Buscando a Reina, a pesar del espectador
Por Oswaldo Osorio
¿Qué pasa cuando el espectador no se identifica con los protagonistas de una película, cuando no se emociona, cuando no siente suya la historia? ¿Es problema de la historia misma, de la forma en que está planteada o del espectador? Todas estas preguntas me las hice porque eso me pasó con esta película. Esto muy a pesar de la distancia que se supone debemos tener los críticos para poder razonar sobre un filme y argumentar nuestros juicios. Aunque justamente por esa racionalización es que me he hecho estas preguntas, porque me pareció una película tediosa y hasta exasperante, aunque reconozco que es un filme muy bien hecho en los demás aspectos cinematográficos.
Así que lo que diferencia a la crítica es que luego de decir que algo le gusta o no, debe explicar por qué. La explicación que encontré es sencilla: no me identifiqué con el protagonista, Marlon, porque su conflicto, que es lo que mueve la película y lo que hace que el espectador se enganche o no, es encontrar a su novia Reina, de quien se separó luego de llegar como ilegales a Nueva York. El problema es que dudo que muchos espectadores quieran que Marlon (y la película) superen el conflicto, porque eso sería renunciar a una mujer encantadora y hermosa con la que ahora está, y a un grupo de personas que son sus amigos y que lo tratan como si fuera de la familia, todo eso para volver a estar con la mujer mezquina y manipuladora que lo arrastró a aquel infierno por puro arribismo.
Las historias funcionan porque el espectador generalmente quiere que el protagonista logre su objetivo, que supere el conflicto. Pero no creo que éste sea el caso, aquí uno no quiere que Marlon encuentre a Reina, esa especie de femme fatale vulgar y primaria, lo cual es contrario a la tradición de las mujeres fatales, por eso no está revestida del encanto y el misterio característico de esta figura femenina del cine, quedando sólo en una arpía con la que difícilmente se pueda tener alguna empatía, ni ética ni cinematográfica.
Así que durante buena parte de la historia somos testigos de la obsesión del protagonista por esta mujer, una obsesión que desde el principio se evidencia que es deseo y no amor. Ya lo decía Woody Allen, ¿Por qué decir amor cuando se quiere decir sexo? Reina convenció a Marlon de robar a su familia y hacer aquel penoso viaje siempre con la promesa de satisfacerle, por fin, su deseo sexual. Por eso ésta no es la "heroína" que quisiéramos para nuestro "héroe", quien no lo es tampoco tanto, debido a su permanente falta de carácter y su elemental obsesión motivada por el deseo.
De otro lado, está el contrapunto de los flashbacks dando cuenta de la difícil y traumática travesía hacia el "paraíso" del norte. Este recurso funciona muy bien desde el punto de vista narrativo, pues le da un ritmo al relato que de otra forma no tendría, además le permite a la fotografía distintos registros que hacen más atractiva visualmente la cinta. Sin embargo, también se puede ver como una dispersión del relato, como segmentos que se alejan del centro de la historia para ilustrar una situación dramática que el espectador, no sólo ya la ha supuesto, sino que es harto conocida, sin que aquí se vea particularmente original o diferente.
Ahora, a pesar de estos reparos a la historia y a las motivaciones de sus personajes, no se puede negar que es una película con sobradas cualidades desde el punto de vista cinematográfico. Es evidente que Simon Brand es dueño de un gran sentido visual, un dominio de la puesta en escena para trasmitirnos lo que quiere, así como una certera dirección de actores, quienes en el filme responden muy bien, sin excepción, aun quienes interpretan clichés.
Ese talento cinematográfico, muy de la escuela Hollywood, ya se le había visto en Mentes en blanco (2006), pero en este caso sus imágenes precisas y por momentos poderosas están al servicio de una historia que, al menos en mi caso, careció de todo atractivo por estar protagonizada por esa pareja de personajes -que ni siquiera antihéroes- mezquinos o sin carácter.
Publicado el 1 de Febrero de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.