El haber formulado este Decálogo no significa que me rija por él conscientemente. Son reglas que de cierta forma emanaron de mi trabajo y en modo alguno le preceden. Además, todos los mandamientos ahí están para ser transgredidos y trascendidos (que no obviados). Más también existe otra regla más, y transgredirla (u obviarla) es aniquilador para cualquier artista: nunca pongas tu trabajo al servicio de otra cosa que de la libertad.
1. Nunca olvides que poesía sólo hay una. El peritaje experto y profesional es el contrario de la poesía. Antes de ponerte a rodar una película, escribe una poesía, pinta un cuadro, haz un collage, escribe una novela o un ensayo, etc. Solamente si cultivas la universalidad de expresión tendrás la garantía de rodar una buena película.
2. Entrégate sin reserva a tus obsesiones. No tienen cosa que tenga más valor. Las obsesiones son relictos de la infancia. Y precisamente de los abismos de la infancia provienen los más grandes tesoros. En esa dirección, siempre se debe mantener la puerta abierta. No importan los recuerdos, importan los sentimientos. No importa la conciencia, importa el inconsciente. Deja que ese río subterráneo fluya por tu interior. Concéntrate en él, pero al mismo tiempo, relájate al máximo. Al rodar una película, tienes que estar “sumergido” en ella las 24 horas del día. Entonces, todas tus obsesiones y tu infancia entera se trasladarán al film, antes de que llegues a darte cuenta de ellos conscientemente. Tu película será un triunfo del infantilismo. Y de eso se trata.
3. Sírvete de la animación como de una operación mágica. Animación no quiere decir mover cosas inanimadas, sino dotadas de vida. Mejor dicho, su despertar a la vida. Antes de animar un objeto en la película, intenta comprenderlo. En modo alguno comprender su función utilitaria, sino su vida intima. Los objetos, sobre todo los objetos vetustos, fueron testigos de diversos sucesos y destinos que dejaron en ellos su impronta. En diferentes circunstancias fueron tocados por hombres dominados por diversas emociones que dejaron imprimidos en ellos sus estados síquicos. Si aspiras a visualizar estos contenidos ocultos mediante la cámara, debes escucharlos con atención. En algunos casos, durante largos años. Primero debes ser un coleccionista, luego cineasta. El don de la vida mediante la animación debe transcurrir de forma natural. Debe partir de los objetos, no de tus propios deseos. Nunca violes los objetos. No narres tus propias historias a través de los objetos, sino las historias que son las suyas.
4. Confunde constantemente el sueño con la realidad y viceversa. No hay transiciones lógicas. Entre el sueño y la realidad hay solamente un brevísimo gesto físico: levantar y cerrar los párpados. En la ensoñación diurna, incluso este gesto huelga.
5. Al momento de decidirte a qué concederás la preferencia -a la visión ocular o a la vivencia somática-, cede siempre la prioridad al cuerpo, ya que el tacto es un sentido más antiguo que la vista y es una experiencia más fundamental. Además, en la civilización audiovisual contemporánea, el ojo está notablemente cansado y “deteriorado”. La experiencia del cuerpo es más autentica, libre del lastre del estetismo. nunca debes perder de vista el punto de fuga que es la sinestesia.
6. Cuanto más profundices el argumento fantástico, tanto más realista deberás ser en los detalles. Aquí te conviene apoyarte plenamente en la experiencia del sueño. No tengas miedo a caer en las “descripciones aburridas”, las obsesiones pedantescas, los “detalles insignificantes”, lo documental, si es que quieres convencer al espectador de que todo cuanto está viendo en la película le concierne íntimamente y no es cosa ajena a su mundo, sino algo en lo que está “metido hasta las orejas” sin estar consciente de ello. Debes convencerte de ellos. Valiéndose de cuantos trucos tengas en tu posesión.
7. La imaginación es subversiva, porque opone lo posible a lo real. Por este motivo, sírvete siempre de tu imaginación más desenfrenada. La imaginación es el don más significativo de cuantos haya recibido la humanidad. No fue el trabajo, sino la imaginación lo que ha humanizado al hombre. Imaginación, imaginación, y más imaginación.
8. Escoge siempre temas con los que tengas una relación ambivalente. La ambivalencia siempre debe ser suficientemente fuerte (profunda) e irreversible, para que puedas avanzar sobre su filo sin caer de uno u otro lado o, al contrario, puedas caer al mismo tiempo de ambos lados. Sólo así conseguirás evitar el error más grave, que es un film de tesis.
9. Ejercita tu trabajo creador como un recurso de autoterapia. Esa actitud antiestética acercará tus obras a las puertas de la libertad. Si la creación tiene algún sentido, no puede ser otro que el de liberarnos. Ninguna película (lo mismo rige para un cuadro o una poesía) puede liberar al espectador sin aportar ese mismo alivio al propio autor. Todo lo demás es asunto de “la subjetividad general”. La creación artística como liberación permanente.
10. Prioriza siempre la creación, la continuidad del modelo interior o del automatismo psíquico frente a cualquier ocurrencia. La ocurrencia -incluso la mejor posible- nunca puede ser motivo suficiente para que te sientes tras la cámara. La creación no es tambalearse de una ocurrencia a otra. La ocurrencia tiene su lugar en el trabajo creador únicamente en el instante, en que hayas asimilado perfectamente el tema que deseas expresar. Solamente a partir de ese momento puede tener buenas ocurrencias. La ocurrencia es parte del proceso creador, no un impulso para el mismo.
Nunca trabajes, improvisa siempre. El guion es relevante para el productor, no para ti. Es un documento facultativo, al que recurrirás solamente cuando te falle la inspiración. De sucederte más de tres veces en el curso del rodaje, es una señal: o bien estás trabajando en una película “mala”, o bien has terminado.