La alienación se cura con alienación

Por Oswaldo Osorio Image

“...que esta Época es un crimen
que la Piedad se ha refugiado bajo mármoles
y el Odio se ha refugiado en el dinero.”
-Charles Bukowski-

David Fincher, el director de Seven (1995) y El juego (1997), ha vuelto con una historia original, muy elaborada y protagonizada por unos personajes que se salen del estereotipo del héroe de cine. Aunque ninguno de los guiones ha sido firmado por él, son tres historias que tienen un estilo y una idea general en común: de un lado, la creación de atmósferas sórdidas y angustiantes que transmiten turbación y zozobra, y de otro, una visión hastiada y pesimista de la sociedad moderna y de la vida urbana, con un especial encono contra la monótona y agobiante carga de las obligaciones laborales.

La clave de thriller que utiliza en su narración también hace parte de su estilo y, como se sabe, el thriller se define por su intencionalidad hacia el público, o sea que se trata de una película que juega con la atención y emociones del espectador, con su deseo natural de conocer el “secreto” y predecir el desenlace. Es por eso que construye personajes ambiguos, da falsas pistas y administra la información de manera que la narración esté llena de intriga, suspenso y sorpresas. Su virtud está en que, aunque maneja los códigos del género, lo hace de forma ingeniosa y construye una historia atractiva, con progresión en su intensidad dramática y, sobre todo, impredecible hasta el final.

Antihéroes conocidos

Pero para hacer esto, la película  nos habla primero de un hombre (interpretado por Edward Norton) que vive agobiado por la monotonía de su trabajo y por el insomnio que esto y otras aflicciones le producen, y luego de otro (Brad Pitt) que tiene una singular visión del mundo, especialmente de ese mundo dominado por las máquinas, el dinero y, particularmente,  por el “sistema”,  el cual ve como un mal que se debe sabotear y subvertir; éste es un hombre decidido, anárquico y un transgresor ingenioso y sistemático. Juntos crean “El club de la pelea”, una suerte de sociedad secreta que en principio sólo pretende liberar con los puños y el dolor propio tanta, presión, tanta obligación y tanta alienación. Pero después toma un rumbo insospechado y ese grupo de hombres que negaban el sistema, se vinculan en masa a otro sistema, igual o peor de alienante, guiados por ese líder transgresor que los moldea a sus ideas y canaliza su inconformidad, su hastío y su miedo.

Sobre su bien contada trama en clave de thriller sicológico y a partir de sus personajes ambiguos, parlanchines y al borde del desquiciamiento, este filme denuncia una condición existencial, la del ser inconforme, asfixiado y manipulado por el sistema, la del norteamericano medio drogado por el consumismo y por las convenciones sociales y tecnológicas. Pero toda la perorata que se construye alrededor de esto muchas veces se antoja pretenciosa, como discurso de guionista ilustrado y obsesionado con las confabulaciones del sistema, obsesionado por el “sistema” mismo y por crear unos personajes atípicos, que se mueven en otras coordenadas morales y manejan otros valores y que protagonizan una historia donde el final feliz ya no es un requisito.

Pero esa idea del antihéroe, ya sea amoral, romántico o utópico, y este tipo de discursos, cada vez se hacen más comunes en la industria del cine, que tiene la traicionera habilidad de asimilar todos los intentos de subvertir sus convenciones. Estos personajes y discursos ya los hemos visto antes en películas como Punto de quiebra (Kathryn Bigelow, 1991) o Trainspotting (Danny Boyle, 1995). No es gratuito tampoco que El Club de la Pelea esté protagonizado por el divo atribulado de Brad Pitt, como no es gratuito que, como él y antes que él, hayan aparecido otros actores con sus características, como Sean Penn o Johnny Depp, y ahora se perfila en la interpretación de roles parecidos (La raíz del miedo, Historia americana) el cada vez más convincente Edward Norton, a quien tenemos en el filme de Fincher como uno de sus principales soportes y cualidades.

Los artificios de un guionista

El cuadro de chalados es completado por el personaje de Helena Bonham Carter, una rara avis que parece un sucio en el ojo de la película, pues si bien sus características son consecuentes con la historia y los otros dos personajes, su presencia es muy gratuita, sin fuerza ni poder de determinación en la trama. Por eso parece, más que un elemento esencial de la historia, la cuota femenina necesaria como parte del decorado del guión, el cual nuevamente peca de prefabricado y conscientemente elaborado. Es cierto que el guionista trabaja tanto con talento como con técnica, a partir de unos elementos determinados, pero su verdadero reto está en hacer una historia con vida propia, que se sostenga naturalmente por sí misma y no por su mano de guionista que se ve entre bambalinas acomodando las piezas sin discreción alguna.

Pero estos alardes en su elaboración y las fisuras en la construcción de su guión, son superadas y olvidadas con su narración fluida y cautivadora, sus diálogos precisos e ingeniosos; pero sobre todo, esta nueva película de David Fincher tiene la virtud de lograr inquietar partiendo de una historia y unos personajes que si bien no son del todo inéditos, todavía resultan atractivos e intrigantes a medida que se van descubriendo a lo largo del filme. Esa capacidad de inquietar está apoyada en las atmósferas turbadoras y a veces sórdidas creadas por el director. Es esa concepción de la imagen y su puesta en escena en general lo que le da la fuerza necesaria a esta película que deja una muy buena primera impresión, pero que a la hora de diseccionarla incomoda en muchos sentidos. Esa diferencia entre la primera impresión y el análisis es la principal desventaja de la crítica y, en consecuencia, es lo que nos hace añorar aquellos tiempos cuando éramos espectadores más desprevenidos, cuando seguramente, después de ver El Club de la Pelea,  habríamos dicho sin dudarlo que es una muy buena película.

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