¿Quién puede juzgar el sexo por el sexo?

Por Oswaldo Osorio

Steve McQueen era el actor más duro del cine de acción de los sesenta. El director de esta película también es un hombre con un cine duro, pero a pesar de la coincidencia en el nombre, ambos se encuentran en las antípodas: el actor era un galán rubio y gringo que demostraba su dureza con los puños, las motos y las armas, mientras el director es un inglés negro cuya dureza está en sus temas provocadores y su tratamiento confrontador.

Con solo dos largometrajes, ya es considerado como uno de los más importantes directores del momento y una de las promesas del cine mundial. El primero fue Hunger (2008), un áspero relato sobre la huelga de hambre que hace un prisionero político en una cárcel irlandesa. Y este segundo filme, protagonizado también y con la misma intensidad por Michael Fassbender, es sobre un hombre adicto al sexo.

Hay muchas maneras de hablar sobre la adicción sexual, pero McQeen se decide por el camino más escabroso, por el menos comercial y complaciente, el de la culpa. Ya desde el título (vergüenza) lo anuncia: el asunto aquí no es describir la vida y placeres de un adicto sexual (aunque también), sino concentrarse en el lado sórdido que esto tiene y la forma como atormenta a los sujetos en cuestión.

Y es que aquí, a falta de uno, parecen dos los que viven con esa intermitente vergüenza. Pues cuando su hermana entra de nuevo a su vida, con unas prácticas similares a las suyas, este hombre se siente más señalado por lo que hace. Entonces, lo que era una culpa intermitente, que solo lo asaltaba de vez en cuando, se convierte en una acusación latente y permanente. Ese es el sentimiento que la película descarga durante casi todo el metraje sobre el espectador.

Es un sentimiento incómodo, para el público y para los personajes. Y ese sentimiento es el que sostiene esa atmósfera enrarecida que con habilidad sabe construir el director, sobre todo por vía del constante desasosiego del protagonista, quien parece un triunfador en la vida (léase en el trabajo), pero la otra vida, la del equilibrio emocional y la de las relaciones afectivas, es incierta y resquebrajada. Prueba de ello es la conflictiva relación con su hermana y el fracaso de la única relación sexual que iba tener sin que mediara el dinero o una perversión.

Además, esta atmósfera y el inquietante tema, son potenciados por aspectos como las sólidas interpretaciones, o la austeridad de los espacios, que en su despersonalización despojan de emociones verdaderas a estos personajes, y también son potenciados por una contundente puesta en escena, en la que el director, a partir de largos planos secuencia, saca lo mejor de sus actores y la situación dramática propuesta.

De manera que se trata de una película ante la que nadie, para bien o para mal, puede quedar indiferente. Porque el director nos confronta con un tema culposo y lo trata con seriedad, no nos permite identificarnos con los personajes, pero nos involucra en sus dilemas emocionales y morales, y por último, no juzga a sus personajes, pero nos pone a prueba para que tal vez sucumbamos a juzgarlos.

Publicado el 18 de marzo de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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