A partir de la polémica declaración de Martin Scorsese afirmando que las películas de Marvel no son cine, Kinetoscopio, en su edición 130, decidió llevar la discusión al nivel de una revista especializada y analizar este fenómeno cinematográfico desde distintas miradas y aproximaciones. Este texto hace parte de esa discusión.

Oswaldo Osorio

Con un tema así, hay que empezar por definiciones, contexto y principales referentes. Lo primero que hay que definir es el concepto de universo compartido, que no es otra cosa que la posibilidad de que haya transversalidad con los personajes y las historias de las distintas películas de una misma casa creativa o productora (a veces de distintas). Esto implica que un universo de ficción puede ser concebido por diferentes autores y compuesto por diversos títulos que funcionan autónomamente, pero que, adicionalmente, contribuyen a una gran narrativa.  

El MCU (Marvel Cinematic Universe) es el de mayor importancia actualmente, por ser el que más y mejor ha explotado esta posibilidad, pero hay muchísimos antecedentes, desde la literatura (J. R. R. Tolkien, H. P. Lovecraft, Stephen King), pasando por la televisión (los personajes de Hanna-Barbera, Dr. Who, CSI), hasta el mismo cine (Los monstruos de la Universal, Star Treck, El MonsterVerse: Godzilla y King Kong). Claro, el universo compartido de Marvel viene directamente de los cómics en que está inspirado, pues esta era una práctica habitual, desde los años sesenta, de los creadores Stan Lee y Jack Kirby.

Otro par de conceptos relevantes son crossover y multiverso. El primero se refiere a una película en la que convergen varios personajes de otros filmes y cuyos ejemplos obvios son cualquier entrega de The Avengers o de Liga de la Justicia; mientras que el segundo, que tampoco es creación de estas películas ni de los cómics (ya desde la literatura védica se hablaba del multiverso), tiene que ver con la existencia de muchos universos, donde las personas y la configuración de los espacios se repiten en cada uno de ellos, pero con variaciones, ya sea causadas por sus leyes físicas diferenciales o por el más ligero cambio en algún acontecimiento. Es un recurso que funciona muy bien para justificar distintas versiones de un mismo personaje. Doctor Strange in the Multiverse of Madness (2022) es el ejemplo más popular hasta ahora, aunque hay series como Rick and Morty o películas como Everything Everywhere All At Once (2022) que llevan esta idea a un mayor nivel de complejidad y sofisticación.   

Si bien las películas de DC Cómics (Superman, Batman, Mujer Maravilla…) tienen su universo compartido, aún es muy incipiente en el cine; el de Warner, por su parte, se limita a las series (Flash, Arrow…); y el de Fox, con la saga de X-Men, hace lo propio, pero es el peor planificado.  Por eso, para reflexionar mejor sobre los universos compartidos, lo ideal es tomar al MCU como estudio de caso. Entonces, a pesar de que cuando se realizó Iron Man (2008) no se tenía planeada dicha transversalidad, muy pronto, y de cara a la primera entrega de The Avengers (2012), el actual presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, vislumbró las posibilidades que tenía esta lógica, en especial teniendo en cuenta la cantidad de personajes, entre héroes y villanos, con que contaba dicha casa.

La premisa fundamental para que el universo compartido funcione es la planificación. Con Feige a la cabeza, hay un grupo de creativos y ejecutivos que diseñan y supervisan la línea general y luego viene cada director y su guionista para hacer su propia película del respectivo súper héroe, pero teniendo en cuenta siempre esa gran matriz. También tienen que aceptar trabajar con actores que no eligieron (porque vienen de otros filmes) y a incluir componentes argumentales que ya pertenecen a la lógica de otras historias o a la fase en que esté la gran narrativa (en este momento están en la cuarta fase). Aunque la segunda premisa es que cada película se explique a sí misma, lo cual garantiza cierta autonomía para sus realizadores y que no hay que ser un fanático del MCU para entender una producción por sí sola. De hecho, es posible encontrar diversidad de tonos en los diferentes títulos: los hay trepidantes y violentos, también oscuros y misteriosos, o incluso juguetones y jocosos.

Toda esta dinámica empezó a hacerse más compleja (y por momentos complicada) cuando entró la televisión con sus series a interconectarse con las películas. Primero fue la televisión abierta y luego las plataformas, especialmente Disney Plus desde 2021. De manera que, al momento de escribir este texto, la franquicia contaba ya con 29 películas, 19 series, 9 cortos y 2 series digitales. Adicionalmente, hay varias atracciones temáticas, especiales de televisión y numerosos videojuegos.

¿Quién consume tanto de eso? Pues justamente todo el público que busca entretenimiento, el cual es, precisamente, la base de la industria del cine, que ahora también está en la televisión y en los dispositivos por vía de las plataformas. Se supone que el público objetivo de este tipo de cine es mayoritariamente los jóvenes, pero no hay que sacar de la ecuación aquella idea de la “infatilización del espectador”, situación de la que antes se acusaba a los productos como los de Spielberg y Lucas, pero que ahora, sin duda, deviene principalmente del cine de súper héroes. No hay que olvidar que ya han pasado más de veinte años luego de las primeras entregas de las sagas con las que empezó esta explosión de súper héroes: X-Men (2000) y Spiderman (2002), por lo que solo hay que calcular cuántos años tienen esos niños y jóvenes que, en su momento, tuvieron una lonchera o camiseta con la efigie de estos personajes y ahora son adultos con poder adquisitivo, tanto para pagar muchas boletas, así como varias plataformas de streaming.  

Entonces, con las series es posible que se haya hecho más complejo el universo, en especial porque varios capítulos y temporadas permiten construir con más elementos y capas a sus personajes, incluso transgredir el esquema mismo del relato de súper héroes, como lo hizo WandaVision (2021) con sus primeros capítulos en modo sitcom (aunque finalizó regresando obedientemente al consabido esquema). Pero el gran problema del universo compartido de Marvel es que esa lógica de las series no aplica totalmente para las películas, pues ninguna de ellas puede apoyarse en esa complejidad y elaboración ganadas en centenares de capítulos, porque el público que no es fanático difícilmente los ha visto y, consecuentemente, no las entendería. Por eso la clave está en hacer películas sólidas y sencillas en sí mismas y la complejidad se la da el universo. Solo que esa complejidad, con todos sus guiños, pasadizos argumentales e ingeniosas conexiones, si acaso puede ser captada por los fanáticos, y eso que solo plenamente aquellos más ávidos y obsesos.

Es cierto que, cuando se conoce todo el universo, es un valor agregado entender las conexiones y los giros, como cuando hay un cameo sorpresa o cuando se hace referencia a una situación que, conociendo una película anterior, se comprende en todo su sentido (ocurrió especialmente en Doctor Strange in the Multiverse of Madness, aunque más por la lógica del multiverso que por la del universo compartido); no obstante, en proporción con los miles de millones que ven estas películas, quienes pueden tener esa experiencia resulta siendo una cantidad exigua. De ahí que, si se mira más crítica y reflexivamente esta arquitectura, se pone en evidencia todo lo que se sacrifica por mantener ese universo compartido coherente y orgánico (aunque las pequeñas inconsistencias no han faltado).

Lo que se sacrifica es, entonces, la complejidad de las películas en sí mismas y una autonomía que pueda trascender o rebelarse al mandato de la gran narrativa, así como la posibilidad de introducir personajes importantes, ya sea en las películas individuales o en los crossovers. Por eso lo parecidas que resultan unas de otras en su esquema general, lo cual es acentuado por las restricciones naturales del otro esquema mayor, el del cine de súper héroes, que es tiranizado por el rancio paradigma de la lucha del bien contra el mal y lo unidimensionales que suelen ser tanto héroes como villanos, sobre todo en el cine de entretenimiento.

De manera que, si bien el concepto de universo compartido, en especial el de Marvel, se trata de un fenómeno popular sin precedentes –a este nivel– y un punto de quiebre en la industria del cine, su mayor aporte parece reducirse a eso: taquilla y una modalidad diferente en el sistema de producción. Es decir, en ese doble carácter del cine entre arte e industria, en este caso, se imponen los argumentos y beneficios de la industria, porque la calidad cinematográfica de este universo, por más compleja y novedosa que parezca viéndola en plano general, no pasa la prueba de la mirada en primer plano, ni siquiera en plano medio, pues para el cinéfilo más purista no resulta ni siquiera siendo cine (o si no, pregúntenle a Scorsese), para el público general se empieza a hacer ya repetitivo y hasta enredado, y para el fanático iniciado tal vez se reduzca a la emoción pasajera de cada guiño, dejando solo como reducto una extensa trivia que, ineluctablemente, terminará siendo conocimiento inútil.

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