Nadine ya no vive más aquí
Por Oswaldo Osorio
Hace veinte años Kim Bassinger y Jeff Bridges protagonizaron una película llamada Nadine, una comedia romántica con una intriga de corrupción de fondo que pasó a la historia sólo por el carisma y la buena pareja que conformaron sus protagonistas. Ahora se les vuelve a ver juntos en esta película de Tod Williams, como si luego de conocerse en aquella historia de Robert Benton se hubieran casado, tenido tres hijos y aún siguieran juntos, aunque con todo el peso de esos años encima y, además, una tragedia familiar a cuestas.
Es un capricho cinéfilo relacionar dos películas que nada tienen que ver y darle esa arbitraria continuidad a una relación entre dos actores-personajes, pero es inevitable pensar que en Nadine se conocieron y se enamoraron, pero en Detrás de la puerta se empezó a desmoronar y terminó esa relación. Tal vez por eso se dice, no sin cierta sorna, que las comedias románticas son sobre cuando una pareja se conoce y los dramas sobre cuando ya se casan. Y es que en Detrás de la puerta la triste y pesada situación que vive esta pareja siempre está haciendo referencia a lo que alguna vez fuera un pasado feliz, y ahí es donde entra constantemente el recuerdo de Nadine y estos dos actores-personajes divirtiéndose y enamorándose mientras huían de unos truhanes.
Aunque este filme no sólo es sobre ellos, pues hay otra historia que, a pesar de que se conecta directamente con la de la pareja, maneja un tono completamente distinto. Se trata de la historia de Eddie, un joven que llega a trabajar durante el verano a aquel hogar, tal vez para aprender sobre el oficio de escribir con el señor Cole, aunque termina es aprendiendo algunas cosas importantes sobre el oficio de vivir. Por eso, además del drama familiar por la pérdida de dos hijos en un accidente, es una historia sobre la pérdida de la inocencia y el despertar al mundo de los sentimientos y las emociones de los adultos. El joven Eddie que llega a esa casa al iniciar el verano, no es el mismo que la abandona, en muchos sentidos ya era un adulto, o al menos un hombre descorazonado. La transformación es tan evidente, que sólo basta comparar los gestos y la expresión corporal del Eddie que llega con el que se va.
Lo más destacado del filme es la manera como sabe entrelazar esos dos universos tan disímiles, el del joven aprendiz de hombre y de escritor, por un lado, y el melancólico drama conyugal a punto de romperse, por el otro. La forma como se arma ese triángulo, que no alcanza a ser amoroso, paradójicamente, es una muestra de un fino pulso para las sutilezas y de unas interpretaciones precisas y contenidas. Porque no es una historia en la que pasen grandes ni muchas cosas, pues su encanto está en la sutil interacción entre estas tres personas, donde el joven Eddie aprende sobre materias distintas con cada uno de los dos adultos con los que convive. Aunque también aprende al estar expuesto a ese pesado drama cargado de indescifrables sentimientos, porque esa pareja y su historia son un misterio, tanto para Eddie como para el espectador, y ésa es una de las razones que la hacen, además, una cinta cautivadora.
Esta película es como un susurro, una acumulación de detalles que se entretejen para construir unos personajes y sugerir una historia. Es una película que es capaz de decir grandes cosas en voz baja, o incluso sin decir palabra. Es una película sobre lo irrecuperable, pero también sobre un mundo que se abre. Un drama grave y angustiante, aunque no exento de humor y momentos liberadores. En definitiva, una película inteligente y estimulante en muchos sentidos.
Publicado el viernes 7 de julio de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.