Por Víctor Gaviria
Los chismes, los comentarios y los cuentos nacen casi siempre de dos sentimientos: la envidia por la riqueza ajena –el camino triunfal de otros que son iguales a nosotros– y el peligro por la integridad física, o sea el miedo a morir… Estos sentimientos son los que suscitan la fábula: fábulas de enfermedades, de muertes inesperadas, de felicidades abruptas, de poderes repentinos y voraces… También existe la mezcla: las historias de los “pillos” que bordean la muerte para cazar la riqueza ajena, por ejemplo.
Pero ambos sentimientos, el de la envidia y el peligro, en el fondo son el mismo suelo de la aventura que narra cualquier historia. La vida de todo hombre es la lista de algunas peripecias, buenas o malas, felices o desgraciadas, que al fin la muerte, tarde o temprano deshace con un golpe de mano. La fortuna y el infortunio tienen de fondo la muerte, que en el primer caso es cruel –cuando interrumpe la felicidad– y en el segundo es bienvenida y bienhechora –cuando interrumpe la desgracia que ningún hombre se merece por siempre…
Como algo atroz o como algo que alivia, el peligro de muerte es el trasfondo de cualquier historia verdadera. Ese es el acicate de la curiosidad, lo que hace que el niño abra los ojos y disponga los oídos para oír la historia del abuelo.
Si un hombre está sentado en la puerta de su casa, verá pasar carros de todas las formas y colores que tal vez lo distraigan y hagan de fondo para sus propios pensamientos. Pero si un auto dobla la esquina haciendo chirriar las ruedas y veloz pasa delante de los ojos envuelto en un aire siniestro de riesgo y accidente, el hombre interrumpirá sus pensamientos y éstos se irán temerosos y excitados tras el hombre que bordea la muerte, y haciendo la pregunta de “¿qué le ocurrirá?” comenzará a construir la fábula del “auto que cruzó por su casa, a cierta hora a cierta luz”…
El cine colombiano, por ser un arte que nace adyacente a la TV. y a la publicidad, ha caído en la trampa de estas dos prostitutas mayores: para la TV nacional el destino de todo personaje es subir en la escala social y alcanzar el éxito, siempre bajo el ropaje patriótico de promover el optimismo y vencer el desaliento en el país; para la publicidad el cuerpo de los colombianos es una superficie rosada y tersa, sin agujeros, sin arrugas, sin desgaste, sin mestizaje, mirando hacia un futuro.
Es decir, para ambas, la TV y la publicidad, el hombre colombiano no corre ningún peligro, excepto el de fracasar en el trabajo ante los que esperan que suba y se enriquezca, excepto el de dejar de ser joven y perder el cabello, excepto el de no estar en el mundo de las apariencias.
Aparecer joven, aparecer culto, aparecer decente, aparecer en condominio, aparecer en carro, aparecer en TV, o en la prensa junto a los que más aparecen, aparecer con mujeres de colores de helados, aparecer sin peligro de muerte.
Un hombre viejo tiene sus costumbres y sus secretos, aunque ya casi no tenga fuerzas para salir a la calle: comerá a cierta hora y ciertos alimentos, hará la siesta, le parecerá natural conversar a ciertas horas con sus nietos, caminará en las mañanas un círculo que lo hace pasar frente al colegio de las muchachas de uniforme, oirá la radio, y blasfemará por lo que otros han hecho o dejado de hacer… Estos detalles son la vida, son la cultura…
La vida en Armero, según cuentan, era también así. Era un tejido de llamados y encuentros, de niños a quienes su madre les ponía un mandado, para que fueran a comprarle a una tienda con nombre y con dueño, algo que debía cuidarse en los cruces peligrosos y bulliciosos del comercio…
Y Armero desapareció de pronto con un golpe de mano.
Los colombianos comunes y corrientes, los mestizos, los que no viven en la apariencia, los que no tienen futuro y están sometidos a las catástrofes y al paso de los grupos de guerra en los campos, están también a punto de desaparecer.
Nuestras costumbres y nuestros gustos también van a desaparecer.
Los otros viven en la apariencia, nosotros en la desapariencia.
Si nuestro cine quiere contar historias que nos interesen de verdad, que nos abran los ojos, como al niño, tendrá que tomarnos de modelos a nosotros mismos.
Y nosotros estamos amenazados, en peligro de muerte.
Y a nosotros nos corresponderá sobrevivir, no desaparecer, ni que desaparezcan nuestras costumbres.
Víctor Gaviria
Periódico El Colombiano, Medellín, septiembre 27 de 1987.