…y siempre quiero estar muerto
Por Oswaldo Osorio
Ésta es una película sobre la muerte, o sobre la vida, depende de cómo se mire. Pero no a la manera de Los otros, la anterior película de este director español que aquí abandona sus jugueteos con la intriga y el suspenso, sino que es sobre la vida y la muerte en otros sentidos mucho más complejos y profundos, como el existencial, el legal y el moral. Pero a pesar de estos sesudos enfoques, no es un filme cargado de gravedad, al contrario, se trata de un relato bien armado y certeramente interpretado que conecta de inmediato con el espectador por su lucidez, buen humor y emotividad.
Independientemente de que la historia de Ramón Sampedro haya ocurrido realmente y de que haya sido un publicitado debate hace algunos años en España, la película plantea unas cuestiones esenciales en torno a la relación del individuo con la vida y la sociedad que compromete y exige emocional e intelectualmente. En principio se podría decir que es una historia, no tanto acerca de un hombre que se quiere morir, sino de una sociedad que no se lo permite, sin importar su libre deseo, que está justificado en la condición física en la que se encuentra postrado. Pero ese sólo es el conflicto que hace mover las acciones y que determina el comportamiento de los personajes, porque lo más relevante de este relato está, justamente, en lo que desata este conflicto y su significación en relación con el tema de la vida y la muerte.
Por eso lo menos relevante del filme es su intención de plantear este debate y tratar de ser persuasivo con el punto de vista que defiende, que no es otro que el de Ramón. De hecho, esta intención proselitista no siempre es del todo afortunada, y eso se evidencia en la discusión entre Ramón y el cura cuadrapléjico, que resulta demasiado complaciente en la defensa de ese punto de vista que la película propone.
Lo que más importa aquí, entonces, es la forma como el relato conduce al interior de un personaje al que es posible conocer y comprender, un personaje que evidencia su lucidez y por eso se gana de inmediato la empatía y simpatía del espectador, quien conecta rápidamente con sus emociones, su buen humor (que desacredita el arquetipo del gallego) y su sabiduría. Aunque con todas estas virtudes fue muy fácil hacerlo prodigar lecciones de vida que, de manera un poco obvia y conveniente, resultan muy efectivas debido a su condición.
Claro que todavía es posible encontrar algo más esencial en esta película, pues lo revelador y conmovedor no está tanto en el personaje, que siempre nos está tratando de convencer con su labia y su actitud bonachona, sino que éste y su dramática situación se dimensionan verdaderamente es a partir de todos esos personajes que lo rodean, en especial las mujeres, Manuela, Rosa y Julia. Es a través de ellas y de la relación que establecen con Ramón que se trasmite más eficazmente todo el drama de la historia, la compenetración con el protagonista y esas pulsiones de vida y muerte. Es en esas relaciones donde se encuentran los momentos más emotivos del relato y las que dan pie a las serias reflexiones que propone el filme.
Si bien el guión y la convincente actuación de Javier Bardem son la espina dorsal del filme, la mano habilidosa de Amenábar en la dirección también se hace notar. Ya con sus anteriores filmes había demostrado que era un aplicado estudiante y conocedor del cine y sus resortes, pero este conocimiento lo había utilizado siempre para seguir cómodos modelos, para el artificio visual y argumental y para conseguir un efecto muchas veces fácil en el espectador. Ahora estamos ante un director que parece haberse desprendido de todo eso, pues así lo demuestra esta película inteligente, personal y estimulante.