Mentiras tecnológicas en el cine de acción
Por Oswaldo Osorio
El cine es ilusión, esa es su esencia en todo sentido: son imágenes fijas que percibimos con la ilusión de movimiento, son luces y sombras proyectadas en una pantalla que crean la ilusión de realidad, y pueden ser lugares y personajes inexistentes y fantásticos que materializan universos ilusorios. Esta gran ilusión es posible gracias a los medios tecnológicos que, desde hace 115 años, ha ido desarrollando el séptimo arte. No obstante, si bien ahora todo está permitido para ser creado, solo existe una condición: la verosimilitud, y eso es justamente lo que está perdiendo el actual cine de acción.
Si bien esta reflexión surge a propósito de la última película de Tom Cruise y Cameron Díaz, Encuentro explosivo (James Mangold, 2010), se trata de una tendencia del cine de acción de los últimos años. Por ejemplo, que el petiso pero fornido señor Cruise, apenas con un leve giro, salte del techo de un automóvil, a través de la estrecha ventanilla, al asiento delantero, o que en una moto a gran velocidad tome a su pasajera y, con un movimiento tan veloz como un parpadeo, la siente en frente suyo, son dos acciones que, efectivamente, ocurren ante los ojos del espectador, pero que también todos, de inmediato, tienen la certeza de que tales cosas son físicamente imposibles, que sutileza o credibilidad de la ilusión se ha convertido en una descarada mentira.
Decía André Bazin que lo que gusta al público del cine fantástico es su realismo, es decir, la contradicción entre la objetividad de la imagen y el carácter increíble del suceso. Pero esto sólo aplica para el cine fantástico (ciencia ficción, fantasía y horror), en el que el espectador debe aceptar que un hombre vuele, desaparezca o se mueva tan rápido que el tiempo se detiene. La razón de ser de otros géneros, en cambio, entre ellos el cine de acción, es el realismo respaldado por la verosimilitud, es decir, que sea creíble todo lo que ve.
El punto de quiebre que en este sentido el cine actual está experimentando, es a causa de los actuales avances tecnológicos, en especial las nuevas posibilidades ofrecidas por la imagen digital, es decir, aquella que no es producto de lo registrado por una cámara, sino que puede ser creada o manipulada por computador. Entonces películas como Encuentro explosivo, Agente Salt, Crank o Los ángeles de Charlie, por ejemplo, lo que han hecho es forzar las leyes de la física y la lógica del mundo real que pretenden recrear, para llevar al extremo la espectacularidad de las acciones y las destrezas de sus héroes. Y lo más irónico es que ya no necesitan dobles, porque la pantalla verde y la imagen digital lo pueden todo en la comodidad y seguridad de un set de grabación.
El problema con esto es que el atractivo de los héroes de acción y sus hazañas depende, en buena medida, de que el espectador crea que eso es posible por las habilidades mismas del héroe, no por los trucos tecnológicos del cine. Es por eso que la saga de Jason Bourne o las últimas dos entregas de James Bond han resultado mucho más populares y exitosas que tantas cintas de súper héroes que últimamente se han hecho. Porque en estas película los personajes ejecutan sorprendentes acciones, pero posibles, registradas con la cámara como si realmente hubieran ocurrido con la verosimilitud necesaria. Y si hay efectos, estos se mantienen en los límites de la ilusión, y no del burdo artificio que se aprovecha de la perfección técnica y visual para impactar de manera facilista e incluso gratuita.
Entonces, si el cine de acción no es verosímil, si el espectador, a pesar del realismo de la imagen, que ya todo lo puede hacer, “no se la cree”, entonces se pierde la esencia de este género, que no es otra que crear la ilusión de que estos héroes y sus hazañas son posibles. Y en definitiva, todo este asunto se reduce al eterno problema de la relación del cine con la tecnología, que hay realizadores que usan esa tecnología como un recurso más del lenguaje del cine para contar una historia o desarrollar unas ideas, mientras que otros son apenas hábiles artesanos con los efectos especiales que, en su desconocimiento de la esencia del cine o como concesión a la taquilla, los usan como un fin y no como un medio, como la luz que resplandece y no que ilumina.
Publicado el 23 de julio de 2010 en el periódico El Colombiano de Medellín.