Más que una historia al final de la vida

Por Oswaldo Osorio Image

El cine no admite prejuicios. De ser así, el público dejaría de ver un montón de buenas películas de Hollywood o desecharía al instante esta película hispano-argentina sobre un amor otoñal, otra historia más de sensiblería y lugares comunes, diría el prejuicio. Pero en este caso el espectador no sólo no se encuentra con estos defectos, sino que el filme de Marcos Carnevale resulta una agradable sorpresa, una cinta divertida y entrañable, que tiene la virtud de hacer de una historia harto conocida un relato lúcido y hasta revelador. 

La premisa del filme podría decirse que sí empieza con un lugar común: nunca es tarde para vivir, soñar y enamorarse. Pero la cuestión es cómo el filme plantea cada una de esas cosas, cómo hace que sus personajes vivan, sueñen y se enamoren. En principio, expone dos tipos de vida, dos visiones del mundo muy diferentes, la que tiene cada uno de sus protagonistas. Por eso, cuando esa mujer octogenaria despliega, no sin cierto descaro y desparpajo, sus armas de seducción ante su vecino, chocan esos dos mundos y hay estridencia de violines. Y es que, para Fred, vivir significaba trabajar por décadas en la misma empresa, tener una familia, pagar las cuentas y aguantar vivo hasta el último momento, mientras que para Elsa vivir era casi todo lo contrario.

Entonces el carácter fuerte se impone y la visión del mundo más audaz predomina. Por eso no es una película de amor otoñal como cualquiera, porque no se trata sólo de recuperar o revivir el amor al final de los días, se trata prácticamente de empezar a vivir otra vida. Decía Flaubert que cuando se llega a viejo los pequeños hábitos se vuelven grandes tiranías, y Fred estaba totalmente tiranizado: por el recuerdo de su esposa, por la relación con su hija o por su colorida y nutrida dieta de píldoras que le recetaba su hipocondría. Elsa llega entonces a liberarlo (y de paso en cierto sentido también a sí misma) con su visión de la vida, con su energía sin gastar, sus “embustes” y, además, un cinematográfico sueño por cumplir.

Por eso este personaje (y la actuación de China Zorrilla) es el alma del filme, es lo que le da el giro para diferenciarlo de las demás historias con el mismo tema. Porque no se trata sólo de una mujer de 82 años que aparenta tener la vitalidad y el espíritu de una joven, es algo que va más allá, es un asunto de actitud. En su actitud no cabe el conservadurismo, tampoco seguir las reglas, ni le importa el qué dirán. El arma que usa en buena medida para luchar contra todo esto es la mentira, y esto es necesario condicionarlo a las licencias que permiten ciertos estados, como la vejez o la infancia, por ejemplo, donde esas mentiras se asumen de una manera diferente, y en este caso, por la actitud de esta mujer y los fines que busca, las mentiras son la base del encanto del personaje y del humor del filme, pero además por momentos sus mentiras pasan a los terrenos de la fábula.

Esas fábulas de lo que fue o hizo Elsa en su larga vida, toman forma con el sueño que tiene de replicar la célebre escena de La dolce vita, en la que Anita Ekberg entra a la Fontana de Trevi en Roma en la película de Fellini. Aquí es donde mejor se comprueba de qué está hecha esta película, porque es capaz de sostener la solidez dramática del relato, la lógica de sus personajes y la verosimilitud de la relación que establece la pareja, todo eso sin negarse la posibilidad de de tener algo de poética y ensoñadora.

Publicado el 16 de junio de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.

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