Un realizador no se hace a patadas

Por Oswaldo Osorio

En esta época en que la realización de productos audiovisuales casi que se ha puesto de moda, ayudada por la llamada “democratización de la imagen” (consecuencia de la accesibilidad del video), muchos realizadores, sobre todo los jóvenes, sacan como pueden sus proyectos asumiendo que el triunfo de su empresa radica en la culminación de su “película” argumental o documental. Consecuentemente, muchos de ellos parecen creer que el único requisito para ser realizador, además de las ganas, es poder contar con los recursos técnicos necesarios, olvidándose de que en este oficio, como en cualquier otro, se necesita una formación, que entre más completa y rigurosa mejor, más aún cuando en casos que, como éste, además de un oficio también se trata de un arte.

Andrés Burgos hace algunos años, cuando estudiaba comunicación social, no sabía casi nada de cine, y ahora tiene ya una pequeña pero respetable filmo-videografía. Pero entre esa cuasi ignorancia audiovisual y el título de realizador que ahora detenta, hubo un proceso de formación que, asegura, aún no ha terminado. Ese proceso empezó, más rigurosamente y a consciencia, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños; aunque en realidad fue una temprana vocación literaria la base de esta formación, pues lo suyo es contar historias y su formación en proceso va encaminada a ser un narrador cada vez más diestro, o mejor ambidiestro, porque unas historias las cuenta con su mano de literato y otras con la mano de cineasta. De la primera mano han salido un libro de cuentos y muchos relatos para Elmalpensante y otras publicaciones; y de la segunda mano, un ramillete de trabajos realizados en cine y video y entre los que se encuentra Gajes del oficio (1999), ganador del Círculo Precolombino de Oro a mejor cortometraje nacional en el xxx Festival Internacional de Cine de Bogotá. Y aunque este premio fue la excusa que teníamos para entrevistarlo y este corto ha sido el más conocido y celebrado de todos, sus demás trabajos dan fe de que todo esto de la formación en proceso y la vocación narrativa es cierto, no sólo en argumental sino también en documental, porque otro par de trabajos suyos, que podrían ser casi tan célebres como su premiado corto, son documentales, el uno se llama Retrato porno (1999) y es sobre un realizador de video porno en Medellín, y el otro es Un héroe se hace a patadas (1995), acerca del mulo (ya embalsamado) del revolucionario cubano Camilo Cienfuegos. Tiene más, pero ya habrá tiempo para nosotros hablar de su obra, por ahora dejemoslo hablar a él:

¿Cómo fue su experiencia en la escuela de cine y qué significó en su formación como realizador?

La escuela es una cosa muy loca, no se parece a nada. Yo llegué a la escuela por casualidad en parte. Yo soy de formación literaria, de inclinación literaria. Eso es lo que siempre he querido hacer, escribir. Lo que yo quería en la vida era literatura. La escuela fue una oportunidad demasiado buena. Porque eran dos años de vivir de cine, comer cine, pensar en cine y en nada más. Aprender las técnicas, hacerlo desde lo práctico. Son dos años en que no se pensó en otra cosa. Eso es un lugar muy raro y yo no creo que haya nada que se parezca en el mundo a eso, porque es una burbuja fuera del ritmo que lleva el mundo. Totalmente aislado. Cuba de por sí ya es aislada, esto es aislado dentro de Cuba. Yo le debo a la escuela todo, lo que yo sé, lo que he podido hacer en cine y en audiovisual y en los trabajos que he tenido han sido de cuenta de la escuela. O sea, lo que yo sé de esto no lo aprendí en comunicación social. Lo aprendí en la escuela y allá fue donde tuve oportunidad de enfrentarme a esta cosa que era algo muy nuevo para mí. Dije, bueno, esto también es una posibilidad. Me sigue gustando la literatura, me sigue gustando contar historias en general… pero me ayudó a identificar qué cosas sirven para cada medio, qué se puede adaptar y qué posibilidades hay.

Una de las cosas que yo más le agradezco a la escuela es el saber afrontar la realización audiovisual como método, como oficio, pero como oficio metódico, ordenado, porque me parece que es una de las claves para llegar a hacer cosas, o sea, tomarse las cosas en serio: cómo se hace una película (más allá de que el producto terminado sea bueno, sea malo, de la calidad artística, de la sensibilidad que cargue), cómo se hace una producción coherente, seria, y cómo hacerle justicia al oficio, porque a mí me preocupa siempre que en estos oficios que tienen que ver con lo artístico o narrativo a veces se desvirtúa el profesionalismo.

Entre todas sus realizaciones hay tanto ficción como documental. ¿La idea es considerar siempre ambas opciones o tiene predilección por alguna de ellas?

A mí me gusta contar historias. Hay historias que son para contarlas en documental y hay historias que son ficción. Hay un problema y es que la ficción es mucho más complicada de abordar desde lo concreto, desde el billete, desde la gente que implica, desde el grupo. Uno puede afrontar un documental con tres personas, un equipo mínimo y vamos a hacerle, y en la realidad sola te saltan las historias. A la hora de hacer una ficción hay que empezar a tener en cuenta un montón de cosas y siempre la vaina se va creciendo. Pero a mí me gustan las dos cosas. Me gustaría hacer más ficción, pero no es tampoco hacer por hacer. Entonces para hacerla bien hecha implica también un tiempo, un trabajo. No me consideraría tampoco un documentalista, si hay un documental para hacer lo hago. Yo soy narrador, lo que haya para narrar dentro de las posibilidades que haya me gusta hacerlo.

El humor siempre parece estar presente en sus trabajos, ya como  anécdota o en el tono. ¿Cómo es esta concepción del humor en su trabajo creativo?

Yo no sé si uno escoge el humor, sino que uno narra con lo que puede y de pronto es un reflejo de lo que es uno.

¿En literatura también es así?

Sí. En la literatura manejo el humor. De pronto la literatura mía es más seca, pero yo creo que sí está presente el humor, sobre todo el humor negro. Yo intento narrar lo que puedo y estoy aprendiendo a narrar, eso lo tengo claro. Entonces yo me he ido acercando a las cosas como puedo, y el humor es un reflejo de la forma como yo tomo la vida, tratando de bajarme de pretensiones, de no construir una gran obra, porque todavía no me siento lo suficientemente... yo quisiera narrar una historia muy bonita, muy profunda, pero todavía no la tengo. La idea no es ser “charro” ni decir, hombre, yo soy un “man” de comedia. Yo tengo cierto gusto por las situaciones absurdas, pero es que en la vida cotidiana me las topo. Entonces más que la búsqueda del humor a través del chiste (claro que de eso uno no se salva y miro hacia atrás y me duele un poquito, pero también es producto de ese aprendizaje), quiero buscar esas situaciones que representen cierto humor, cierto absurdo, pero cada vez las voy puliendo y estoy llegando a eso.   

¿El humor es más un elemento de su narración que una búsqueda?

Sí, más que una concepción. Si está ahí listo, perfecto. Si pasa me parece buenísimo. Cuando lo he buscado pienso que me he equivocado.

¿En Gajes del oficio lo buscó?

A veces lo busqué y a veces salió. Gajes era una experimentación narrativa, yo quería narrar.

Pero Gajes del oficio sin humor no hubiera salido bien.

No, yo creo que no. Gajes del oficio es una película con excesos. Más que defectos le veo excesos, que se vuelven defectos. Si yo hoy en día la hiciera le quitaría varias cosas. De pronto sería más sobria, intentaría ser más fino. Pero es que uno también aprende, no es lo mismo la concepción que uno tiene en la adolescencia, uno tiende a ser más impetuoso, más acelerado, menos reflexivo. Pero el humor, yo creo que el humor en lo mío siempre va a estar de un modo u otro. Quizá muy insinuado, puliéndose, buscándose, pero sí soy más humorístico que dramático. Incluso en el documental, porque yo no creo que el documental esté peleado con el humor. Ya dependiendo de qué tipo de documental haga uno, qué historia quiere narrar. O sea, si Chircales uno intenta hacerla con humor se está yendo… pero es que casi todo es susceptible de documentar acá, entonces a mí me llama más la atención buscar esos personajes particulares o esas historias particulares que a lo mejor reflejan algo de humor.

Retrato porno, por ejemplo, daba para humor y para muchas cosas más, pero le dio un trato muy simple. ¿Por qué?

Es que yo no quería mostrar películas porno, no quería mostrar las películas porno que se hacen aquí en Medellín, no quería mostrar nada de porno, yo quería mostrar la gente que hace porno, verlos como personajes: vos qué hacés, qué es tu vida… y por eso está dividida en capítulos: el amor, la profesión... porque nosotros, por no estar muy cercanos a este mundo del porno (que sólo se ve en círculos exclusivos de Los Ángeles o de los países nórdicos), entonces no sabemos cómo es el mundo del porno desde lo humano. Ésas eran las inquietudes mías: ¿Por qué hacés películas porno? ¿Si uno hace películas porno se puede enamorar? ¿Te tenés que enamorar de los que hacen porno? ¿En esta ciudad tan parroquial qué te representa o cómo justificas lo tuyo? ¿Cómo lo ves, cómo lo justificas? Entonces era la búsqueda más del retrato, lo otro podía quedarse más en el morbo y yo no quería eso.

Usted es uno de los pocos realizadores jóvenes del país que ha tenido la oportunidad de hacer buena parte de su trabajo en cine, pero también ha hecho mucho en video. ¿Qué puede decir de las posibilidades y sus preferencias sobre ambos formatos?

El formato no hace el resultado, hay que partir de esa base. Las cosas por estar en cine no van a ser mejores, o sea, van a tener mejor factura quizás, una mejor definición, una mayor profundidad, una mejor fotografía, mejor definición de colores… pero yo creo que el problema esencial es de lenguaje y uno puede hacer la súper historia en una camarita V8 o en 35 milímetros. Entonces uno ya se mete a la historia, si la historia te atrapa el formato pasa a un segundo plano. Que siempre es mucho mejor tener un mejor formato, un mejor sonido y mejores colores, pero un buen narrador es capaz de contar historias en lo que sea. Lo que sí puede hacer el formato en cine es reasaltar tus virtudes, pero también puede resaltar tus defectos. Una de las cosas que aprendí yo del trabajo con el cine es, por costos, a manejar una producción consecuente. Tengo esto, entonces tengo que trabajar ordenado para poder cumplir con esto o no puedo trabajar con este formato.

¿Después de la toma de conciencia de lo audiovisual como experiencia de vida y en lo profesional, cómo ha sido su formación y en qué se inspira o quién lo ha influenciado?

En la escuela hubo una formación, la que nunca había tenido, o sea, desde la raíz: ver cuántas películas entro debiendo en este momento y aprovechar una videoteca inmensa, que yo creo que me la vi casi toda. Entonces ya se crea un criterio, se forma una historia propia del cine, un conocimiento a partir de las evoluciones. A mí me interesa mucho el lenguaje, su evolución. Ahora, que dentro de lo limitado que puede ser Medellín para ver películas, veo de todo. Tampoco me gusta encerrarme en la burbuja del cinéfilo que sólo ve cierto tipo de cine, no, me acerco a todo. Uno me parece más predecible que otro, con unas disfruto más, me tocan más, con otras me aburro, pero intento ver todo. Uno ya tiene sus directores que le gustan. A mí me gustan mucho los independientes americanos y los clásicos, el cine negro americano sobre todo. Me gusta Robert Bresson, soy fanático de Jim Jarmush a morir, Hart Hartley… gente que intente contar historias diferentes, porque es que ya los tres actos hollywodenses se me hacen repredecibles, entonces ya me aburro. Me gustan los buenos narradores, me gusta la gente que cuente historias. No me gusta mucho el cine de autores muy cerrados, el cine que no implica tanta narración sino el manejo de tiempos y que no avance tanto de la forma narrativa.

¿Qué queda de esa vocación literaria inicial y qué papel juega actualmente en su quehacer como realizador?

La literatura es la esencia de las historias, es la médula. Es de donde vienen y donde van a acabar las historias. Todo empieza siendo literatura, por oral que sea. Y yo una de las cosas que he aprendido a hacer es a tantear las historias y saber qué historias son literarias, qué historias son cinematográficas. A poder manejar esa barrera y a distinguir sus límites y cuándo se puede coquetear y cuando se pueden manejar unas con otras y cuándo no. Son dos mundos diferentes pero a mí me gusta mucho fluctuar entre los dos, y cuando algo está logrado en uno o en otro me parece que son placeres muy similares, es el gusto de la historia. Yo siempre me remito a la historia porque me parece que el cine es un medio eminentemente narrativo.

¿Lo audiovisual le quitó protagonismo a la literatura en tu vida?

No, incluso a lo último que estoy dedicado es a la literatura. Yo acabo de publicar un libro de cuentos titulado La gente casi siempre. A mí lo que más me gusta es la literatura. Si yo en la vida pudiera ser escritor sería escritor, muy bueno hacer películas, pero lo que pasa es que es más fácil por acceso hacer literatura, intentar hacer buena literatura.

La adecuada dirección de actores es una de las grandes carencias de los realizadores de Medellín y, tal vez por momentos, uno de los puntos débiles de Gajes del oficio. ¿Qué opina usted de esto y cómo afronta este aspecto en particular?

Medellín es una ciudad sin formación audiovisual, sin una escuela. El acercamiento acá es muy empírico, entonces hay muchas carencias comparado, por ejemplo, con los caleños. Yo cuando trabajo con actores trabajo a partir de lo que he aprendido, de la formación que tengo, de las veces que me he enfrentado a actores. Trabajo con método. Me gusta trabajar con base en el método Stanislavski, acercarme, conversar con ellos; generalmente he sido yo el guionista, entonces parto de la estructuración del personaje desde el guión, la conversación con ellos, los ensayos. En  Gajes del oficio, por ejemplo, los actores hicieron lo que yo quería que hicieran, aciertos o errores son culpa mía. Me gusta trabajar con actores, me parece una de las partes más bacanas de esto, de la llevada de las historias, estos personajes de papel volverlos tridimensionales, a partir de un tira y encoge con actores. Es un proceso muy enriquecedor. Me gusta el reto de trabajar actores para lo audiovisual en una ciudad donde no hay una tradición de actores para la pantalla y así intentar afrontar ese cambio.

¿Pero es consciente de que sacarle comedia a los personajes es más difícil?

Sí, es más difícil. Lo que pasa es que también la comedia que yo intento hacer, o las situaciones cómicas que yo intento hacer, pretendo que sean más a partir de la situación que del personaje, más que de lo “charro” y que de la expresión exagerada del personaje. Intento manejar los personajes lo más cercano al realismo (aunque la comedia te permite salirte un poquito de estos límites), pero más por la situación que por el personaje en sí, y tratar de evitar, en la medida de lo posible, las salidas fáciles del humor, alejarse de ese humor de la caída, de la expresión exagerada y del humor paisa que es terrible, o sea, de la chabacanería o de cosas como “un tipo tan cabezón tan cabezón  que...” No, eso sí no.

¿Después de una considerable experiencia en el cortometraje ha pensado en un largo?

El día que yo quiera hacer algo y que pueda, y que tenga la oportunidad de hacer otra película, y si puedo hacer un largo, sería dejar la piel. Intentarlo hacer lo mejor que se pueda, porque aquí el que hace una película no sabe si puede hacer otra. Mejor intentar hacer algo que uno haga lo mejor que pueda, pero no hacer por hacer. Mejor se queda uno callado, si no tiene nada para decir, mejor no dice nada.

Yo tengo una cosa clara, y no soy nada pretencioso en este sentido: yo no soy un narrador formado, todo esto es un proceso de aprendizaje, a estas alturas me encantaría voltearle la vida a alguien con una película, pero yo no tengo definida mi vida, no he acabado de crecer, para cambiársela a alguien... no aspiro hacer una película que le dé la vuelta a la historia del cine, que marque un hito en el cine colombiano. No, yo quiero contar una historia buena, bien contada, que sea una historia que atrape al espectador o al lector desde el principio hasta el fin, que simplemente estuvo frente a una buena historia, no le cambió la vida, no lo hizo mejor persona, pero si estas cosas pasan, pues muy bueno, pero mi única intención es contar una historia. Los tanteos de hacerla buena o mala son aquí y allá buscando, ojalá algún día lo logre.

RECIBA EN SU CORREO LA CRÍTICA DE LA SEMANA