La historia no contada
Por Oswaldo Osorio
El cine es el principal texto de historia del siglo XX. No el mejor ni el más exacto, por supuesto, pero mucho de lo que sabe la gente de historia lo ha aprendido en el cine. Y de todos los acontecimientos históricos, es sin duda alguna la Segunda Guerra Mundial en el que más kilómetros de celuloide se han utilizado. Pero en este caso para el cine todo siempre ha estado muy claro: los Aliados eran los buenos y las fuerzas del Eje los malos, entre los cuales los nazis eran los peores. Además los alemanes de la época y los nazis siempre han sido sinónimos. Esta película se une a otras pocas que cuentan esta historia desde otro punto de vista.
Ya por películas como El barco (Wolfang Petersen, 1981) nos habíamos dado cuenta de que ni siquiera a todos los soldados alemanes se les podría considerar nazis. Muchos eran sólo unos peones más de una guerra más, donde apenas unos pocos conducían el país hacia la locura. La rosa blanca era el nombre de un grupo de resistencia civil conformado por jóvenes alemanes. Su historia da cuenta de que tampoco todos los alemanes eran colaboracionistas, como casi siempre lo ha mostrado el “texto guía” del cine.
Pero esta cinta, más que hacer una crónica apologética de esta organización y sus gestas, optó por un enfoque más simple y contundente para su esencia. Se concentró en una sola de sus integrantes, Sophie Scholl, y hace del grueso del filme un relato claustrofóbico y concentrado en la posición moral de su protagonista frente a la hecatombe que están viviendo. Buena parte de la película se reduce a las sesiones de interrogatorios a las que es sometida Sophie y por eso es una cinta donde la acción está en los diálogos.
La confrontación fundamental aquí está entre las ideas humanistas de la joven y los dogmas arbitrarios y crueles de su interrogador nazi. Con una sorprendente economía de recursos, el director deja en claro esos conceptos esenciales de libertad y autodeterminación que Sophie esgrime como los fundamentos de una sociedad realmente superior, frente al inhumano sistema de valores que defiende su contraparte. Resulta revelador el duelo de gestos mínimos y la batalla retórica, sólo matizada por el tono de las voces, en que estos dos personajes se tranzan, así como la forma en que, con sutileza y sin apelar a golpes de efecto, crece la fortaleza y convencimiento de Sophie, mientras el oficial duda y es presa de un disimulado desconcierto.
Hacia el final de la historia hay una irregular resolución, primero por ese juicio en el que torpemente el director hace de los nazis una caricatura, sobre todo del juez, tratando de insistir de forma elemental en que la justicia allí era sólo una farsa; pero después, recobra la sutileza y contundencia para hablarnos de emociones y sentimientos, ya con el encuentro de los jóvenes con sus padres, con ese último cigarrillo y con el fundido a negro que sólo nos deja oír cómo se desploma la guillotina.
En estos tiempos en que el cine y el mundo andan más desquiciados que nunca, el primero haciendo megaproducciones cargadas de efectos y el segundo horadado por múltiples conflictos y una tensión interna incluso en los más civilizados países europeos, entonces esta película resulta refrescante, por su sencillez y lo claro que plantea y desarrolla unas ideas que son esenciales, no sólo en el momento histórico al que hace referencia, sino a cualquier época que se le quiera aplicar.
Publicado el 13 de julio de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.