La mala televisión se toma el cine

Por Oswaldo Osorio

Podría pensarse que un gran sector del público colombiano es hipócrita cuando reniega de los temas sobre la violencia y la realidad del país en el cine pero luego los premia con la más alta audiencia al ser realizados para televisión. Así mismo, otro gran sector del público alega en general sobre la presencia de estos temas en la ficción nacional, echando en el mismo costal lo que hacen ambos medios, sin darse cuenta de que no se puede equiparar el tratamiento que hace uno y otro. De ahí el gran problema de esta película, que acaba de un tajo con la diferencia que existía.

Poco es lo que se puede decir de esta cinta, por eso es mejor aprovecharla como excusa para hablar del tema de fondo referido en el párrafo anterior. Lo primero que hay que dejar en claro, entonces, es que por su sistema de producción y el formato que lo define, un producto televisivo es muy distinto a uno cinematográfico. Mientras la televisión es producción en serie, que va dirigida a un público casi universal y está condicionada por el tamaño de la pantalla, los cortes comerciales y la presentación por capítulos, una película es un producto único en el que se invierte más tiempo y dinero, que va dirigido a un público más reducido y estratificado, y se presenta en gran formato y en solo dos horas.

Esto significa que el cine tiende a ser más reflexivo en cuanto a los temas que aborda y puede ser más complejo y profundo, por sus pretensiones de producto artístico y porque tiene a su público cautivo y concentrado. Además, por el tiempo y el dinero invertido, más el gran formato, tiene mayores posibilidades de crear una obra de valor estético y narrativo. La televisión, por su parte, debe manejar contenidos más simples y reiterativos para que el público entienda la historia durante meses; que también deben ser más llamativos para que nadie se pase de canal, y su concepción visual está limitada por el pequeño formato de la pantalla, así como la narrativa lo está por los cortes comerciales y la división por capítulos.

Es por todo eso que Sumas y restas (Víctor Gaviria, 2005) o El rey (Antonio Dorado, 2006), por ejemplo, no se pueden comparar con El cartel de los sapos y El capo. Mientras las películas tratan construir unos personajes en toda su complejidad y de explicar unos procesos (en la primera, la forma en que el narcotráfico permeó en la sociedad antioqueña y, en la segunda, el surgimiento y consolidación de los capos de la droga), las series de televisión, entre tanto, se concentran en la construcción de personajes arquetípicos que el público identifique con facilidad y en la trama cargada de intriga y acción.

Sin embargo, con Sin tetas no hay paraíso, ocurrió una desafortunada situación, y es que su director nunca tuvo en cuenta estas diferencias existentes entre los dos medios, además de que esta historia ya venía contaminada por tres adaptaciones a la televisión. Lo que se puede ver, entonces, es una película con todas las limitaciones y los vicios de la pantalla chica, desaprovechando así las posibilidades que siempre ofrece el cine.

Es por eso que se trata de una película esquemática en el tratamiento de su historia, sensacionalista al abordar el tema (la cirugía es la principal prueba de ello) y desarrollada dramática y visualmente con las limitaciones de un debutante en el cine que parecía tener más presentes su largo trabajo de libretista y las adaptaciones previas de este relato.

De ahí que asistir a esta cinta es como ver televisión en la pantalla gigante, porque está hecha con ese lenguaje básico y sintético propio de ese medio, que no permite dimensionar debidamente a los personajes y al relato, el cual parece articulado con saltos bruscos, como si le hubieran quitado los comerciales o unido los capítulos de la serie.

Incluso, las interpretaciones se ven perjudicadas también por ese simplismo y esquematismo, lo que sobre todo queda evidenciado en el trabajo de Fabio Restrepo, a quien se le vio en Sumas y restas y en García con una soltura y naturalidad que están por completo ausentes en esta cinta. Pero probablemente ese público que no lo vio en esas dos películas, sí acudirá en masa a verlo en esta nueva película, porque está más publicitada, porque es más de lo mismo y porque no le exige al espectador ni lo cuestiona en ningún momento, como sí lo hace el buen cine que aborda estos temas.

Publicado el 19 de Septiembre de 2010 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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