Pinches flacas

Por Oswaldo Osorio

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Es admirable la forma en que esta película da cuenta de la idea de los desórdenes alimenticios desde dos sentidos opuestos: la dieta y el ayuno, es decir, lo corporal y lo espiritual, pero al mismo tiempo, las muestra como dos cosas idénticas en su carácter de prácticas aberrantes. Por eso ésta podría ser una cinta perfecta para una campaña contra la anorexia, debido a lo contundente de su “mensaje”, sin embargo, está construida de manera que sus valores cinematográficos, sobre todo la creación de atmósferas y construcción de personajes, no hagan concesiones al simple proselitismo sobre el tema.

En esta cinta hay tres mujeres con problemas con la comida: la madre, que es la clásica anoréxica, aún a su edad; la hija, quien no quiere dejar de comer a pesar de la presión de su madre, porque supuestamente está gorda y “a los gordos no los quiere nadie”; y la monja, que cree que dejando de comer terminará esa lluvia incesante que tantas tragedias ha ocasionado. La comida, entonces, se convierte aquí en un problema mayúsculo por cuestiones sociales y sicológicas. Desde la perspectiva de estas mujeres, la comida no es una cuestión fisiológica, sino social y teológica, al punto de ser, no la fuente de alimento y salud, sino como un pecado, un placer culposo y una carga para el cuerpo y el espíritu. 

La película toda es una dura crítica contra estas prácticas (no) alimenticias. De forma directa y explícita pone en evidencia el absurdo culto a la figura y las crueles formas que toma esta imposición, todo con el único fin de ajustarse a unas normas sociales y culturales impuestas sólo hace unas décadas, en especial por vía de la publicidad. Se trata, prácticamente, de una denuncia que expone esta aberrante mentalidad y sus trágicas consecuencias, sin que estas mujeres se enteren de lo superfluo y peligroso que en esencia resulta todo este asunto.

Pero la principal virtud de la cinta mejicana es que no trasmite este mensaje como una cantaleta a la manera de las campañas institucionales. En ella se puede ver la sólida construcción de un relato abordado por diversos frentes. Incluso los personajes secundarios, como el esposo con su amante de generosa figura, contribuyen a la contundencia de la tesis planteada, pero por vía de una trama bien construida y poblada de personajes que son armados con fuerza dramática y verosimilitud.

Adicionalmente, estamos ante un filme con una consecuente solidez en su propuesta visual. Ya el solo elemento de la lluvia permanente determina un “clima” en todas las imágenes, en la luz neutra y casi lánguida que generalmente se usa y en los ambientes y atmósferas que recrea, igualmente densos y opresivos, en el caso del convento, o pálidos e inhóspitos, en el caso de la residencia familiar. El asunto es que en ambos espacios, por vía de la iluminación y la ambientación, aun siendo elaborados con elementos contrarios (luz/oscuridad, decorados modernos/ decorados viejos), consiguen verse con la misma atmósfera malsana y enfermiza, la cual enfatiza el estado de ánimo y el conflicto de los personajes.

Se trata, pues, de una película que planeta una idea clara de forma irrebatible, y lo hace apelando a recursos propios del cine, más que a discursos aleccionadores. Justamente allí es donde radica su contundencia, en esas imágenes que nos sumergen en un ambiente muy específico, en unos personajes con un drama tal que puede empujarlos a la muerte o a la locura, y en un relato orgánico que sabe estructurar una serie de personajes y episodios todos en función de esa idea básica.

Publicado el 21 de Noviembre de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.

 

FICHA TÉCNICA

Dirección: Simón Bross.
Género: Drama.
Guión: Ernesto Anaya y Simón Bross.
Producción: Juan E. García y Mónica Lozano.
Música: Daniele Luppi.
Fotografía: Eduardo Martínez Solares.
Reparto: Interpretación: Ximena Ayala, Elena de Haro, Marco Antonio Treviño, Alejandro Calva, Mónica Huarte.
México – 2007 - 101 min.

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