que muchas de ellas deben ser juzgadas con los parámetros del cine de entretenimiento. Aun así, muchos de sus trabajos han sabido situarse en ese difícil punto de equilibrio entre el cine comercial y aquel con valores cinematográficos (Volver al futuro, Forrest Gump, Contacto, Náufrago); pero, sobre todo, es un director (también como guionista y productor) que se ha arriesgado a expandir las posibilidades expresivas del cine experimentando, sobre todo, con la tecnología (¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Forrest Gump, The Polar Express, Beowulf).

Aquí (Here, 2024) también cuenta con ese equilibrio entre lo comercial y lo artístico, así como con el riesgo de crear un relato cinematográfico que parte de una radical premisa narrativa y expresiva. Y digo cinematográfico porque tal premisa ya venía desde el cómic de Richard McGuire en el que se basa, el cual fue publicado como historieta de seis páginas en 1989 (de la que se hizo un corto en video en 1991) y luego como novela gráfica en 2014.

Tanto cómic como película son narrados desde un único encuadre que mira la sala de una casa y lo que se puede ver a través de la ventana. Aunque es un único espacio, el tiempo sí cambia constantemente, porque las historias que nos cuenta vienen desde que aquel lugar era habitado por los nativos americanos hasta la actualidad, por eso dicho espacio solo cambia significativamente cuando aún la casa no ha sido construida, por lo que el encuadre desaparece, pero no el punto de vista. Es como si una cámara hubiera estado apostada en el mismo lugar durante siglos. De ahí que uno extrañe de la adaptación de Zemeckis que no haya llevado el relato también hacia el futuro, como sí lo hace el original.

La película copia la superposición de viñetas propuestas por el cómic, un recurso que sirve para saltar de una época a otra o de una familia a otra de las seis que componen todo el relato. La gran diferencia es, por supuesto, el movimiento, que en la película logra un dinamismo fascinante, cargado de asociaciones, de tiempos simultáneos y discontinuos, y de transformación del espacio por vía de la puesta en escena, de la luz y de los personajes. Ese encuadre único se ve permanentemente enriquecido por un cinetismo desbordante y por una multiplicidad de planos diferenciados por su tamaño, ubicación y temporalidad.

Hasta aquí el riesgo formal, jugueteo narrativo y búsqueda expresiva, porque al hablar de su contenido el entusiasmo disminuye un poco. Son cuatro familias las que ocupan la casa, una quinta que vive al frente y otra más que vivió en ese territorio. La historia de la familia nativa americana está apenas esbozada desde su inicio hasta su final; igual la del hijo de Benjamin Franklin a finales del siglo XVIII; la familia del aviador aficionado, que ocupó la casa por primera vez a principio del siglo XX, da cuenta de un corto periodo; igual ocurre con el inventor y su pareja en los años cuarenta; pero es la familia Young, que compra la casa después de la Segunda Guerra, en la que más se centra el relato; para, finalmente, mostrarnos solo unos episodios de una familia afroamericana a la que le toca la pandemia del 2020.

Con toda su heterogeneidad de tiempos, circunstancias y personajes, la película apunta a una reflexión de fondo sobre el hogar, que es a través de la familia y de la casa la forma ideal de ser representado o materializado. El hogar está donde están los afectos y estos suelen coincidir en la misma casa. Así mismo, las diferencias generacionales y la memoria cruzan todo el relato. Aunque se echa de menos que el contexto social y político se hubiera dejado tan al margen de la historia, pues solo algunos grandes acontecimientos, apenas mencionados, sirven para referenciar el tiempo calendario, sin que afecten dramáticamente mucho a los protagonistas. En realidad, la temporalidad debe ser deducida a partir de los elementos de la puesta en escena (en especial el vestuario, los electrodomésticos, los carros y los enseres) y, en menor medida, por la música.

Tal vez lo que menos sorprende es ese relato central, el de la familia Young, de la que presenciamos su historia de seis décadas y tres generaciones. Resulta más bien obvia y cargada de lugares comunes, aunque no se puede negar que, dentro de su convencionalismo, la narración sabe manejar muy bien los ritmos de acción, humor y emoción. Y claro, está ese guiño adicional de ver a los dos actores de Forrest Gump (Tom Hanks y Robin Wright) juntos de nuevo y rejuvenecidos con esa técnica digital que dada vez se afina más, aunque aún dista de ser perfecta.

El caso es que, si bien con sus temas y anécdotas no es que esta película presente nada nuevo ni muy elaborado o profundo, definitivamente su propuesta estética y narrativa, heredada del cómic y potenciada por el dinamismo del cine, resulta siendo un deleite para los sentidos y muy estimulante y sorprendente como relato, el cual es envolvente, ingenioso y exigente con la atención y el juego de asociaciones.

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Video clips recomendados 2024

Oswaldo Osorio

1. A$AP Rocky - Tailor Swif

Un video que sorprende en cada fotograma, incluso varias veces en un mismo plano, y sorprende por el código absurdo y surreal con el que   está concebida su realidad. Grabado en Kiev, Ucrania, unos meses antes de la invasión rusa, de nuevo A$AP Rocky demuestra que es uno de los artistas más inquietos e inventivos con la imagen de sus videos, solo que aquí no dirigió él, como muchas veces lo hace, sino que contó con los reconocidos creadores Vania Heymann and Gal Muggia. Juntos hicieron un video ingenioso, estimulante, lleno de guiños, divertido y por momentos turbador.  

2. Armand Hammer - Doves ft. Benjamin Booker

Con una canción que parece más una plegaria o un lamento (y hacia el final un desvarío), este video está definido por la melancolía, desde su letra hasta esas imágenes fijas en blanco y negro muy generosas con su grano, de gran fuerza expresiva y lúcidas en la creación de atmósferas y estados de ánimo. Una propuesta muy consecuente con el talante experimental y progresivo de la música de este dúo de raperos (billy woods y ELUCID).  

3. James Blake - Like The End

Lo primero que evidencia este video son las dudas por el origen y naturaleza de las imágenes. Uniformadas todas con una textura de baja calidad, no es posible saber con exactitud cuáles son reales extraídas de las redes o archivo, cuales fueron puesta en escena para el video y cuales modificadas con efectos o inteligencia artificial. Esta incertidumbre en lo visual no es casual, sino que traduce la incertidumbre misma de la canción sobre los tiempos que vivimos, incluso con cierto dejo de melancolía y pesimismo. Algunas de esas imágenes son muy absurdas para ser reales, pero sabemos lo absurda que se ha vuelto la realidad, sobre todo en esta época de polarizados y exhibicionistas.  

4. Else - Ocean

En esta pieza de tipo narrativo se impone más los diálogos y la historia que relata que la sutil canción de este dúo parisino. Un oscuro y desgarrador cuento sobre un futuro no muy lejano donde la vida en el mar ya no es posible. El desamparo y la desesperación definen a los dos protagonistas, quienes ya no tienen hogar y no encajan donde están, allí donde los arrinconó la obtusidad, avaricia y falta consciencia ambiental del ser humano.

5. Free Nationals, A$Ap Rocky, Anderson .Paak – Gangsta

La premisa básica pero dramática de la canción (el hijo de un gangster termina siendo gangster), es desarrollada en este video con gran fuerza e inventiva visual, apelando a un conocido pero eficaz recurso y perfecta metáfora para dicha premisa: poner a niños a interpretar la vida de los adultos. Visualmente y en su puesta en escena el video tiene la virtud de saber integrar orgánicamente la realidad del tema y de los infantes actores, con otra extraída del mundo de los juguetes y con personajes fantásticos. Es una pequeña, dinámica y colorida película en clave de thriller criminal.

6. Ren - Money Game Part 3

Otro video narrativo, pero esta vez desde la extensa letra de una canción que cuenta la historia de vida de un ambicioso hombre que paga las consecuencias de ello. A la exuberancia del relato en el texto se contrapone la economía de recursos, tanto de la música como de una puesta en escena que ilustra lo narrado en un único escenario y con un largo plano secuencia de más de nueve minutos. Un video y canción con una tremenda fuerza dramática que terminan con un enérgico y fatal reproche contra la sociedad materialista y consumista.  

7. Elsa y Elmar - entre las piernas

Este video comienza y termina con una gota de sangre cósmica menstrual. Hasta hace unos años era impensable pensar en una canción que hablara de la menstruación y, ente caso, por extensión, de otros temas de la condición femenina actual. El video es directo y juguetón como la canción y su letra, por lo que opta por una animación amable, fluida y colorida, que alguna reminiscencia tiene de la estética propuesta por The Yellow Submarine y, además, sabe conjugar de manera orgánica espacios de fantasía con otros más cotidianos y realistas.     

8. Sam Wise - Twinning (ft. Tiggs Da Author)

Aunque en el centro de este video está el performance de los dos raperos, su propuesta estética, que en principio es realizada con unos recursos básicos y algo retro, termina siendo novedosa y llamativa, todo a partir de la reconfiguración del cuerpo de los cantantes, ya sea modificando las proporciones, añadiendo extremidades o creando articulaciones como si de láminas de papel se tratara. Los fondos también están por la línea básica y retro, como con el diseño de revistas de los años noventa. Por eso la estética que propone este video al mismo tiempo parece muy conocida, pero resulta innovadora.   

9. JOHAN - Cincinnati

Aunque ya nos estamos acostumbrando a la estética de la imagen creada con inteligencia artificial, e incluso se pueden identificar con facilidad sus principales tendencias, todavía no se ha agotado nuestra capacidad de asombro y fascinación por lo que puede hacer, más aún cuando se trata de artistas de la IA, como Amalia de la Vega en este caso, que ya no conciben esta herramienta tecnológica como un atajo sino como un medio de expresión. Aunque a veces es un poco literal con lo que dice la canción, también hay momentos de gran belleza y muchas sugerentes imágenes.

10. Tommy Holohan & Megra - Show Me The Sky

Divertido, bizarro y hasta desagradable por momentos, este video propone una idea narrativa tan simple como estrambótica: una mosca se apodera de un hombre al entrar por su oreja. Lo demás es puro jugueteo con las consecuencias de esto y lo hace con recursividad visual y mucho humor negro.

 

Menciones especiales

RM – Lost!

Justice - Generator

Creepy Nuts - Otonoke 

Chinese Man - Too Late feat. Stogie T, KT Gorique & FP

FKA twigs – Eusexua

 

 

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Películas recomendadas de 2024

Películas recomendadas de 2024

Oswaldo Osorio

Una lista personal y limitada a los estrenos en salas y plataformas, los cuales constatan que a Colombia solo llegan en simultánea las súper producciones de Hollywood, pues para las películas importantes para la cinefilia todavía hay que esperar (y eso las pocas que van a llegar) varios meses para verlas en cartelera.

Todos somos extraños, de Andrew Haigh

Soledad, amor, duelo, familia, nostalgia, tristeza, en fin, son muchos temas, sentimientos y emociones los que aborda esta inesperada película, que fue promocionada solo como una historia cuir. Ciertamente tiene importancia el amor y la pasión entre los dos hombres que la protagonizan, pero ese solo es uno de los componentes de un relato original y atípico que, a partir de una peripecia ficcional, consigue sorprender y acceder a distintas, profundas y sutiles facetas de la condición humana y de las relaciones afectivas, tanto amorosas como filiales.

Monster, de Hirokazu Koreeda

La verdad es un determinante en la forma de percibir el mundo y para tomar decisiones. El problema es que la verdad puede ser un conocimiento inacabado, una verdad relativa o apenas una versión que compite con otras verdades. Los personajes, la historia y hasta la misma estructura narrativa de esta película están definidos por la pregunta sobre qué es o cuál es la verdad. Con esta premisa como punto de partida, Koreeda de nuevo propone una reflexión sobre las relaciones humanas y la sociedad contemporánea, esta vez a partir de un relato que juega con la intriga y la manipulación de la información.

Yo, Capitán, de Matteo Garrone

Uno de los mejores directores italianos de este siglo (Gomorra, Dogman, Reality) cuenta esta cruda y emotiva historia sobre dos jóvenes senegaleses que quieren llegar a Europa. Las vicisitudes y horrores que tienen que pasar todos los migrantes en su penoso periplo son las consabidas, y en eso no sorprende la película, pero lo importante en ella es ese protagonista que Garrone antepone a esas adversidades. El contraste entre la sensibilidad y humanismo de un adolescente con esta dura situación es la propuesta ética y emocional de esta película. Sin llegar a ser complaciente, su final es épico.

Las cuatro hijas, de Kaouther Ben Hania

Muchas veces la ficción es la mejor forma de enfrentar la realidad. De hecho, es sabido que las historias, empezando por los mitos y las leyendas, surgieron para facilitar la comprensión del mundo y de las distintas facetas de la vida individual o social. Esta película, que no sería exacto limitarla solo a la categoría de documental, hace tomar de la mano a los elementos de la realidad y la ficción para crear un relato intenso y envolvente que tiene mucho de catártico, de experimento emocional y de alegato político.

Caminos cruzados, de Levan Akin

Este cineasta sueco de origen georgiano propone una entrañable historia sobre una profesora jubilada que, junto con un joven, se interna en una desconocida ciudad, Estambul, para buscar a su sobrina entre la comunidad trans. Su camino se entrelaza con el trabajo de una abogada trans activista y, juntas, continúan la búsqueda. En este relato, contado en clave de aventura urbana, se despliegan los consabidos prejuicios contra esta comunidad, exacerbados por el machismo de la cultura islámica, pero presenta como antídoto a unos personajes cálidos y comprensivos, que sin odios ni revanchismos, tratan de hacer lo mejor por quien tienen al lado. Con su final imaginativo y lleno de implicaciones, la película ratifica su mirada sensible y diferencial.   

Días perfectos, de Win Wenders

Hacía mucho tiempo este mítico director del Nuevo Cine Alemán no hacía una buena ficción. Con esta regresa a su querida Tokyo (por su amor a Yasugiro Ozu y por el célebre documental que hizo sobre él), pero esta vez para mirarla desde el punto de vista de un silencioso aseador de baños públicos. El relato rezuma tranquilidad y sosiego, convirtiéndose en una oda a la vida simple y a ese paradigma que propone ponerle freno a la agitada y tecnologizada vida moderna. Wenders vuelve a usar la vieja guardia del rock como su banda sonora y recobra la nostalgia del analógico: el casete, el libro, la cámara de fílmico.

Zona de interés, de Jonathan Glazer

Un abultado número de películas han dan cuenta de ese tipo de nazi que decía solo cumplir con su trabajo, es decir, la banalidad del mal de que hablaba Hannah Arendt. La diferencia con Jonathan Glazer, es que su propósito principal con esta obra es ilustrar de manera descarnada y contundente este concepto. Para hacerlo, toma a la familia del comandante del mayor campo de exterminio de judíos, Auschwitz, y se detiene en su cotidianidad. Es lo normal y doméstico navegando tranquilamente en medio del horror y la muerte, es la evidencia de que la naturaleza humana es capaz de lo peor sin siquiera ser consciente de ello, y esta película transmite esto de manera inteligente y eficaz.

 

Cinco colombianas

La piel en primavera, de Yennifer Uribe

En una época en que es una importante tendencia el cine feminista y muchas películas son empujadas en la corriente principal por el empoderamiento femenino, es refrescante y reconfortante encontrarse con una obra que hable de la naturaleza femenina sin enarbolar banderas ni apelar a discursos o clichés que tomen atajos para referirse al tema. Sandra, la protagonista de esta película, es madre, trabajadora, amante y mujer. Pero ninguna de estas condiciones supedita la otra, y así lo demuestra la rutina que el relato describe y observa con sensible meticulosidad, apelando a un tipo de realismo sutil, revelador y sin tremendismos.

Entrevista laboral, de Carlos Osuna

Lo que hace Carlos Osuna con esta película, tiene un cierto aroma de inédito, de búsqueda honesta y de riesgo narrativo y conceptual que, indudablemente, entusiasma y estimula el gusto cinéfilo. Esta película es una experiencia diferente, sin duda. Una experiencia que debería degustarse en la gran pantalla, debido a su inusual propuesta estética, la cual ofrece la oportunidad de un constante deambular de la mirada por cada sector del gran plano. Y aunque esa propuesta es lo que más se manifiesta a los sentidos, no está exenta de plantear unas reflexiones sobre la vida contemporánea y sobre la existencia, no importa que su protagonista sea solo representativo de un sector de la sociedad, porque en su errancia, por las calles bogotanas y por el plano, se mueven los mismos hilos que, en distintas circunstancias, se le pueden mover a todo el mundo.       

El vaquero, de Emma Rozanski

¿El caballo hace al vaquero? Si se tiene la determinación, sí. Y bueno, también es posible con una yegua. O al menos eso piensa Bernicia, una silenciosa y reservada mujer adonde quien llega una yegua extraviada cerca al restaurante donde trabaja. Emma Rozanski, cineasta australiana radicada en Colombia, escribe y dirige esta historia donde, con ese peculiar encuentro, elabora un original relato, el cual está más interesado por construir un singular universo y unos entrañables personajes que por desarrollar un argumento de manera convencional.

Malta, de Natalia Santa

A veces, para encontrarse hay que irse. Esa es una idea que ha funcionado para mucha gente, y con más frecuencia para los jóvenes. En el horizonte de Mariana y de este relato está la isla mediterránea de Malta, eso quiere decir que esta película, desde su mismo título, empieza con un deseo, pero antes la historia debe dar cuenta de cómo es la vida de ella y cuál es ese mundo que quiere dejar. En ese trámite, Natalia Santa logra construir una pieza aparentemente sencilla pero llena de capas, dramática, emotiva, graciosa y con una sólida puesta en escena en su base.

Yo vi tres luce negras, de Santiago Lozano

Esta es una obra más sensorial que narrativa, una pieza que aprovecha la exuberancia del litoral Pacífico, tanto visual como sonora, para crear una experiencia inmersiva donde imágenes llenas de simbolismo espiritual e idiosincrático y de poesía visual se apoderan de los sentidos del espectador y del sentido de la película, creando una consciencia, más allá de los explícito y lo racional, que nos acerca un poco más a ese universo que a la mayoría nos es ajeno. Aunque siempre habrá unos aspectos que son universales, como la eterna confrontación entre la vida y la muerte o las distintas maneras del ser humano de afrontar tal dicotomía definitiva.

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