El violento amor por el placer
Por Oswaldo Osorio
Desde hace mucho el término libertino tiene una connotación de reprobación moral, de conducta social impropia. Pero hubo un tiempo en que ser libertino era casi una virtud, un comportamiento social aceptado y ostentado con orgullo. Ese tiempo era el de la Restauración, en la Inglaterra de 1660. Esta película es una biografía de uno de los más célebres libertinos de la historia, John Wilmot, segundo conde de Rochester, quien disfrutó del beneplácito social a causa de sus excesos, pero que también vivió las consecuencias de un comportamiento que lo llevó a tocar fondo. Ésta es la historia de esa transformación.
A manera de introducción y epílogo, la película tiene un monólogo donde el conde hace su declaración de principios y advirtiéndole a la audiencia que él no les va a agradar. Pero se dirige, por supuesto, a la audiencia del siglo XXI, ésa que levantaría su ceja al escuchar que los principios de un hombre son “el violento placer por el amor” y “la buena disposición para el gozo extravagante”, como en su momento escribió el mismísimo John Wilmot.
Soldado, dramaturgo y hedonista. Una singular mezcla que es retratada por la película en su intento por dar cuenta de la complejidad de un hombre y una época, lo que en buena medida consigue. El relato tiene su centro de gravedad en la relación del conde con el teatro, en especial con una actriz (y prostituta, que para la época al parecer era lo mismo), quien se convierte en su proyecto intelectual y obsesión personal. Es a causa de ella que se pueden ver las capacidades del conde, tanto en las artes como en los excesos mundanos y hasta en las criminales intenciones.
Es esa mezcla también la que le da el temple al tono del relato, que es lo mejor logrado del filme, lo que secretamente resulta más atractivo, esto es, la convivencia, casi codependencia, de lo sublime y lo mundano, del amor por las artes por parte del conde y sus irrefrenables instintos de irreverente hedonismo, de sus viajes hasta el límite con el sexo, el placer y el licor, también con sus arremetidas contra el decoro de las instituciones, representadas en su esposa, el embajador francés o el rey.
Pero la sociedad siempre castiga a quien reclama con demasiada pasión y estruendo su individualidad. Las enfermedades venéreas y la justicia le pasaron la cuenta de cobro al conde. Entonces el relato apela al esquema de ascenso y caída, pero no como siempre lo vemos, es decir, con el personaje primero disfrutando su éxito y luego lamentándose de su infortunio, sino que aquí este hombre de sagrados principios ante el vicio y lo disoluto, se mantiene en su ley aun en sus peores momentos. Hay en él una progresiva corrupción física y una vertiginosa degradación social, pero nunca traiciona su particular visión del mundo, lo cual no permite que sea ésta una visión moralizante de su conducta, todo lo contrario, parece más bien apologética y así lo confirma el epílogo del filme.
En la creación de este retrato de una época, un hombre y una actitud ante el mundo, se destacan dos elementos. De un lado, la presencia del actor Johnny Depp, a quien se le dan muy bien estos personajes por fuera de los renglones. Con una combinación de amaneramiento y contención cada que la escena lo exija, el actor consigue una interpretación entre intensa y divertida, demandada por la singular personalidad del conde. Memorable resulta su larga escena con Samantha Morton cuando están discutiendo sobre la actuación, es un momento de antología, no sólo para este par de actores, sino también para el arte de actuar y su reflexión sobre él.
El otro elemento que destaca es la fotografía. Más que por ser consecuentes con el realismo de la época, cuando naturalmente la luz provenía de velas o lámparas de aceite, la iluminación de baja intensidad con estas fuentes de luz (o simulándolas con luces eléctricas) al parecer fue una decisión para reforzar la atmósfera de intimismo y reserva de los personajes y sus actos. Una decisión que, a su vez, tiene unas implicaciones estéticas, pues resulta muy llamativo y cobra un gran protagonismo ese lienzo oscuro (complementado por un vestuario que en gran medida también lo era) que se ve todo el tiempo en la pantalla y muchas veces sólo intervenido por los rostros y las tenues luces. Es por eso que se trata de una película inusual: por su propuesta visual, su personaje y el discurso que plantea frente a la vida y al arte.
Publicado el 16 de Noviembre de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.