De venganza y muerte
Por Oswaldo Osorio
Detrás del sol no hay nada, sólo desolación. Eso es lo que vemos en esta película del brasileño Walter Salles, desolación del paisaje geográfico y del humano. Su fuerza dramática y el impacto que causa su historia están basados en la ausencia y la carencia, pues no hay condiciones materiales, ni sueños, ni sentido común humanista, ni esperanzas de vida, sólo de muerte.
Después de su éxito internacional con Estación central de Brasil y de ser acogido por una gran productora, Salles no optó por el camino fácil, por hacer nuevamente una película oscarizable. Esta vez nos trae una historia dura y árida como el paisaje desértico donde se desarrolla, una historia que tiene que ver con una absurda tradición de venganza y muerte entre dos familias que prefieren llenar las paredes con las fotos de sus muertos antes que dar el brazo del honor a torcer. Aunque el concepto de honor que tienen está tan tergiversado que es posible que un hombre asesine a otro por la espalda y luego asista a su velorio.
En medio de esta lógica trágica sin sentido, encontramos a Pacú, un niño que espera su turno de matar y morir, pero que a su vez sirve como hilo conductor del relato y como el recurso narrativo apropiado para darle a esta realidad cruda y penosa, un matiz poético con esa carga de inocencia y fantasía que le confiere su punto de vista. En este sentido la película se emparenta con el anterior filme de Salles, en el que la dureza de unas circunstancias desfavorables se acentúan porque el peso de la realidad recae sobre un niño, pero también, justamente por tratarse de un niño, tales circunstancias pueden ser vistas y vividas de forma diferente.
En el hermano mayor de Pacú, quien está más cerca todavía del asesinato y la muerte, también se opera este contraste, pero ahora no es la edad la explicación de su inocencia y su esperanza en medio de esa suerte de barbarie rural, sino que es el amor. Entonces vemos cómo todo el relato avanza y gana interés ante la tensión y el contrapunto que se presenta entre esas condiciones adversas e ineluctablemente trágicas y estos dos personajes ungidos de inocencia y esperanza, secretamente hastiados de vivir para la fatalidad, de depender de una camisa manchada con sangre y defender una idea del honor que ya ha perdido todo su sentido.
Otro contraste muy evidente en esta película se presenta entre la dureza de la historia y el preciosismo visual logrado por el fotógrafo Walter Carvalho. Esta belleza de las imágenes casi siempre es consecuente con el tono en que está plateado el relato, pero también por momentos se antoja contraproducente e inadecuado política la historia.
En definitiva, se trata de una película constituida por contrastes y elementos en constante tensión que son los que la hacen una obra completa y muy atractiva: la belleza de las imágenes frente al miedo y pesadumbre que sofoca el ambiente, la dolorosa tragedia mirada desde el desenfado y el encanto propios de la inocencia y la esperanza, una tradición casi macabra de venganza y muerte frente a la imaginación de un niño que se inventa las palabras de un libro de sirenas. Una película así no puede terminar bien para sus personajes pero sí para el espectador, porque en eso de contar historias casi siempre importa es cómo se cuentan y no necesariamente que sean complacientes, y Walter Salles ha resultado ser un buen contador de historias.