Una experiencia para sentir y pensar
Oswaldo Osorio
A pesar de los grandes problemas que tiene Colombia con la vulneración de su medio ambiente y sus ecosistemas, no hay un cine de ficción que hable de ello, y aunque documentales sí, no son tantos como debería. Bueno, pero decir que esta película es sobre ecología es reducirla a uno solo de sus tópicos, pero bien sirve como punto de partida o articulador de, más que una historia o narración, una experiencia cinematográfica cargada de sugerentes y provocadoras imágenes, simbolismo, poesía y un protagonista difícil de olvidar.
Aunque, en realidad, es una película con dos protagonistas, uno es F, este singular guardián y sobreviviente de esos parajes; y el otro, es el páramo de Sumapaz, con su particular paisaje y su espesa niebla. Es este espacio el que, sin duda, define mucho de esta obra, desde su concepción visual, pasando por la forma como interactúa F con ese paisaje, hasta los conflictos de fondo que cruzan dicho territorio.
Augusto Sandino, que ya había realizado Suave el aliento (2015), un relato compuesto por tres historias que respiran un pausado realismo cotidiano, le apuesta esta vez a explorar visual y sensorialmente ese espacio que tanto significado tiene en relación con la vida y las condiciones límite. Un paisaje de agua, frailejones y niebla que le dio la posibilidad de crear un universo que muta de lo fantástico a lo surreal y a lo poético.
La película crea allí una atmósfera en permanente transformación, donde puede ser de día o de noche, luminosa u opaca, etérea o trivial, misteriosa o anodina. Y en consecuencia con eso, es como si F asumiera distintas personalidades, por lo que es tal simbiosis y el diálogo material y sensorial entre ambos protagonistas, hombre y paisaje, lo que crea ese lenguaje con el que el filme nos habla, un lenguaje que no es el del relato ficcional, mucho menos el de la narrativa clásica, sino el de la performancia, el delirio, la extravagancia, la anomalía, el extrañamiento y el lirismo.
Se trata de una experiencia (y hay e insistir en que esa es su relación con el público) que juega con los extremos, pues al tiempo que puede plantear imágenes o situaciones transgresoras y hasta desagradables, como algunos momentos de F con su padre o ese cunnilingus con las frutas; también puede haber circunstancias angustiantes, como ocurre cuando la banda sonora ataca con sonidos de guerra; o pasajes que buscan transmitir lo sublime de ese ambiente de vida o la belleza del siempre inquieto velo blanco que se mueve entre el follaje y la montaña.
Por eso es una película que habla con esas imágenes y atmósferas, pero muy poco con diálogos, aunque eventualmente llega el texto a socorrer al sentido del filme de tanta sugerencia y abstracción, textos que se refieren más concretamente a las problemáticas de violencia y amenaza al medio ambiente que ha padecido aquel páramo, y lo pueden hacer tanto poética como reflexivamente. Porque la película hace posible ambos procesos, tanto el sentir como el pensar.
Publicado el 25 de enero de 2022 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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