Historia universal de la tristeza
Esta es una película sobre la tristeza pero no es triste. Más bien es serena y apacible, y de esa forma nos muestra a sus personajes, que sí son tristes. La diferencia está en que el espectador no presencia nada demasiado triste como para contagiarse, pero entiende la tristeza de los personajes, porque la película la explica. Es como conocer el dolor sin sentirlo, un efecto que tal vez solo el arte, y especialmente el cine, puede conseguir.
En esta cinta Oliver (Ewan McGregor) protagoniza dos historias de amor, una en el pasado con su padre (y un poco con su madre) y otra en el presente con una mujer. Ya con estos elementos se define la estructura narrativa del relato, que salta de un tiempo a otro y de una relación a otra. Pero no son saltos caprichosos, porque la naturaleza de Oliver tiene mucho que ver con su pasado, por eso tales saltos fluyen naturalmente.
No es gratuito que Oliver haya ido a una fiesta de disfraces como Sigmund Freud. La lógica propuesta por el sicoanálisis parece la que se impone para entender la construcción de la historia y del protagonista. Las vivencias de la infancia y la relación con sus padres marcan su forma de ser, sus miedos y sus deseos, todo ello atravesado siempre por una melancolía que nunca lo abandona.
No obstante, el grueso del relato está compuesto por momentos de tranquilidad, felicidad y manifestaciones de afecto. Por un lado, la entrañable relación con el padre en los últimos días de existencia, cuando éste decide salir del closet en su vejez y disfrutar de la vida (y de su hijo) más que nunca; y por otro, el inicio de una relación amorosa, que no puede haber otra cosa que se le compare en emoción y felicidad.
El asunto es que Mills, quien también escribió el guión, supo desarrollar así mismo, en medio de toda esa felicidad que Oliver vivía en las dos relaciones, ese sentimiento de tristeza que se imponía en su vida. Empezando porque, en el fondo, era un sentimiento que compartía con su padre, su madre y su nueva novia.
De manera que el relato tiene la virtud de jugar con ese contrapunto entre la felicidad y emotividad de las situaciones y el adverso estado de ánimo que de fondo lo cubre todo. En medio de eso, la película tiene tiempo de hablar de la homosexualidad de manera reflexiva y comentada a partir de una perspectiva histórica, incluso con algo de ironía y humor. Es una subtrama que podría parecer extraña en medio de la historia de Oliver, pero que el director sabe articular eficazmente y convertir en un leitmotiv del relato y el protagonista.
Ver esta película fue una agradable sorpresa. Parecía comedia tonta de enredos con el picante adicional del viejo que sale del closet, pero resultó ser todo lo contrario, una seria y reflexiva historia, contada en clave de estado de ánimo bajo, pero llena de vida en su relato y en la apacible emotividad que la cruza de principio a fin.
Publicado el 17 de octubre de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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