Un Dickens Vacío y sin Realismo

Por Oswaldo OsorioImage

La película Grandes esperanzas (Great expectations, 1997), del director mexicano radicado en Hollywood, Alfonso Cuarón, lo tiene todo: el renombre de Robert De Niro, la versatilidad de Anne Bancroft, una bonita y popular pareja protagónica, conformada por Ethan Hauke y Gwyneth Paltrow, un director que ha dado muestras de tener talento, la novela de un conocido escritor y el cómodo presupuesto de un gran estudio. Sin embargo, éste es el tipo de película que demuestra que en el cine la sumatoria de los elementos no lo es todo.

Y es que aunque esta película se haya esforzado por crear unos ambientes y unos personajes hermosos y sofisticados, basándose muy libremente en la historia del Charles Dickens, no lo logra con suficiencia. Tampoco alcanza a elaborar todo ese dramatismo propio de la obra de este escritor inglés, y mucho menos puede asimilar el ritmo y demás características narrativas que hicieron de este autor una de las principales fuentes de las que bebieron los pioneros del cine, en especial D. W. Griffith, para alimentar el naciente leguaje cinematográfico.

De México a Hollywood

Este punto nos lleva a la adaptación que hizo Alfonso Cuarón de la novela. A este director lo conocimos con esa divertida y fresca (aunque un poco insustancial) comedia titulada Sólo con tu pareja (1991). Hollywood le ofreció comprar los derechos por una alta suma, y de ahí a que el mexicano pidiera una “chamba” en la Meca del Cine, no medió mucho tiempo.

Ahora Cuarón parece haberse convertido en uno de esos directores importados por la industria del cine norteamericana, a quien, o se le olvidó el cine que hacía antes o accedió a las presiones de aquel duro medio, todo sólo por conservar su “chamba”. No hay nada peor que el miedo a perder el trabajo. Ya lo hemos visto antes en compatriotas suyos, como Robert Rodríguez o Alfonso Arau: el primero cambió el frenetismo insolente de El Mariachi (1992), por la dinámica plana del pistoletazo y la explosión que se vio en Desperado (1995); y el segundo,  reemplazó el poder de las imágenes y el simbolismo de la historia de Como agua para chocolate (1992), por el esteticismo fútil y el argumento telenovelesco de Un paseo por las nubes (1995).

Aunque Alfonso Cuarón afirmó que por mucho tiempo se mostró renuente a leer el guión de Grandes esperanzas, y cuando por fin lo hizo, “ante la insistencia de los productores”, vio que “era una adaptación muy libre, casi irresponsable”. Fue entonces cuando se decidió a hacer la película, pues con un guión así él también podría ser “irresponsable”. Y efectivamente lo fue, pues esta nueva versión (ya David Lean había hecho una en 1946), se sirve muy libremente sólo de los aspectos románticos del original, renunciando a su espíritu realista.

Es así como traslada al presente la historia de un joven ambicioso, quien eventualmente conquista el mundo y el corazón de la añorada y desdeñosa mujer que lo obsesiona desde niño. Cuarón insiste en que más que una adaptación se trataba de una reinvención, pero, a la luz de aquella frase de Sergei Einseistein en la que afirmaba que “la adaptación debe ser una reelavoración crítica del texto”, el cineasta mexicano no hizo tal reinvención, ni reelavoración y mucho menos crítica. Escasamente se basa en una línea argumental para hacer de aquel cuento victoriano una seudofábula light desvertebrada dramática y narrativamente.

El espíritu Dickens

A la ingenuidad y realismo, fiel al espíritu dickensiano, de la versión de David Lean, Alfonso Cuarón antepone la sofisticación de los ambientes neoyorquinos y la sensualidad vestida con la piel de una casi siempre hermosa Gwyneth Paltrow. Así que se pierde la verdadera esencia del texto original, pues recordemos que Dickens ante todo era un retratista del ambiente de miseria y los bajos fondos de la sociedad victoriana, y que sus historias estaban contadas con el ritmo e intensidad propios de las novelas por entregas, que fueron su especialidad a finales del siglo pasado.

Oliver Twist, David Coperfield o Un cuento de navidad son sólo tres de las muchas obras de este escritor inglés que han sido adaptadas insistentemente al cine y la televisión, y todas ellas tuvieron mayor efectividad en la medida en que fueran más fieles al espíritu y los planteamientos de Charles Dickens. Sin embargo, y no por esto es más aceptable la película de Cuarón, este hábil narrador generalmente no ha sido afortunado con las reinterpretaciones que el cine ha hecho de su obra, porque, incluso en manos de directores con personalidad, como George Cukor o el mismo David Lean, estas adaptaciones han sucumbido a los vicios de la industria.

Tal vez quien mejor ha sabido plasmar en el cine este espíritu dickensiano de la precariedad y el patetismo de la realidad, ha sido Chales Chaplin, aunque, paradójicamente, nunca haya adaptado ninguna de sus obras. No es gratuita, pues, la coincidencia temporal y espacial que tuvieron estos dos hombres, que hasta el nombre les ha tocado compartir.

No creo que valga la pena dedicarle más palabras a esta película, aunque ha sido una buena excusa para hablar un poco de Dickens y el cine. Sin embargo, a pesar de una estructura argumental inconsistente, un dramatismo casi nulo y la mudez del tratamiento del tema y las situaciones, se pueden rescatar algunas imágenes, en especial todas las que tienen que ver con Anne Bancroft, esa mujer desengañada y amargada, que con su excesivo maquillaje sobre sus excesivas arrugas, baila y bebe como un fantasma en aquella gran casa devorada por la maleza y la soledad. Un amigo dice que una sola buena imagen puede salvar una mala película, pero en mi opinión, y a pesar de mi amigo y de Anne Bancroft bailando en su casona, Grandes esperanzas no tiene salvación.

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