Las marcas de la guerra
Por Oswaldo Osorio
Las películas sobre la posguerra muchas veces suelen ser más turbadoras o desgarradoras que las que se refieren a la guerra misma. Y además, entre más cercana sea la confrontación de la que un filme da cuenta, parece aumentar el drama que el espectador experimenta ante la pantalla. Esta película tiene ese par de características, porque su historia se desarrolla en el Sarajevo actual y está protagonizada por una madre y su hija, Esma y Sara, cuya condición femenina hace que el relato sea aún más enfático en su punto de vista sobre la crueldad e inhumanidad de la guerra.
Se trata esencialmente de una historia simple en su planteamiento argumental, la cual versa sobre las marcas que ha dejado la guerra sobre una mujer, en principio, pero en el fondo, sobre toda la sociedad. Porque si bien la cinta se centra en Esma y Sara, siempre todo y quienes las rodean están haciendo referencia a la guerra y sus consecuencias, ya sea en forma de la asfixiante precariedad económica, en las conversaciones cotidianas, en el permanente recuerdo de los desaparecidos o en la situación misma de cada personaje, como el profesor universitario que prefirió ser guardaespaldas porque después de lo que vivió no sería capaz de parase ante un grupo de estudiantes.
La principal virtud de esta película es que en ningún momento es muy explícita con el drama que vive la madre. Aunque esto también resulta desconcertante. A lo largo de la historia el relato dibuja a sus personajes con unos trazos definidos por la cotidianidad, que apenas si dan pistas del infortunio que padece Esma. Se sabe que sufrió demasiado, así como otras mujeres con quienes eventualmente se reúne, pero lo que se puede ver es que ahora está dedicada, más que a vivir, a sobrevivir. Sin embargo, en medio de esa cotidianidad, de esa muda tristeza y los intempestivos cambios de ánimo, se intuye que algo anda mal, que tras esa aparente normalidad hay una tragedia mayor de la que no está dispuesta a hablar.
Con el protagonismo de la cotidianidad, que además es tratada con sencillez y realismo, además de una historia que únicamente insinúa y sólo al final habla directamente del drama en cuestión, esta película se puede antojar tediosa por momentos, como empantanada la mayor parte del tiempo en la tristeza de Esma y en la insatisfacción y rebeldía de Sara. Pero cuando se acerca el fin de la historia, todo esto se ve justificado por su dramático desenlace. Porque se trata de una película con un secreto que sólo al final se le revela al espectador y uno de sus personajes, por eso la insinuación permanente, por eso la sucesión de situaciones anodinas con una pesada angustia de fondo y por eso la sensación de tedio en algunos pasajes, porque todo es para preparar la dramática y descarnada elocuencia del desenlace.
De manera que al final nos damos cuenta de que, a la larga, lo que esta historia está contando es el necesario proceso de curación de una mujer y una sociedad después del sufrimiento y los traumas producidos por la guerra. Y el relato resulta claro y contundente con esta idea, apelando al realismo, a la cotidianidad y a la sugerencia. Como casi todas las películas que se refieren a la guerra, ésta es un alegato contra su horror y su crueldad, pero a partir de un punto de vista original y la construcción de un relato inteligente y conmovedor.
Publicado el 16 de marzo de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.