Amor gitano, amor sin palabras
Por Oswaldo Osorio
Esta es una historia de desamor que termina siendo de amor. Generalmente en los relatos con este tema ocurre todo lo contrario. Pero este viaje emocional a la inversa que emprende su protagonista, Zingarina, empieza siendo como una desesperada huída ante el dolor del desamor y acaba con un encuentro, que en realidad es un rescate, porque de ser por ella, se dejaba morir de amor en las frías tierras de Drácula. Es entonces el amor, la pérdida o su búsqueda, el motor de esta historia aparentemente contada tantísimas veces.
La película está planteada en clave de road movie (película de carretera). Un subgénero cinematográfico que, precisamente, está signado por la huída o la búsqueda, incluso ambos al mismo tiempo. Un esquema en el que el recorrido físico a través de un paisaje implica también un recorrido emocional, hasta espiritual, que necesariamente transforman a los personajes. Nunca los personajes que empiezan el viaje, son los mismos que lo terminan, han cambiado por el contacto con la geografía, sus obstáculos y los encuentros que han tenido en su odisea.
Así que en esta historia la transformación empieza por el encuentro entre Zingarina y Tchangalu, y su trasegar está enmarcado por un paisaje hostil, característica que no es gratuita de ninguna manera. Incluso este paisaje se va volviendo más agreste conforme avanza la historia, se va haciendo más frío y desértico a medida que aumenta la progresión dramática hacia un clímax coronado por un traumático parto y una violenta borrachera, tales son los ritos de ruptura y purificación de estas dos almas perdidas para que estén realmente preparados para el encuentro verdadero, porque en este caso la mera cercanía física no es suficiente para hablar de un encuentro completo.
Pero esta historia de amor, de fondo, guarda una ironía: que Zíngara cambia a un bello músico, de quien se enamora poéticamente, por un desaliñado mercader de caminos. Ella sigue a su músico hasta la recóndita Transilvania cegada por el amor y por una promesa de felicidad. Pero esta ironía devela lo que pasa con quienes se obnubilan por el idealismo del amor, porque al menos en esta historia, el amor, más que un sentimiento es una vivencia. Y es que aquí no hay palabras abstractas sobre el amor, incluso hay casi un desdeño por ese sentimiento que, por un lado, ella tan dolorosamente ha perdido, y por el otro, él parece que nunca ha tenido, en parte por su idea de libertad, una por la que duerme siempre a la intemperie. Por eso mismo parece que no ha tenido una mujer, porque sería igual que las paredes de una habitación. Son dos espíritus libres e impetuosos que andan buscando lo mismo por caminos existenciales diferentes, hasta que sus caminos geográficos se cruzan.
La película está protagonizada por Asia Argento, una actriz de sangre azul en el reino del cine de culto (es hija del legendario director italiano de cine de horror Darío Argento), quien presta un poco su personalidad fuerte e indómita para un personaje cargado de rebeldía y signado por la fatalidad. Tanto Zingarina como Tchangalu, son parias afectivos y emocionales. Son conscientes de su carácter y su vocación de outsiders, tan marginados como los gitanos, al punto que no les molesta que los confundan con esta raza errante y relegada históricamente, incluso se mimetizan con ellos vistiendo sus ropajes.
No se trata de una película convencional, a pesar de los conocidos referentes del amor, el desamor, el encuentro de iguales y el esquema de road movie. La diferencia fundamental está en el tratamiento que su director le da a los personajes y la forma de manifestar sus emociones. Lo hace a partir de una narración algo desordenada pero de gran ritmo y fuerza dramática, así como de una concepción visual entre realista y poética, realista por la inmediatez con que la cámara registra las acciones y expresiones de los personajes, y poética por la forma como los concilia y, al tiempo, los contrasta con un paisaje que también es una lucha de contrarios, entre la vistosidad del folclor gitano y rumano, y la mencionada hostilidad del paisaje. De ahí que ambos paisajes, el emocional y el geográfico, sean el complemento perfecto para esta película entrañable y visceral.
Publicado el 8 de Febrero de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.