Drogas Vs. Televisión, Casa y Carro
Por Oswaldo Osorio
“Un yonki no quiere sentir calor, quiereestar fresco, más fresco, frío. Pero quiere el frío
como quiere su droga, no fuera, donde no le sirve
de nada, sino dentro, para poder estar sentado por ahí
con la columna vertebral como un gato hidráulico...
y su metabolismo aproximándose al cero absoluto”
-William Burroughs-
Por fin ese estrenó la esperada película de Danny Boyle, Trainspotting, un filme con unas imágenes, situaciones y personajes tan llamativos e inteligentes como los de su anterior y no menos memorable trabajo: Tumbas a ras de tierra (1995). Esta nueva película es una ajustada descripción de un estilo de vida que gira en torno a la droga, pero además de descripción, también es cavilación, sátira e irreflexión.
Trainspotting sigue en cierta forma los parámetros de la escuela realista británica, pero este realismo social con el que Boyle y sus compinches creativos, Andrew McDonald y John Hodge, conciben la vida de estos muchachos en un permisivo Edimburgo de los noventa, dista considerablemente del tratamiento de “porno-miseria” al que muchos sucumben cuando intentan contar una historia de este tipo. Su tratamiento diferente de la realidad es, precisamente, confirmado por las propias palabras de su director: “Nosotros hemos querido cambiar el estilo típico del realismo social, usar un estilo más poético, más intenso, más colorista; porque yo, personalmente, creo que el realismo es la forma menos efectiva de captar la realidad”.
Y es justamente este estilo poético y colorista del que habla Danny Boyle, lo que diferencia su película de muchas otras que manejan estos mismos elementos. Porque es un hecho que las aventuras y vicisitudes de una pandilla de adictos urbanos no es nada nuevo en el cine, pero generalmente estos otros productos le han dado un tratamiento sombrío y moralista al asunto, e indefectiblemente terminan con un castigo, una moraleja o las dos cosas al tiempo.
En cambio, Trainspotting es una desesperada y divertida narración que flirtea con la cultura pop y describe este mundo de los adictos desde adentro, sin juicios morales. Se trata de una obra más emparentada con aquella excelente pieza de Gus Van Sant, titulada Drugstore cowboy (1989), que con esas películas o series televisivas que sermonean a la familia entera.
Por esta razón, el filme causó gran polémica por acusaciones en su contra de hacer apología a las drogas, pero éstas fueron sólo apreciaciones de críticos puritanos o de ligas de las buenas costumbres, que lo único que consiguieron fue darle más publicidad a la cinta y aumentar así su ya abultado éxito de taquilla en Europa. Al respecto las palabras de Boyle son muy claras en cuanto a su intención (aunque las películas deberían explicarse por sí solas sin ayuda adicional de su autor): “Mi película es agresiva y provocativa. Al principio te golpea en la cara y te dice: esto es lo que hay; y también presenta el lado atractivo de la droga, porque quiero producir un efecto chocante, y luego, claro, hay una muerte y empiezas a ver el lado malo de todo el asunto”.
Elecciones de vida
Trainspotting nos habla de entrada de las elecciones que se pueden hacer en la vida. La primera (la más fácil y aburrida), es hacer parte del extenso rebaño de la clase media, tener carro, casa, beca, televisión, trabajo respetable, cuentas por pagar, vecinos y todo eso. Una segunda, la elegida por Renton, Sick boy, Spud y más tarde por Tommy, no es otra que la de una dulce adicción, montarse a un tren de vida donde ríen, hablan, sufren fornican y vagan, no importa que en el camino queden regadas jeringas, basura, bebés muertos, cucharas, amigos descompuestos, condones, padres decepcionados o algunos meses en la cárcel.
Habría una tercera opción, ensayada en medio del filme por estos yonkis momentáneamente reblandecidos: dejar las drogas. Salir es fácil, incluso también mantenerse “limpio”, pero ¿Soportar a secas toda la vacuidad del mundo? Así que no les toma mucho tiempo darse cuenta que esa alternativa no tiene sentido, pues están a la deriva en una ciudad y en una sociedad que no ofrece mayor cosa. No piden oportunidades, sino algo qué hacer mientras se respira y se muere, y drogarse es una buena opción, una que supera de lejos “el placer de mil orgasmos” y que es “mejor que todos los penes del mundo”.
Además de su tema y la forma virtuosa como es manejado (de lo cual es en buena medida responsable el best seller de Irvine Welsh), este filme es también un espectáculo formal. Su narración acompasada está “pintada” de imágenes ingeniosas y expresivas, algunas delirantes, otras oníricas, pero esencialmente todas ellas imágenes impactantes, construidas cuidadosamente con la poseía y el colorido al que se refería Boyle.
Por esta razón, resulta especialmente atractiva para el público juvenil, un público que ha asistido y asistirá masivamente a verla, y que disfrutará de su acertada banda sonora, aunque no conozcan al viejo Iggy Pop ni al viejo Lou Reed. También por esta razón, la película puede antojarse un tanto frívola y superficial, en especial para los más radicales simpatizantes del cine de compromiso social que siguen anclados a los viejos esquemas de mostrar realidad.
No se puede terminar sin hablar del buen trabajo del reparto, en especial el de Ewan McGregor, hilo conductor de la película y alter ego de Danny Boyle; pero sobre todo, la interpretación de Robert Carlyle, ese violento buscapleitos, quien con su personaje tira de la cuerda para nivelar y desnivelar a sus amigos yonkis y a la película misma cada que es necesario, un personaje que con sus adjetivos puede ser la síntesis de esta película: divertido, agresivo, peligroso, impredecible, truculento, intenso y trágico.