Una película para escuchar los ojos de Carmen

Por: Oswaldo osorio

Andrés Burgos alguna vez fue cortometrajista, es libretista y también un escritor con varias obras literarias publicadas. Sin importar el medio, su talante parece ser el de un narrador al que le gusta ser eficaz con sus relatos, pero no por vía de la elementalidad, sino encontrando el complicado camino de la sencillez. En Sofía y el terco (2012), su ópera prima, se evidencia eso, pues se trata de un relato que, con economía de recursos, habla en profundidad de sus personajes y cuenta una historia sencilla, encantadora, cuidada visualmente y con un tipo de humor inédito en el país.

¿Qué hay de su literatura en la película y de qué le ha servido para hacer cine?

A partir de mis intentos literarios llegué en Sofía y el terco (2012) a algo que siempre había querido hacer en pantalla: narrar desde lo pequeño, desde lo mínimo, historias donde los detalles cobraran una importancia muy superior a su tamaño estimado. Usando una metáfora musical, diría que yo narro historias de cámara. No lo hago por una propuesta estética específica, sino que narro lo que puedo, lo que me sale.

¿Cómo afronta la diferencia entre escribir literatura o para cine y televisión? ¿Cambia fácil de un medio a otro?

Siento que la escritura de pantalla, incluso en la que mayor indiferencia muestra hacia los plots, siempre hay algo de eficiencia, de funcionalidad. En la literatura, hay mayor margen para divagar, para la digresión y, por lo tanto para la catarsis. El cine, por su misma esencia, requiere desde el guion una dosis grande de pragmatismo, si uno algún día quiere verlo hecho realidad.

Por otro lado, paso fácil de un medio a otro. ¿Qué tan bien lo hago? Eso es otro asunto que no me corresponde juzgar a mí. Seguramente muchos cineastas dirán que como cineasta soy buen novelista y viceversa. Creo, sin embargo, que conocer los códigos de uno y otro medio me ayuda a tener siempre muy claro para qué formato estoy escribiendo y no confundir las fronteras. Una de mis metas era que si iba a hacer cine haría cine, no televisión en pantalla grande.

Ya hace más de una década desde sus primeros cortos. ¿Cómo fue enfrentarse al reto de un primer largo después de tanto?

Por una parte daba miedo, porque no tenía constancia de qué tan vigentes seguirían mis propuestas. De otro lado, sin embargo, estaba también la tranquilidad de que estaba haciendo una película sin ningún apresuramiento previo y que si me había animado a rodar era porque estaba listo y sentía que tenía algo para contar. Los años me quitaron la ansiedad, normal pero también adolescente, de filmar por filmar. Hace diez años no podría haber hecho esta película, así tuviera todo a disposición.

¿De dónde surge la idea para la película?

Alguna vez, mientras escribía la telenovela Hasta que la plata nos separe, en uno de los tópicos dramatúrgicos llevamos a los protagonistas al mar. Pues resulta que el personaje del protagonista no conocía el mar y a partir de esto narramos varias escenas. Cuando se terminó de emitir el capítulo, me llamó la abuela de mi esposa a contarme que ella se le había escapado al marido, ya en edad adulta, para conocer el mar. Esta historia, aparte de eso, no tiene mayores coincidencias con Sofía y el terco, pero fue el punto de partida, el detonante que me dijo "usted tiene una película entre las manos".

¿Cómo fue el acercamiento al universo femenino? ¿Hizo algún tipo de investigación?

Yo ya me había acercado al mundo femenino en mi novela Mudanza y la inmersión entonces había sido desde la atención, desde la paciencia para mirar y escuchar a las mujeres, una molestia que a veces por displicencia los hombres no nos tomamos. En Sofía y el terco el proceso fue muy similar. La relación de los protagonistas tiene mucho de mis padres y de los padres de mis amigos.

Esta parece una película hecha aparentemente de tópicos conocidos y recurrentes (podría verse como una historia de liberación, también como una feminista, en parte es una road movie, el lugar común del viaje al mar, etc.), pero no es exactamente nada de esto, porque a pesar y gracias a esos elementos termina siendo una historia y un relato originales. ¿Cuál fue el norte que se trazó para que esto resultara?

Para nosotros desde el comienzo era obvio que estábamos tratando, aparentemente, con tópicos del cine, lo cual no era necesariamente malo. Además, en gran parte la narrativa humana siempre termina retornando a las historias de siempre. Sin embargo, teníamos claro que la diferencia la íbamos a hacer en las relaciones entre los personajes y en la forma como las describiéramos. La apuesta era a que, sin importar lo que dijera la sinopsis, la película tuviera menos dependencia de la trama que de la profundidad de lo que sucediera dentro las secuencias y cómo se relacionarían entre estas.

¿Tiene alguna definición del humor? ¿Qué tipo de humor buscaba?

No me gusta encasillar el humor. Para mí humor es lo que lo haga a uno reír y eso puede incluir tanto las propuestas más agudas y sofisticadas como el pastelazo.

En esta película me ha sucedido algo curioso, porque mucha gente ha hecho énfasis en el término "humor blanco" y por ahí derecho lo han puesto en contraposición con el tono que dicen encontrar en mis otras cosas, que tiende a ser mas cáustico y extremo. Yo nunca me propuse un tipo de humor concreto. Cada situación de la película que lo contiene lo generó por sí misma.

Llama mucho la atención la concepción visual de la película. ¿Qué base o instrucciones le dio a la dirección de arte?

Con la dirección de arte y la fotografía se pretendía marcar muy bien las diferencias entre los espacios. En la tierra fría queríamos que los exteriores, bonitos pero duros, contrastaran con interiores cálidos, acogedores, que se preocuparan más por reflejar la personalidad de quien los habitara y menos por retratar un escenario real específico. También con la proporción en el cuadro, el aspecto que elegimos para el lente de proyección, la idea era aprovechar mucho la horizontalidad y los planos frontales para dar una idea de quietud. De ambiente inalterado. Y eso lo reforzamos con la intención de que los elementos que componían los encuadres fueran mínimos, ordenados y rectos. Esto era un reto porque el paisaje colombiano tiende a ser abigarrado y sinuoso. Estas premisas, sin embargo, varían a medida que avanza la historia, porque desde lo formal también queríamos contar un tránsito de la rigidez a la movilidad.

Podría decirse que hay una contradicción entre el tono de comedia y una concepción narrativa en la que predominan los planos fijos y largos. Fue una decisión arriesgada, pero que finalmente funciona ¿Qué buscaba con esto?

Para mí no existe esa contradicción y en películas con esa forma, que me influyeron directamente, he encontrado la risa. Hablo de las peliculas de Aki Kaurismaki, Jim Jarmusch, también de las latinoamericanas como Temporada de patos, Lake Tahoe, Whisky o Gigante. El hecho de que Sofía y el terco tenga este lenguaje obedece a que la historia misma, la cotidianidad que describe y las características de sus personajes así lo pedían. También tiene mucho qué ver con la viabilidad del proyecto. Iba a ser más posible hacer una película donde pocos recursos narrativos resumieran un entorno completo. Y también hay algo de capricho, todo hay que decirlo.

¿Cómo llegaron a Carmen Maura y cómo fue trabajar con ella?

A Carmen llegamos por la terquedad de las productoras, Cristina Villar y Carolina Arango, que fueron las que hicieron posible no solo eso sino toda la película. Ellas le enviaron el guion y yo no me opuse, pero tampoco creí algo así pudiera resultar. Pero resultó. A las dos semanas me llamó diciendo que lo había leído y que quería el papel. En últimas, Carmen llegó como los otros miembros del equipo, entre actores y crew, atraída por una historia más que por un presupuesto -que no tenía nada de especial- y por las posibilidades que pudiera representar al convertirse en una película. Sus exigencias no fueron diferentes de las que hacen normalmente los actores nacionales y no hubo un solo miembro del equipo que no compartiera una conversación, un café o un cigarrillo con ella. A nadie le negó una foto o un regaño. En ese sentido fue muy democrática su neurosis.

En cuanto a su desempeño en pantalla, creo haber tenido la suerte de presenciar el talento en acción. Para mí fue un placer trabajar con alguien que de verdad hace honor a su fama. Ya el público, cuando vea la película, dirá si me equivoco. En últimas, creo que el talento de un director, esa cosa tan etérea y a veces tan engañosa, consiste en saber rodearse de gente talentosa. Y creo que por lo menos eso sí lo sé hacer.

Era un riesgo que su personaje no dijera ni una sola palabra, muchos pensarían que es un desperdicio teniendo en cuenta la importancia de esta actriz. ¿Hubo temor al respecto?

Nunca le tuve miedo a las características del personaje ni a la austeridad de parlamentos que la rodea, porque la esencia de la película era esa. Para mí el viaje en la historia no es más que una excusa. Buscaba contar la aventura de una mujer que se gana el derecho a ser escuchada por quienes la rodean y por eso sentía que el recorrido era del silencio a la locuacidad. Sostengo y sostendré siempre que decir que el personaje de Sofía no habla es una inexactitud. Si se fijan bien, sí habla. Lo que pasa es que nadie se toma la molestia de escucharla. También diría que los silencios son una magnífica oportunidad de concentrarse en los ojos de Carmen. Valen la pena.

Publicada en la Revista Kinetoscopio # 98, junio de 2012.

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