Por Oswaldo Osorio
Las películas de Álex de la Iglesia parecen extravagantes e inofensivos disparates concebidos para entretener al espectador, desde el más frívolo hasta el másperverso, aunque los entretiene por distintas razones. Pero, a pesar de lo que parecen, en realidad sus películas son ingeniosas y elaboradas historias que siempre están diciendo algo sobre la naturaleza humana y la sociedad contemporánea, la más de las veces apelando a su lado oscuro. Y eso que dice generalmente tiene una fuerte carga crítica y paródica, eso sin contar las descarnadas e implacables verdades que suelta como bombas, que caen como una recriminación y explotan como una carcajada.
El crimen y la fealdad ya habían sido tocados por este director de manera recurrente en varias de sus películas. Su opera prima precisamente, Acción mutante (1992), es sobre una guerrilla de feos y deformes que combaten con tácticas terroristas el culto a la belleza. En este nuevo filme la fealdad, encarnada en Lourdes, también se las cobra y toma venganza sobre un mundo tiranizado por la belleza y poblado de hombres como Rafael, a quien, a manera de una de esas crudas verdades, el filme ni siquiera juzga, sino que lo presenta como una víctima condicionada por una sociedad de consumo y estetizante.
La ironía y los contrasentidos en buena medida explican la lógica de los relatos de Álex de la Iglesia. Consecuentemente con esto, esta película se puede ver como la historia de un perdedor que se cree un ganador. Sólo habría que empezar por ver cuál es el universo en el que el director sitúa a su personaje: un centro comercial. La geografía específica es la sección femenina y allí es rey de un imperio mínimo, pero que para él es suficiente, incluso luego se conformará con menos. El caso es que ese imperio lo ha obtenido aplicando las leyes del culto a la belleza, sin embargo, y aquí está la mayor ironía, luego sólo puede conservarlo obedeciendo las reglas y sometido a la tiranía de la fealdad.
Para hacer tan radical transición no hubo contemplación ética alguna, pues el egoísmo y la mezquindad son las fronteras en que se mueve éste y la mayoría de los personajes de Álex de la Iglesia. Desde los mutantes de su primera película, pasando por el mismísimo Satanás de El día de la bestia y la sicópata pareja de Perdita Durango, hasta todos los vecinos de La comunidad. Este egoísmo y mezquindad inevitablemente conducen al crimen y al asesinato, pero que son bien condimentados con truculencia y con un humor tan negro que asusta reírse de él, pero que es algo inevitable debido a su ingenio y la agudeza: el espectador termina desternillado de la risa por una niña que dice tener SIDA y que fue violada por su profesor de gimnasia, o por un hombre verde con una hacha en la cabeza, o porque a la pobre Lourdes le dicen en su fea cara lo fea que es.
Humor negro, ironía, personajes amorales, crimen, truculencia, temas políticamente incorrectos, etc., con todos estos ingredientes esta película es contada, podría decirse, en clave de disparate, con giros insólitos e inesperados a los que el espectador no le reclama su falta de justificación, pues el director sabe muy bien dar a conocer su código personal y las reglas del juego de su relato, que en principio parecen tener como único objetivo ser un divertimento, pero que si se mira con detenimiento dice mucho sobre antihéroes, moral, belleza, fealdad, crimen y mezquindad.