Una provocación políticamente correcta

Por Oswaldo Osorio Image

Otra película inflada por los premios Oscar. Otra más que, como casi todo lo que es muy publicitado, entrega mucho menos de lo que ofrece, y que incluso se vale de falsas polémicas para crear expectativa y atrapar a la masa incauta, la misma que, haciéndole el juego, no se atreve a contrariar a la apabullante publicidad, so pena de pasar por carente de sensibilidad para el “cine arte” que trata un tema “serio”. Es inevitable empezar una crítica sobre esta película refiriéndose a este aspecto, porque además de ser un producto cinematográfico, también es, y sobre todo en este momento, un producto mediático, con todo lo que esto implica en la aceptación del público y la idea que se tiene del filme.

Lo primero que habría que aclarar es que no es un western, lo único que tiene de este gran género cinematográfico es los sombreros y los caballos, por lo demás, nada qué ver con la mitología y el universo épico-histórico propios del género. Aunque si es importante como referente para los personajes, pues si bien son una suerte de vaqueros citadinos, el arquetipo funciona a la hora de confrontarlo con el tema de la homosexualidad. De hecho, el conflicto de la película deviene de esta confrontación y la subsecuente imposibilidad de -en especial el personaje de Ennis- poder conciliar ambas cosas. Y ese conflicto es una angustia y un tormento que pesa sobre este personaje, que cruza toda la historia y que tal vez resulta lo más interesante del filme, aunque no fuera explotado lo suficiente.

Porque la principal característica de la película es que parte de este planteamiento provocador, pero con un tratamiento que no se aleja demasiado de lo apropiado, de lo publicable, de lo políticamente correcto. Es de esas películas que aborda un tema homosexual, aparentemente provocador y en una época en la que resulta muy oportuno hacerlo, pero que está dirigida a heterosexuales, a la mayoría de los cuales llama morbosamente la atención el tema pero no están dispuestos a ver o a saber del asunto sino hasta cierto límite (sólo hay que escuchar durante la proyección las risas nerviosas o inoportunas, aun en los momentos más dramáticos).

Adicionalmente, es un filme que, aparte de ese llamativo planteamiento argumental, resulta demasiado plano narrativa y dramáticamente, pues la mayor parte del relato no se concentra en lo verdaderamente importante, la relación entre Ennis y Jake, sino que se dispersa en las vidas de cada uno de ellos y apela a una dinámica de saltos en el tiempo para los encuentros de la pareja. La más de las veces esta dinámica de saltos resulta abrupta y poco convincente, lo cual puede ser consecuencia de esa tímida intención de desarrollar con mayor fuerza la historia de amor. Es cierto que hacia el final hay cierto crecendo en la intensidad dramática y en sus personajes, pero para hacerlo el director y sus guionistas tuvieron que recurrir al facilismo de utilizar la muerte como un golpe de efecto dramático (¡ay, Lars Von Trier!), que luego se convierte en golpe bajo cuando, a manera de clímax, aparece la camisa ensangrentada.

Está demostrado que las películas que causan gran polémica en su momento, ni las que ganan muchos premios Oscar y ni siquiera las taquilleras, son la que pasan a la historia. Por eso ésta no es más que una película común y corriente, con muy buena factura, una fotografía más preciosista que intencionada y un tema interesante en su planteamiento pero no en su desarrollo. Una película con algunas cosas muy buenas (escenas, imágenes, la interpretación de Heath Ledger…) y otras nada afortunadas, tal y como ha sido la carrera de su director, quien ha creado filmes tan diferentes y dispares en su calidad que van desde Hulk o El tigre y el dragón, que son propuestas estéticas y de acción pero sin mayor trascendencia, hasta películas inteligentes y sutiles como Beber, comer, amar o Sensatez y sentimientos.

Publicado el viernes 17 de febrero de 2006 en el periódico El Mundo de Medellín.

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