Leyenda costeña
Por Oswaldo Osorio
Si el cine colombiano es escaso, el costeño lo es mucho más. Ésta es una película regional que tiene sentido en tanto fue realizada pensando en la geografía e idiosincrásica de la Costa Atlántica colombiana. Es una película de costeños, con costeños y para costeños. Ésa puede ser su gran limitante con el público del “interior”, pero también es lo que la dota de un singular valor como una obra que logra dar cuenta, de manera integral y con conocimiento de causa, de un universo en particular.
En lo que su director no fue nada regionalista fue en los modelos que eligió para elaborar su película. Quién sabe qué tan consciente fue de ello, pero es inevitable pensar en Titanic cuando la anécdota de su argumento nos habla de un medallón y de un amor imposible entre chica rica y chico pobre que viajan rumbo a un legendario accidente; también es inevitable pensar en El proyecto de la bruja de Blair cuando uno de los recursos narrativos utilizados es una película encontrada al cabo de medio siglo.
Fueran conscientes o no, ambas películas son demasiado célebres como para no evitar cualquier referencia a ellas, y para el espectador pueden ser una presencia constante que estorba al espíritu general de la película. Porque sin duda es una película que, más allá de su evidente precariedad de recursos, es dueña de un espíritu, de una esencia que nos hace respetarla, no tanto como anécdota, pero sí por su hábil relato y por esa mirada y registro que hace del universo que crea y recrea.
No hay que temerle a los particularismos, al (inventemos un término) intimismo regional, porque siempre es posible aquello de la universalidad de lo particular, y esta película en buena medida consigue esa universalidad. Además, la manera como está contada, independientemente de las referencias previas, resulta no sólo atractiva sino muy eficaz. Ese juego con la leyenda, el video clip, la realidad, la ficción y el falso documental, está muy bien articulado a un relato que pocas veces decae.
Esta película es una pieza imperfecta pero en muchos sentidos valiosa, más incluso que muchos de los pretenciosos filmes de reconocidos directores. Además, el hecho de ser colombiana la hace todavía más relevante, no para ser indulgentes con ella, sino porque es necesario conocer nuestra cultura cinematográfica, la cual en los últimos años ha mejorado en cantidad y calidad, y todo gracias jóvenes directores como McCausland, Ricardo Coral Dorado, Raúl García o Harold Trompetero, que se obstinan en no dejar morir un cine que agoniza desde su nacimiento.