¿Cuántos patos feos son? ¿Son todos patos? ¿Cuáles serán cisnes?
Primero enfrentado a las dificultades de cuantificación real, luego abocado a la mendicidad frente al estado, sin herramientas de legitimación, y finalmente subido en una marea inestable de calidad, pero con más herramientas técnicas día tras día; el cortometraje colombiano se encuentra buscando su norte, sin saber aun cual fue su sur.
Por: Jaime E. Manrique
Laboratorios Black Velvet
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Antes de intentar un panorama sobre las temáticas del cortometraje colombiano en los últimos años, es indispensable poder establecer límites o al menos hacerse consciente de que no es fácil estrechar las fronteras y cercar el objeto de estudio. Según las cifras que en cada edición publican los principales eventos especializados en este formato en Colombia, al menos los que tienen impacto nacional y un recorrido mínimo (Festival Internacional de Cortometrajes y Escuelas de Cine El Espejo – Festival Internacional In Vitro Visual), al año reciben un promedio de 200 a 250 cortometrajes de producción o coproducción colombiana, si bien el tema de las coproducciones navega en la informalidad y depende de las reglas que cada uno de estos eventos tenga a su bien definir.
A esas cifras deben sumarse las selecciones de eventos como el Festival de Santafé de Antioquia a través de su Caja de Pandora y el Concurso de Video para Nuevos Creadores del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, pues pese a que existen según cifras de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de cultura, alrededor de 70 festivales en el país, el resto de eventos muy pocas veces ofrecen novedades que no estén referenciadas o descartadas en los ya nombrados.
Acudir a las cifras oficiales es aun más desmotivador en ese proceso de sumar de aquí y de allá, pues para las instituciones encargadas del cine en Colombia los únicos cortos que suelen existir son aquellos que se ganaron sus convocatorias y los que buscando ventas en salas de cine a la luz de la Ley 814 o algunos recursos por si acaso llegan a ser aceptados en un festival de la lista de Estímulos Automáticos del FDC, decidieron subirse en el papeleo y las exigencias burocráticas de la nacionalización y posterior clasificación. Al final cuando se contrastan las listas resultantes de esos procesos, descontando los ganadores del FDC, ni son los que están ni están los que son. Y aquellos que buscan ir a salas o efectivamente van, sencillamente son una minoría irrelevante y porque no decirlo, necesariamente olvidable.
La edición 9 de los Cuadernos de Cine Colombiano de la Cinemateca Distrital de Bogotá, publicada en 2007 y dedicada al cortometraje, buscaba a partir de dos extensos artículos recoger la situación del corto en Colombia hasta ese momento. En su segunda parte titulada “El sobresalto”, en el capítulo Lonchera de cortos, hacía evidente la importancia del trabajo realizado a partir de procesos pedagógicos, de esos cortos que vienen de las universidades y que suelen estar mas allá del simple trabajo de clase.
Es tal la importancia dentro de la evolución del corto, la del trabajo universitario, que festivales como San Sebastián, España, o la Cinefoundation de Cannes, Francia, solo consideran los trabajos de menor duración a la de los largos dentro de sus secciones, cuando estos hacen parte de procesos de aprendizaje en el marco de la educación superior. Y si se hace una búsqueda pormenorizada en los países con cinematografías emergentes que tienen algún nivel y continuidad en su producción, todos tienen al menos un festival de cortos de corte universitario. Basta ver la relevancia de VIART en Venezuela, donde Colombia ha sido varias veces protagonista en los últimos años.
Dentro del panorama nacional ese espacio había sido asumido con profesionalismo y visión por la Muestra Universitaria de Audiovisuales MUDA, la cual pese a llamarse 'muestra' tenía un espacio de competencia y varios niveles de reflexión que arrojaban interesantes resultados y evidencias del trabajo universitario, incluso muchos cortos se descubrían allí y luego hacían su tránsito por los festivales especializados. Sin embargo para el 2010 el evento dejó de hacerse por razones de sostenibilidad, dejando esta tarea a Ventanas Muestra Audio-Visual Universitaria, una creación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, que pese a realizarse continuamente desde 2005, aun no logra el impacto, la trascendencia y la creación de vasos comunicantes con el resto del sector audiovisual, para ser referente vital del trabajo y sobretodo un lugar en donde seguir intentando esa cuantificación tan necesaria.
Lo cierto es que basta nombrar algunos trabajos que nacieron en las entrañas del alma mater en la última década, para entender porque la inexistencia o ineficacia de eventos de este carácter es tan peligrosa, pues son los primeros llamados a hacer visibles procesos y talentos que a veces no creen aun en sí mismos. Títulos como Alma (2000) de Ciro Guerra,, Od el camino (2003) de Martín Mejía; La cerca (2005) de Rubén Mendoza, Xpectativa (, 2005) de Frank Benítez, Mil pesos colombianos(2005) de David Aristizabal, Sin decir nada (2007) de Diana Carolina Montenegro; Rojo red (2008) de Juan Manuel Betancourt, El pájaro negro (2009) de Iván Gaona o Cincuenta ( 2010) de Manuela Montoya, son una evidencia innegable.
Dentro del cine colombiano, mas aun después de la Ley de cine 814 de 2003, donde existen unos recursos para distribuir, todos los sectores y los diferentes grupos que representan a los trabajadores de diversos campos del cine han ido organizándose, unos más rápido que otros, unos con mayor respaldo instituciones gubernamentales, y otros con discursos ligeramente trasnochados, pero todos en la sana búsqueda de lograr mejores condiciones para su gremio y/o el género que representan.
Vemos así a los guionistas, sonidistas, productores, y trabajadores de la luz y la fotografía, en procesos asociativos sólidos y estableciendo niveles de intercomunicación con el CNACC (Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía) en la búsqueda de cada vez mayor representatividad. Por su lado documentalistas y animadores en los últimos dos años han logrado ser plenamente escuchados hasta lograr diferencias coherentes y pertinentes al interior de la Convocatoria del FDC (Fondo para el Desarrollo Cinematográfico).
En medio de ese proceso de maduración el cortometraje se encuentra en el mayor desamparo, pues lo que pudo ser un órgano representativo con 8 años de existencia, El Triciclo, Asociación de Nuevos Cineastas, en la medida en que sus miembros dieron el salto al largometraje, sus intereses se desbalancearon y las discusiones en torno a la evidente problemática de este formato, empezaron a sonar aburridas. Al sol de hoy El Triciclo se encuentra parqueado y sus miembros, en su mayoría despreocupados sobre su futuro. Al tiempo, han aparecido y desaparecido asociaciones de entusiastas estudiantes que se auto abogan la protección del corto, quienes al salir de sus carreras recuerdan que en la vida real, es difícil entregarle tiempo a un producto que no tiene mercado.
A eso basta sumarle que como no tiene dolientes, no existen webs especializadas, ni algún boletín digital que dé cuenta de su actividad, y los que aparecen, sin tener mayor conocimiento, están buscando poner cortos online, sin siquiera conocer las problemáticas del corto nacional. Y ni que hablar de espacios de discusión y crítica, más allá de los festivales, no existen. Por ello es permitido que el cortometraje al interior de la Convocatoria del FDC no tenga algún tipo de evolución, son estas las razones que permiten que la Dirección de Cine del Ministerio de Cultura hubiese hecho un estudio sobre el impacto del corto en salas hace un par de años, para tener como resultado autocomplaciente lo que todos sabemos falso, que los cortos antes de los largos son apreciados y le gustan al público. Y es esta falta de legitimidad, culpa nuestra y de todos los realizadores, la que permite atropellos de mercado en los muchos canales locales, regionales y hasta nacionales que en vez de comprar cortos, contratan algún incauto enamorado del cine, para que se invente un concurso o haga programas de cortos sin pagar un peso por su emisión.
Acercándonos al panorama temático, la primera división que debe hacerse, es una que por géneros nos diga en qué estado estamos. Y aquí empieza todo a aclararse o al menos a difuminarse por descarte.
El caso del cortometraje documental es de los más dolorosos, pues siendo un país con una tradición y una trayectoria documental de tan valiosa importancia y con tan memorables resultados, al parecer el género mismo genera dificultades para el producto corto. Pues aquellos proyectos que logran estar por debajo de los 30 minutos, duración máxima clásica internacional para los cortos (no vamos a abordar el absurdo de los tiempos según la legislación nacional), no logran ser producciones integrales, se quedan a medio camino entre la propuesta y el desarrollo y la mayoría buscan los 52 minutos que les permite la explotación comercial. Aquellos que se encuentran por debajo de los 30 suelen ser planos en su lenguaje, mucho más cercanos a lo televisivo-informativo y radicalmente distantes de ser propuestas cinematográficas documentales.
Apartándose de esos casos, que son la gran y espesa mayoría de los cortos documentales, es clave resaltar los resultados de los Talleres Varan a comienzo de la primera década del siglo, donde No hay cama pa´tanta gente (2000) de Hemel Atehortúa y Esperando (2002) de Elizabeth Avila, Daniel Luque y Augusto Rozo son memorables por la frescura y el acercamiento natural a sus protagonistas. Entre 2003 y 2007 cuatro títulos son vitales para comprender las posibilidades inexplotadas y la variedad palpable: Pequeñas voces (2003) de Jairo Carrillo, y Fotosensible(2006) de Jenny Fonseca y Carolina Villarraga, donde a partir de relatos densos y dolorosos, cada uno en su propia búsqueda, decide llevar la realidad a la animación. Mientras C.C. 57 millones de Aracataca (2004) de Yassira Yineth Hernández y Welcome a Tumaco (2005) de Natalia Rueda y Ángela Ramírez, se empecinan en hacer que sus personajes sean transmisores de emociones, a veces demasiado lejanas para el espectador, pero siempre penetrantes y reflexivas.
Para los últimos años es complejo encontrar un grupo de títulos que sean verdaderos representantes del género, no por ello debe dejarse por fuera un trabajo de 2008 que simboliza frente a la escasez el ideal de esos trabajos que casi nunca aparecen, Migración deMarcela Gómez Montoya, una exploración que nos lleva a las entrañas familiares de la directora, para entender a través de las nuevas formas de comunicación, el significado del desarraigo.
El caso de la animación es completamente diferente, la cantidad de piezas cortas es abrumadora, la mayoría experimentos en función de apropiarse de la técnica y muy pocas verdaderas narraciones, pero casi todas evidencias de un talento y potencial impresionante, no por nada Proexport, la vicepresidencia y el SENA han apostado al desarrollo de programas que busquen canalizar todas estas capacidades; sin embargo aquí es donde el problema de los guiones más palpable se hace, demasiada forma, poco contenido.
Aunque trabajos como El último golpe del caballero (2004) de Juan Manuel Acuña, Los ciclos (2005) de Juan Manuel Acuña, La escalera (2005) de Andrés Barrientos, Vivienda Multifamiliar (2006) de Andrés Forero, o En agosto (2007) de Andrés Barrientos, Carlos Reyes, presagiaban el nacimiento de talentos que pronto nos deslumbrarían con el desarrollo de una obra, lo cierto es que entre el tiempo que consume dedicarse a la publicidad, construir o nutrir empresas sostenibles y las pretensiones por ser directores de imagen real, muchos de estos animadores no han generado un trabajo personal constante.
Y aunque en medio del centenar de creadores que con un equipo mínimo y un par de programas, están montando propuestas habitualmente, es difícil saber quiénes pueden traer sorpresas; lo cierto es que nombres como Maria Arteaga (Corte eléctrico, 2008), desde Barcelona el colombiano Muyi Neira ( Impecable, 2008); Manuel Pérez Trilloz (El mercader de sueños, 2009), Diana Carolina Sánchez (Mariposa Nocturna, 2009), Pavel Molano Rincón (Mocos, 2010) o Alejandro Riaño (Violeta, 2010), son algunos que no se deben perder de vista.
Por su parte el universo del corto experimental requiere pinzas, pues son muchos los trabajos que se autodenominan experimentales y no son más que búsquedas documentales y ficciones que antes de resistirse a morir por su incapacidad de llegar al final como originalmente se concibieron, fueron recargadas de efectos y sometidas a montajes incoherentes que las convirtieron el monstruosidades del audiovisual joven colombiano.
Adicionalmente, luego de la desaparición de Artrónica ya hace algunos años, frente a la intermitencia pública de Experimenta Colombia y con la dificultad de trazar una línea más gruesa entre el videoarte más clásico (aquel que se exhibe en una única pantalla sin intervención externa) y el corto experimental, el espectro se reduce dramáticamente. Con claras búsquedas estéticas y densas propuestas narrativas, son memorables en los últimos años por su solidez trabajos como +30-29 (2004) de Cristian Corradine, Ojo de pez (2007) de Gabriel Vargas, Unheimlich (2008) de Juan Manuel Escobar, La paradoja de arrow (2009) de Jorge Caballero y Línea de tiempo(2009) de Fernando López, siendo este último uno de los más exitosos trabajos del género experimental, logrando incluso acercarse a los más neófitos públicos del cortometraje.
El de la ficción es el caso más amplio, o al menos donde se circunscriben más cantidad de trabajos, eso mismo ha permitido que existan mayores referencias sobre su estado e incluso críticas más profundas en torno a las obras que mayor relevancia o interés han despertado. De hecho el cortometraje de ficción es donde Colombia ha logrado una cantidad más amplia de reconocimientos en festivales internacionales, desde el Cannes del corto, Clermont Ferrand, hasta una cantidad importante de eventos especializados alrededor del mundo.
Sin embargo lo cierto es que la calidad temática, la fuerza argumental y el poder de las historias, no se ha mantenido en una evolución constante, la fuerza de trabajos anteriores al 2006 como Alguien mató algooLa última inocencia (2000) de Jorge Navas, Cuando vuelvas de tus muertes(2001) de Carlos Mario Urrea, Moñona (2002) de Mauricio Pardo,, La vuelta de hoja (2003) de Carlos Hernández, Martillo (2004) de Miguel Salazar, La cerca ( 2004) de Rubén Mendoza, Xpectativa (2005) de Frank Benitez, Elia (2005) de Carlos Ramírez, y Ciudad crónica (2006) de Klych Lopez, no ha visto una evolución que sea realmente consecuente con lo que se presagiaba en aquellos años, aunque podría resultar prematura una observación tan oscura, teniendo en cuenta la lentitud de los procesos en Colombia. Lo cierto es que las cosas no han desmejorado con una evidencia tangible y desalentadora, pero no han aparecido tantos nuevos talentos, como lo requiere un semillero fuerte que presagie un futuro mucho más sólido, sobre todo para una cinematográfica emergente que a razón de mejores taquillas anuales cuenta con mejores fondos desde lo público.
Es cierto que algunos de estos directores dieron o están por dar su salto al largometraje, y adicionalmente han seguido presentando obras cortas de vital importancia. Navas y Mendoza ya dejaron ver sus operas primas (La sangre y la lluvia, 2009 – La sociedad del semáforo, 2010), y difícilmente veremos más cortos suyos; aunque vale la pena destacar el DVD lanzado por Rubén Mendoza (Los paramédicos también se mueren, 2010) al tiempo que estrenaba su largometraje, donde hacen la aparición tres trabajos nuevos de cortometraje que hablan de su fuerza expresiva, del deseo por construir realmente una obra y también de los altibajos propios de un director que está buscando el tono de su voz, ellos son El reino animal, La casa por la ventana y El corazón de la mancha.
De ese grupo de directores anteriores a 2006, otros dos casos incluyen acercamiento al largo y obras de corto interinas. Carlos Hernández luego de su ejercicio de suspense urbano, logra un poético y reflexivo corto que ha logrado un recorrido internacional envidiable, Marina, la esposa del pescador (2010); y su guión para largometraje Lombriz (con B larga y Z) ya ha comenzado un proceso de desarrollo solido. Por su parte Klych López, casi inmediatamente después de su oscura crítica a la desvergonzada forma en que funcionan los medios de comunicación, gracias a un concurso de televisión por cable, nos deja ver en 2007 Collar de perlas, un corto que sostiene su claridad narrativa como director y al mismo tiempo es inquietante sobre la condición humana; en el segundo semestre de 2011 espera rodar el largometraje San Andresito, proyecto que ya cuenta con el estimulo del producción del FDC. Ambos directores esperan rodar antes de los largos, al menos un cortometraje más, La sonrisa de Dios y Calladita se ve más bonita, respectivamente.
Hasta aquí es evidente que la pluralidad de historias, la particularidad de las miradas y en esencia la misma diversidad narrativa, al igual que sucede en el largo colombiano, nos impiden formalmente en el corto hablar de coincidencias o líneas temáticas que sean una marca generacional o algo por el estilo; pero si nos dejan ver que aquellas apuestas que se acercan radical o tangencialmente por los más definidos sub géneros de la ficción y los proyectos que cuentan con mejores historias que derroches técnicos, son las llamadas a marcar la historia reciente del corto en Colombia.
En ese mismo orden de ideas, los últimos cuatro años nos revelan nombres de directores que con sus primeros trabajos ofrecen esperanzas y se convierten es promesas de un cine colombiano que sin dejar de ser esencialmente particular y coherente con su origen, se pueda también acercar al público sin pretensiones crípticas o reflejando temores adolescentes que no aportan a lo cinematográfico. Juan Manuel Betancourt (Rojo red, 2008) y Juan DiazB (By Night, 2010), parecieran dispuestos a lograr proyectos que permitan hacer coincidir la técnica, el talento e historias formalmente aventajadas en un solo lugar. Pablo González, responsable de la acertada trilogía de cine negro llamada El día negro, compuesta por Hoy es un día distinto (2006), Juntos es suficiente (2007), y Esto es un revolver (2010) junto a la conmovedora exploración de los sueños perdidos, Leave Not a Cloud Behind (2009), se revela como un director capaz de construir personajes sólidos e historias atractivas donde ellos funcionan orgánicamente.
De otra parte Carlos Serna (En legítima defensa, 2008), Santiago Trujillo (No todos los ríos van al mar, 2008), David Villegas ( Donde el viento se devuelve, 2008) y Joan Gómez (Asunto de gallos, 2010), parecen ser capaces de recoger la tradición de un cine con tinte social, pero donde son evidentes sus propios aportes. Como representantes de un grupo de directoras que no solo han demostrado sensibilidad en sus trabajos, sino que también ofrecen una visión refrescante en sus intereses, además de hacer demasiada falta en el camino del largo, es vital estar pendiente de los próximos trabajos de Camila Jiménez Villa (Olas, 2008), Diana Carolina Montenegro (Sin decir nada, 2008), Laura Mora ( Brotherhood, 2009), Tatiana Villacob (Dolores, 2009) y Cristina Escoda (Alijuna, 2010).
Y finalmente, sumergidos en búsquedas de mayor densidad, donde el fondo moral de los personajes es difícil de tocar pero su multidimensionalidad palpable en la pantalla, además de contar con historias arrolladoramente intimistas y una fuerte capacidad contemplativa, se encuentran tres jóvenes directores, Martin Mejía (Od el camino, 2003 - A story of Johan, 2008), Franco Lolli (Como todo el mundo, 2007) y Luis Fernando Villa ( Lunes, 2010).
Lo evidente al ver todos estos nombres, que parecen muchos y que son en realidad una pequeña porción de todo el universo de creadores en proceso de fermentación, es que cada vez es más claro y se revela aun más desde sus obras, que demasiados, incluso tanto que sobran, son los llamados y muy pocos los elegidos; y los elegidos suelen no tener deseos tan básicos como “querer estar en el cine”, el cine y las imágenes son su forma de vida y respiración. Quizá la línea que atraviesa y una a la mayoría de estos personajes es una pasión por narrar y no por parecer gente del cine, de allí es de donde salen los cineastas.