Por una ética frente a la venganza
En un mundo mejor no habría venganza, esto por mencionar, inicialmente, lo que bien podría ser la idea de fondo de esta película, así como por poner en una frase su título original (Venganza) y el usado fuera de su natal Dinamarca. Tampoco habría armas, divorcios, mundos de tercera, bullys, cáncer o idiotas que quieren arreglar todo a los puños. Aunque la lista sería casi interminable, son estos aspectos los que toma como ejemplos la cinta que se ganara el Oscar como mejor película extranjera.
La directora danesa Sussane Bier, muy cercana al movimiento Dogma 95, después de su aventura en Hollywood, vuelve al territorio que conoce, esto es, fuertes dramas, cruzados por la muerte, crisis familiares y una predilección por contrastar sus historias en la desarrollada y civilizada Dinamarca con la precariedad de vida en el Tercer Mundo. Pero todos estos tópicos siempre planteados en función de unos cuestionamientos éticos esenciales.
En este caso se trata de la ética de la venganza, pero no a la manera de Park Chan-Wook o Tarantino, sino más alejada del artificio de los géneros cinematográficos y más cerca de las vivencias personales de los protagonistas, aunque también es cierto que la decisión que toma el médico frente al “gran hombre” obedece a un caso extremo.
El asunto se plantea de una forma más compleja cuando se trata de enseñar, en el caso de un padre a un hijo, lo innecesario de la venganza, o cuando el acto vengador parece a todas luces necesario y justiciero. De ahí que esa ética que se tiene tan clara, ya sea de un lado o de otro, es decir, de los que están a favor y en contra de la venganza, se hace más confusa en sus contornos y, por eso, los personajes y el planteamiento del filme se definen mucho mejor con cada decisión que estos toman al respecto.
En medio de ese gran tema de fondo, están las relaciones afectivas en primer plano. Desde el amor y la comprensión hasta el resentimiento y el desprecio. Son dos familias con problemas, ya por la presencia de la muerte o de la infidelidad, que protagonizan tanto fuertes como sutiles confrontaciones, eso sin tener que apelar demasiado a los golpes de efecto dramáticos que se le habían visto a esta directora en sus dos películas anteriores (Hermanos, 2005 y Después de la boda, 2007) y, en general, a muchas de las cintas del movimiento Dogma 85.
Aunque no se trata por completo de una película de este movimiento, la base de su propuesta narrativa y visual sí parten de él: fotografía sin afeites, mucha cámara al hombro, ambientación naturalista y casi nada de música. Pero lo importante es que hay una gran eficacia para dar cuenta de las ideas que quiere desarrollar, anteponiendo el natural desenvolvimiento del drama ante los artificios de la imagen, y aún así, en la película hubo margen para la estilización, sobre todo en el aprovechamiento de la luz naturales y en la concepción de los encuadres.
Tal vez, hacia el final, tiene un problema, y es que la cantidad de personajes con equivalente protagonismo, llevó a que la historia tuviera al menos cuatro grandes conflictos, por esta razón, desde el momento en que se soluciona el primero, hasta que se resuelve el último y después se atan los cabos finales, el relato se alarga demasiado, pero aún así termina siendo una película con fuerza dramática y honda en sus implicaciones.
Publicado el 28 de agosto de 2011 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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