Con la tristeza del fin del mundo
Lars Von Trier es uno de esos cineastas con los que uno nunca tiene escapatoria. No es posible alguna vez salir de sus películas sin el peso de fuertes sentimientos. Y esta sensación ocurre para bien o para mal, porque unas veces se puede salir tan fascinado, por las honduras de la naturaleza humana a las que puede acceder con su cine, como otras tantas fastidiado, por el sadismo con sus personajes y una evidente manipulación de las emociones.
En esta película hay de las dos cosas, pero sin duda es mayor la sensación de fascinación por ese intenso y triste poema al pesimismo que escribe con esta historia. Y llega a ese pesimismo, al nihilismo más patente que solo el fin del mundo podría lograr, a través de la melancolía, esa tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, que es como la define el diccionario sin ahorrarse adjetivos.
Justine, recién casada y vórtice de aquellos adversos sentimientos de los que todos terminarán contagiándose, no puede estar feliz ni siquiera la noche de su boda. Mal presagio para una vida que empieza en un mundo que se acaba. La melancolía, tanto la que ella siente como el planeta de ese nombre que se cierne sobre la Tierra, hace un doble viaje, desde el interior de Justine hacia afuera y desde el cosmos hacia el mundo que ella habita. Esta cinta da cuenta de esos dos viajes y su inminente choque.
Lars Von Trier nunca ha visto la vida y el mundo que habitamos con buenos ojos. Lo que le ocurre a Justine y al planeta entero es una forma extrema de ilustrarnos el sinsentido de la existencia, la vacuidad de nuestras acciones diarias. Casarse, tener una mansión, procrear u odiar al ex marido, eso es insignificante ante el vacío que todo en últimas representa, ante el destino de muerte inexorable que a todos nos aguarda. Es posible que la mayoría de espectadores nunca sientan esto, pero con esta película, sin duda, lo entienden, y de eso se trata el cine.
Lo del fin del mundo es una idea poderosa y aquí representada con unas imágenes igualmente sobrecogedoras. Pero es un buen ejemplo para insistir en la dudosa naturaleza de los dramas de este director, quien quiso quitarle todos los artificios al cine con el movimiento Dogma 95, no obstante, esos artificios que quitó a la puesta en escena mediante un decálogo, se los ha puesto a sus dramas: padres que violan a sus hijos, una ciega traicionada y condenada a muerte, ultrajadas hijas de mafiosos que mandan aniquilar a todo un pueblo, etc. Y el fin del mundo es la más artificial de las ideas que se le han ocurrido para potenciar un drama interior.
Artificial pero, hay que admitirlo, funciona de forma desconcertante. Por eso, aunque no dejen de molestar sus métodos, extravagancias y movidas provocadoras, es inevitable reconocer la genialidad de este director danés. Y en esta película consigue verdaderamente crear un completo y complejo mundo en una mansión y con unos cuantos personajes, que bien pueden representar al mundo entero, viviendo una situación al límite y dando cuenta de unos estados de ánimo y unas emociones que se le revelan como certezas al espectador.
Publicado el 8 de abril de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín.
TRÁILER