Viaje hacia el despecho
Por Oswaldo Osorio
El amor como el viento un día se va, decía un poeta decimonónico. Y a Javier, el protagonista de esta película, a los pocos días de casado ese viento se le fue con un tal Jorge. De esta situación surge la premisa de este filme argentino: ¿Qué hace un hombre cuando lo abandona el amor de su vida? La premisa es simple y harto conocida, pero desarrollarla conlleva un proceso más complejo y no importa que sea una historia recurrente (en la vida y en el cine), pues lo que vale es cómo está contada y con qué elementos, y es en ese sentido que ésta es una película fresca, desenfadada, original y muy divertida.
El primer reto del director y su co-guionista fue hacer con un tema y un personaje tremendamente dramáticos una comedia, pero sin que se desdibujara el drama o se cayera en la caricatura extrema. Y efectivamente consiguen que este personaje con toda su angustia y toda su desesperación provoque entre el público risas, incluso carcajadas. Sin embargo, en ningún momento se puede decir que este pobre hombre no está sufriendo realmente, que no está pasando por ese infierno del despecho que lo conduce sin remedio a la baja autoestima, a la desorientación existencial y hasta al ridículo.
La estructura dramática y argumental del filme está guiada por las conocidas etapas del duelo amoroso y su subsecuente recuperación: perplejidad, negación, depresión, odio, indiferencia, perdón, liberación y quién sabe cuántas más etapas intermedias. El caso es que, etapas más o menos, éste es el periplo que experimenta el desconsolado Javier, mientras que el relato juega con el contrapunto de su profundo drama, por un lado, y el material cómico que resulta de él, por otro, al punto de sacarle provecho a distintos recursos de la comedia, desde el humor intelectual, pasando por la comedia de situaciones y el humor verbal, hasta los más simples pero efectivos gags.
Con todas esas etapas y todas esas formas cómicas, esta historia es tan abigarrada de situaciones, estados de ánimo, anécdotas y personajes, que por momentos resulta una acumulación un poco excesiva y al final da la sensación de haberse visto una película mucho más larga. Y aunque esto puede ser una debilidad, esa sobrecarga parece necesaria y, en últimas, la base del humor sostenido que posee todo el filme, pues sólo mediante todas esas situaciones que dan cuenta de su dolor y al mismo tiempo de su patetismo, y mediante todos esos personajes que tienen que soportar el neurotismo despechado de Javier, es que la película puede dar cuenta de su doble naturaleza: el drama del personaje y la comedia del relato.
De otro lado, el registro y acabado visual parece estar sintonizado con muchas películas del cine argentino reciente, en las que le dan más importancia a la espontaneidad de la puesta en escena, mientras que la cámara, igualmente espontánea, está en función de las acciones de los actores, por tanto es una imagen sin muchos afeites, sin composiciones elaboradas ni un tipo especial de diseño fotográfico. Se trata de una concepción visual que ha ganado para el cine cierta frescura y honestidad realista (véase también el Dogma 95), pero que ha perdido en sus posibilidades estéticas.
No se puede terminar este texto sin ponderar la interpretación del actor Diego Peretti, el responsable de que se le pueda creer a la película su juego entre el drama personal y el humor del relato, es él quien hace la mitad del trabajo brindando una sorprendente gama de emociones, estados de ánimo e incluso transformaciones físicas. Se trata, pues, de un filme con un actor inmenso, un guión inteligente y preciso y una historia que le puede pasar a cualquiera.
FICHA TÉCNICA
Dirección: Juan Taratuto
Guión: Juan Taratuto, Cecilia Dopazo.
Fotografía: Marcelo Iaccarino
Música: Jorge Drexler, Diego Grimblat.
Reparto: Diego Peretti, Soledad Villamil, Cecilia Dopazo, Marco Mundstock, Luis Brandoni.