El desamor y un régimen oculto
Oswaldo Osorio
Esta película presenta una región casi inédita en el cine colombiano. Salvo por algunos cortometrajes que se hayan podido ver en festivales (varios hechos por el mismo director) y por el reduccionismo a los arquetipos que siempre muestra la televisión, poco se sabe de Santander, su color local y su gente. De eso es lo primero que se ocupa este filme, de recrear con soltura y autenticidad un cuadro de aquella región, el cual es animado por un doble conflicto que contribuye a entender mejor la naturaleza esa cultura.
El doble conflicto es, de un lado, uno íntimo, una historia de desamor, y del otro, un conflicto de contexto, la velada presencia de la violencia y de los paramilitares en pleno proceso de desmovilización de estos. Dicho de otra forma, a Willington se le casa la mujer de su vida con su propio primo, mientras que en la zona persiste el miedo y la incertidumbre, porque todavía hay indicios de violencia y no se sabe si los paracos todavía están o no.
Pero estos dos conflictos y las tramas que los desarrollan, aunque aparecen desde el principio, no lo hacen con toda claridad en el relato, como lo dictan las reglas de la narrativa clásica, pues al director le interesa primero dar cuenta de la esencia de sus personajes, la idiosincrasia de la región y la atmósfera visual y vivencial de aquel paisaje. Eso mismo que ya había hecho con tanta sutileza y elocuencia en cortos como Los retratos, El tiple, Naranjas y Completo.
Todos estos son trabajos donde la construcción de unos personajes y sus interrelaciones sociales, así como con el ambiente rural, se imponen sobre una trama que no necesariamente está definida por giros y estructuras. Por eso en sus películas especialmente sobresale el trabajo con actores naturales, de quienes sabe sacar la naturalidad y autenticidad que acerca al espectador mucho más a ese universo campesino de Santander, así como a una poética de la cotidianidad que lleva este acercamiento mucho más allá del simple cuadro de costumbres.
De la misma forma, en su ópera prima poco a poco va construyendo ese color local y la red de relaciones entre los personajes, con unos matices que solo da una narrativa que le podría parecer dispersa a quienes se aferran a las convenciones de la escritura cinematográfica. También paulatinamente, va subiendo la intensidad de los dos conflictos. El desamor de Willington aumenta ante la inminencia del matrimonio y por las confrontaciones con el prometido de su amada; y de otro lado, cada vez se conocen más los alcances de la presencia del paramilitarismo en la región y de su régimen oculto, un régimen que se impone con su violencia, con sus obligados tributos y hasta como ley, determinando normas y castigos.
De otro lado, hay un significativo elemento que lo cruza todo en esta película: la música. Y no solo tiene que ver con los temas compuestos por Edson Velandia, los cuales contribuyen con la misma expresividad a dar cuenta de una región que este músico conoce muy bien, sino sobre todo como tema y como sentimiento. La música siempre está presente: como leitmotiv de situaciones y diálogos, como ese vínculo que refuerza el frustrado amor entre Willington y Mariana, y como el mejor distintivo del protagonista, a quien le confiere una especial aura que lo diferencia de los demás en medio de toda esa rudeza y violencia (Habría que destacar también al personaje de Completo, un secundario entrañable y bonachón que ya había hecho parte de dos de los cortos de Gaona).
Se trata realmente de una singular pieza en el contexto del cine nacional, tanto por ser el primer largometraje santandereano como por el ya reconocible estilo de un director que logró lo que pocos: tener un prestigio como cineasta con un puñado de cortometrajes. También es singular porque es de las pocas películas que cuestiona con fuerza y habla abiertamente sobre el paramilitarismo, y aun así, no solo es una historia sobre el conflicto en el país, es también un lamento al desamor y un potente fresco sobre una región.
Publicado el 16 de octubre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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