Las mujeres, el miedo y la fuga
Oswaldo Osorio
El conflicto y la violencia están siempre en fuera de campo en esta película. El relato se concentra solo en los feroces y dolorosos indicios que deja esa realidad, así como en tres mujeres que han tenido que padecer esa guerra, ya como víctimas o victimarias. Tres mujeres que deciden sobrevivir y tratar de recuperar su autonomía y tal vez de nuevo la dignidad, aunque esto vaya a ser difícil ante la marginalidad que les espera en los destinos del desplazamiento citadino.
La primera película de ficción de Felipe Guerrero está precedida por dos documentales, Paraíso (2006) y Corta (2012), en los cuales este cineasta da cuenta de una vocación narrativa poco convencional. Hay en su estilo una suerte de cerebralidad que en el fondo conduce a la reflexión y la emoción. Eso ocurre en este nuevo filme, donde a partir de una cuidada concepción de la fotografía y las atmósferas sonoras entrelaza estas tres historias definidas por el miedo, el dolor y el silencio.
Una mujer lo pierde todo y en su fuga termina “adoptando” a una niña en sus mismas condiciones; la otra escapa luego de que violentamente se libera de quien la tenía esclavizada como botín de guerra; mientras la tercera hacía parte de un grupo armado y también se cansa de ser victimaria, aunque seguramente lo era porque nunca tuvo opción de ser otra cosa, una situación que también la convierte en víctima.
Tres mujeres en fuga que representan el mayor despojo del conflicto, esto es, la desarticulación de los hogares, la pérdida de seres queridos, las vejaciones físicas y sicológicas, la destrucción de su entorno social y el desplazamiento forzado. Aun así, el director decide no hacer explícita la violencia y la crueldad de la guerra como suele verse en el cine nacional. La violencia y la guerra están concentradas en ellas mismas, en su onerosa huida, en su mirada expectante y vacía, en sus gestos temerosos y, sobre todo, en su silencio.
Justamente lo más polémico de la propuesta de esta película puede ser ese eterno silencio que cubre a las tres protagonistas, algo que sin duda es un artificio, el cual puede conllevar a lecturas opuestas: de un lado, puede parecer poco verosímil que este tipo de mujeres, nacidas en este país tropical y ante su situación ni siquiera musiten, lo que además hace que el ritmo del relato sea de una menor intensidad de lo que ya es; de otro lado, puede también verse como un dispositivo emocional y narrativo que decidió utilizar el director para dar cuenta tanto de ese horror que llevan por dentro como de que ante su condición y lo que les ha pasado las palabras sobran.
El caso es que no es una película fácil para el público general, porque no le interesa la discursividad convencional, ni con las imágenes ni con los casi ausentes diálogos, tampoco lo es en el tempo que decide para su relato, algo más cercano a la contemplación que a la acción. Por eso se trata de un filme que obliga a la concentración, a completar las historias con todo ese fuera de campo y a reflexionar sobre la condición de las víctimas y en especial sobre la situación de las mujeres en la guerra.
Publicado el 3 de octubre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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