Una transformación con coro

Oswaldo Osorio

Un director francés hace un musical con tema mexicano y actrices extranjeras… ¿Qué podría salir mal? Pues, en realidad, a pesar de todas las reservas y prejuicios, no mucho, todo lo contrario, resultó ser una obra cautivadora y con la virtud de sorprender continuamente. Y lo que pudo amalgamar esa improbable combinación de elementos y nacionalidades fue el código impuesto por el musical, que no es realista y permite unos artificios, asociaciones y efectismos que deben leerse con las reglas del género, las cuales se imponen ante cualquier reclamo de fidelidad o rigurosas representaciones antropológicas o sociales.

Quien logró esto fue un director con una obra casi intachable, que consta de solo nueve películas en treinta años. Su cine se cuida de tener argumentos atractivos, muchas veces cercanos al thriller, pero no por ello descuida una sólida construcción de sus personajes, siempre cargados de emotividad y con unos temas de fondo abordados con seriedad. Eso se puede ver en esa bella y conmovedora película que fue su ópera prima, Mira a los hombres caer (1994), también en De óxido y hueso (2012) y en Un profeta (2009), que ganó el premio del Gran jurado en Cannes, como lo hizo Emilia Pérez; incluso ha sabido realizar, con el mismo buen pulso, obras tan disímiles como un western en Estados Unidos, The Sisters Brothers (2018), y un drama social sobre inmigrantes titulado Dheepan (2015), ganadora de la palma de oro.

La música fue hecha por los franceses Clément Ducol y Camille, y muchas de las canciones están acompañadas de un coro mexicano. Se trata de más de cuarenta piezas que se distancian mucho de las convenciones de los hegemónicos musicales de Hollywood a las que estamos tan acostumbrados, y por ello pudieron jugar con una diversidad de estilos y géneros, incluso con unos originales fraseos a mitad de camino entre el canto y el diálogo. Las letras contribuyen a comentar la trama y a revelar las emociones y sentimientos de los personajes, y algunas de ellas son realmente bellas e ingeniosas, entre las que se podrían mencionar Deseo, Para y Papá.

También el código del musical trae consigo las coreografías, que en este caso igualmente contribuyen a hacer esa transición entre la violenta realidad mexicana a la que se está refiriendo, pero en un tono estilizado y no realista, y lo hace sin excederse con rutilantes vestuarios o escenografías como frecuentemente sucede en este género, y así no se distancia tampoco mucho de ese contexto. De manera que ese equilibrio entre el país y el tema con los elementos del musical, hay que insistir, saca de la ecuación las exigencias de tener que ser fiel reflejo de la realidad. Incluso esto permite pasar por alto aquello que puede ser lo más molesto de la película (bueno, solo para los hispanoparlantes, y en especial para los mexicanos), que es ese español con acento que tienen las actrices, desde el aceptable de la española Karla Sofía Gascón, pasando por el muy marcado de Zoe Saldaña, quien es estadounidense de origen dominicano, hasta el casi inentendible de la tejana Selena Gómez. 

Pero esto no quiere decir que la película se agote en este género y su estilización, porque su atractivo empieza por esa premisa argumental, ciertamente tremendista (alerta de spoiler), del poderoso capo mafioso que decide hacer la transición de género y luego dedicarse a la causa de los desaparecidos de la violencia en México. Sería ingenuo exigirle a un musical escrito y dirigido por un extranjero que sea un tratado sobre la realidad mexicana. Para eso están los cineastas de ese país y otros tipos de cine. Incluso se podría pensar que casi todo el mundo conoce el problema de violencia en México causado por las guerras entre los carteles de la droga, pero difícilmente muchos tienen conocimiento de su tragedia nacional con los miles de desaparecidos. Que esta película contraste ambas realidades, y con el mismo personaje como bisagra, resulta ingenioso y muy afortunado.

Pero el asunto de fondo que está en esta impactante trama es todo lo que implica la transformación de los dos personajes centrales, en especial del sanguinario capo que deviene en mujer altruista y activista. De entrada, desafiar las convenciones de género y el reclamo de la identidad propia puede hablarnos más de los tiempos que vivimos que del personaje mismo, pue si bien sorprende, no es para nada impensable, como sí lo sería hace unos años. También es una transformación que planta la idea de que un cambio físico y de género también debería ser de mentalidad, que en este caso es ilustrada de manera extrema sin ser de ninguna manera inverosímil, pues tal mutación está mediada por el arrepentimiento y la voluntad de reparación. Incluso este cambio ético también opera, guardadas proporciones, en el personaje de la abogada.

Se trata, pues, de una película claramente efectista en su argumento, personajes y estilo, pero esto es enunciado desde el primer coro que se escucha con los créditos iniciales y, en adelante, hay que disponerse a este código. Solo de esta forma es posible ver un relato vivaz, que sorprende, emotivo, ingenioso y honesto en la esencia de esas ideas que quiere comunicar. 

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