La princesa se desmorona
Oswaldo Osorio
Larraín lo hizo de nuevo, pero esta vez subió la apuesta. De nuevo hizo el biopic de una mujer que en suerte le tocó acompañar al poder y ser reflejo de él. Después de dirigir películas en su Chile natal como Tony Manero, Post morten y El club, vimos con escepticismo que se iba a Hollywood a contar la historia de Jackie Kennedy, pero el retrato que hizo, centrado en solo los días subsiguientes al asesinato de su esposo, resultó ser meticuloso, complejo y lleno de connotaciones.
Ahora se aventura con un personaje femenino aún más icónico y sobre quien recayó siempre la sombra del poder al que decidió acercarse. Pero como en Jackie (2016), Larraín con Lady Di no optó por un biopic convencional, pues de nuevo le apostó a dibujar a su personaje en el marco de unos pocos días, en este caso tres, que fueron durante los cuales se llevó a cabo un encuentro navideño de la familia real británica.
Desde el mismo título, el apellido original de la princesa Diana, la película decide la forma como va a abordar al personaje, esto es, definiéndola desde sus raíces y en su voluntad de recuperar su identidad al margen de la familia de su esposo. Y es que, efectivamente, en estos tres días Diana es un ser marginal, pues ya no pertenece a ese mundo de cuento de hadas que a millones de personas emocionó al momento de su matrimonio.
Por eso el relato se centra en ella, en su introspección, su turbulento diálogo con el pasado y el desmoronamiento del que todos son testigos. Para dar cuenta de esto, la película cuenta con tres potentes recursos, el primero, la interpretación de Kristen Stewart, cuyo gesto actoral encaja acertadamente en esa actitud que siempre se le vio a la princesa; el segundo, es la música (con efectos sonoros y todo), a veces demasiado enfática para recalcar su malestar y desestabilización, pero de todas formas eficaz con lo que se buscaba; y el tercero, aislar al personaje y desarrollarlo en ese momento crítico y coyuntural.
En este tercer aspecto está la clave del planteamiento del guion y de la puesta en escena, pues ella apenas si tiene un par de cortos diálogos con la reina y el príncipe, algunas interacciones con sus hijos y cierta conexión con tres personas del servicio. Con estos últimos es que se logra desentrañar y confrontar muchos de los conflictos y dilemas de la protagonista. Pero, en realidad, gran parte del relato (y de la apuesta) es observarla en su solitaria lucha por sobrevivir a su entorno y al angustioso proceso para desprenderse de él. Para tal propósito, el referente de Ana Bolena resultó muy elocuente y con fuerza, tanto para el personaje como para el relato, así como las escenas de delirio y ensoñación.
Entonces, este biopic no es un cronológico cuento de hadas con su final infeliz, es solo un fragmento de vida de una mujer y sus circunstancias, con el cual un director inteligente supo dar cuenta, con tanta potencia como sutileza, de las aflicciones de una princesa y el peso que cargaba, pero también de la naturaleza de esa, que no familia, sino institución milenaria de la que hizo parte.
Publicado el 7 de febrero de 2022 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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