El médico y la infeliz
Por Oswaldo Osorio
Ésta es una historia de amor, un amor apasionado y verdadero, y sin embargo, cargado de tristeza y desazón. En esas coordenadas contradictorias se mueve esta conmovedora película italiana, la cual siempre está yendo de un lado a otro en esos distintos sentimientos y de un lado a otro en el tiempo, haciendo con ello un relato ingenioso, cautivador y que siempre está sorprendiendo al espectador, tanto por sus giros argumentales como emocionales.
Basada en una exitosa novela de Margaret Mazzantini, esta historia de amor definitivamente es distinta a cualquier otra, por la pareja tan atípica que la conforma y, sobre todo, porque está cruzada por la frustración y un permanente desasosiego. Mientras él es un médico cirujano con una vida cómoda y una esposa perfecta, ella, interpretada por una Penélope Cruz valientemente afeada, es una mujer pobre, marginal y muy golpeada por la vida, por lo que no parece nada casual que se llame Italia.
Todo empieza porque esa aparente vida cómoda del médico en realidad está cargada de insatisfacción y malestar. No importa su hermosa casa en la playa, su esposa perfecta y su trabajo ideal, todo ese universo tan correcto que se ha construido parece que es su prisión, y cuando por fin explota, la pobre Italia está cerca y sufre las consecuencias. El médico inicia una doble vida, un poco tormentosa, por supuesto, pero no tanto porque tenga que repartir su tiempo entre dos mujeres tan distintas, sino porque es consciente de que se ha enamorado de una “pobre infeliz”, como él mismo dice, y se avergüenza de ese amor, entonces duda, y eso es lo peor que le puede pasar al amor.
A partir de esta situación el filme construye un personaje complejo, un poco insondable incluso. Esa dualidad del médico ante aquel amor y la manera arbitraria como se inició, no permite el facilismo de que el espectador se identifique con él, como ocurre con todos los protagonistas, aún cuando son antihéroes. Pero tampoco se le puede rechazar por completo, pues son evidentes su sufrimiento y sus dilemas, su malestar y frustración, que se revelan en una suerte de tristeza que empieza en su cansada mirada y hasta en sus movimientos y postura. En buena medida todo esto se logra gracias a la convincente interpretación del mismo Castellito, quien también la dirigió y co-escribió.
Pero el médico y la infeliz y su amor lleno de desazón no son los únicos protagonistas de este filme, también lo es su relato, pues la forma como está contada esta historia le da otra dimensión a cada uno de los personajes y al drama que viven. Se trata de un esquema aparentemente conocido, esto es, la narración que va y viene del presente al pasado por medio de flashbacks, pero aquí tiene unos resultados diferentes en la apreciación de la historia, pues con esta estructura el director es el que decide cuándo y qué debe saber el espectador, y tanto el drama amoroso como el del accidente de la hija crean un perfecto contrapunto y un interés permanente en el relato.
Hasta el final esta película guarda secretos, pero no secretos surgidos de la truculencia propia de los melodramas (porque éste es un melodrama), sino de la concepción ingeniosa de un relato que le interesa mantener en el espectador la incertidumbre sobre lo que pasará con el argumento, pero sobre todo con los sentimientos y emociones de los personajes. Mientras el médico espera angustiado a su hija fuera del quirófano, no se sabe con certeza si conserva la relación con Italia, si lo salvó ese amor un poco enfermizo o volvió a su cómoda vidita, si lo salvó la hija o si ella misma se salvará, el caso es que a este hombre algo le tiene que pasar, porque no puede seguir viviendo así, y efectivamente le pasa, pero eso sólo lo sabemos al final de esta estupenda película.
Publicado el viernes 7 de octubre de 2005 en el periódico El Mundo de Medellín.