Religión, familia, homosexualismo y rock
Por Oswaldo Osorio
Podría decirse que en esta película el protagonista tiene sexo con Cristo, y en la mismísima Jerusalem, sin que necesariamente pueda verse esto como algo blasfemo. Tal vez todo lo contrario, porque la historia que cuenta esta cinta y el tono en que está planteada, permite jugar con estos extremos, resultando incluso un relato de lo más emotivo, honesto con los sentimientos y hasta aleccionador. Por eso, aunque el título de este texto parezca que quiere ser provocador, en realidad sólo está resaltando las “palabras clave” de esta película, los tópicos que atraviesa su trama de forma ingeniosa y alrededor de los cuales reflexiona.
Aunque habría un tópico más que los subordina a todos, la identidad. El gran conflicto de Zac y lo que motiva todo en esta historia es su búsqueda y problemas con su identidad, no sólo la sexual, que es la más evidente, sino también en la relación con su familia, con su generación y con su fe cristiana. La lucha por resolver este problema se hace manifiesta constantemente en la relación que tiene con su padre y todo lo que él representa: el machismo, la intolerancia, los prejuicios y el egoísmo. Ésa es la principal batalla que Zac pelea a diario, que es dramática y dolorosa, en contraste con la relación que tiene con su madre, una relación unida por una complicidad casi mística, gracias al “don” que cura y alivia las penas que tiene Zac y a la fe que ambos profesan a Dios.
Por eso el trasfondo religioso es otra constante en este filme canadiense. Está presente desde el principio, cuando Zac nace en navidad y esto lo marca de por vida. También en ese don que es ejercido por medio de la oración y los favores divinos. Igualmente, su peregrinación a Jerusalem para buscar respuestas, su encuentro sexual con un hombre que tiene la apariencia del Jesucristo que pintaron los artistas del renacimiento, y en definitiva, esa permanente búsqueda de la redención: ya fuera con su padre, buscando reponerle un viejo disco; con sus deseos reprimidos, tratándose de curar a sí mismo; o con la música, que lo libera e inconscientemente reafirma su ambigua identidad.
Porque la música resulta aquí tan importante como cualquier otro elemento de la película. La historia se desarrolla principalmente en los setentas y es la música de esta época la que resuena en la banda sonora, como si fuera una línea de diálogo más. The Rolling Stones, Pink Floyd, The cure y, por supuesto, David Bowie, se convierten en protagonistas, ya marcando las épocas, definiendo la actitud de los personajes, o incluso son usados como contrapunto y comentario, como cuando “Simpatía por el demonio” de los Stones se superpone al coro de la misa de navidad; o también la música logra hacer parte del argumento y define situaciones determinantes, así se puede ver cuando Zac, maquillado como David Bowie, canta su célebre “Space odity”, con todo lo que se ajusta la letra de esta canción a la situación del personaje.
Con todo lo dicho, pareciera una película cargada de drama y reflexiones profundas, pero si bien hay mucho de esto, en esencia es una cinta tremendamente vivaz y entretenida, porque el humor hace parte del acercamiento a estos temas, también las paradojas y el divertido e insólito juego con los contrarios. Es un filme decididamente colorido, por sus imágenes, por la música, por el estilo setentero, por la heterogeneidad de sus personajes y la agudeza de sus situaciones, y sin embargo, de fondo permanece una suerte de insatisfacción, de desasosiego e incertidumbre por la fortuna del protagonista, con quien a cualquier espectador, si está o ha pasado por la adolescencia, le resulta imposible no identificarse.
Publicado el 2 de febrero de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.