Triunfos y derrotas de un hombre común

Por Oswaldo Osorio

El cine de autor ha sido uno de los cánones con los que se han juzgado las películas en el último medio siglo. Pero normalmente cuando se habla de cine de autor, se piensa y tiene que ver con unas cualidades y características por las que se reconoce a un director que tiene un estilo y un universo propios. No obstante, en esta película hay una variación significativa, y es que ese universo reconocible es el de un actor, Paul Giamatti, a quien se le ve en un rol que parece importado de otros filmes, como Entre copas, Esplendor americano o  La dama en el agua.

Es cierto que, por efectos del Star system (cuando el público va a ver una película por la mera presencia de una estrella en el rol protagónico), un Tom Cruise siempre hace de Tom Cruise en las películas. Pero cuando se trata de un actor que suele participar de cintas que no están obligadas por las reglas de la industria, como es el caso de Giamatti, parece contradictorio que se le vea a menudo –en  especial si es protagonista- haciendo el mismo papel, lo cual nos lleva a pensar que también existe un Star system del cine independiente, cine arte, o de ese cine con mayores pretensiones artísticas, como se le quiera llamar.

La cuestión es que un espectador más o menos asiduo al cine ve a este actor y, de inmediato, sabe que será un hombrecito cargado de defectos, con un cinismo y una falta de tacto que lo definen, con un cierto éxito profesional y una ética ambigua, la cual le granjea tanto amigos como enemigos, pero que, muy en el fondo, siempre será una persona noble y sentimental.

Cualquier película donde este actor es protagonista, tendrá estas características. La versión de mi vida, basada en la novela homónima de Mordecai Richler, naturalmente, no es la excepción. Y si toda la historia está en función de estas características del personaje, pues ya tenemos bien definida la película.

En otras palabras, es el mismo personaje que hemos visto antes, pero con unas variantes fundamentales, como sus tres matrimonios, la historia de amor que parece darle sentido a todo y esa terrible enfermedad que marca sus días finales, como si fuera un castigo por sus culpas.

En esa medida, no es una cinta especialmente atractiva o reveladora, porque su tesis parece ser que quiere dar cuenta de la vida de un hombre “común y corriente” que vive una vida llena de triunfos y derrotas. Sin embargo, lo que importa en ella son los detalles, algunos gestos y los pequeños momentos.

Es ahí donde se puede encontrar algo fascinante y revelador: un productor de televisión que parece odiar a su estrella, pero secretamente paga para que la prensa la elogie; una tumba con el nombre de una pareja como el sentido final de la vida; o una pelota de colores que es recogida por un hidroavión para revelarnos un misterio que se planteó desde el principio.

Nada del otro mundo, solo pedazos de vida retratados por medio de un actor que habituamente hace el mismo papel… y aún sí, puede funcionar y decirnos algo más esencial que ver a Tom Cruise haciendo siempre de Tom cruise.

Publicado el 30 de octubre de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

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