En busca del tiempo perdido
Por Oswaldo Osorio
El anuncio de la segunda parte de un filme tan apreciado y venerado por el público latinoamericano causó, al mismo tiempo, indignación y curiosidad. Sobre todo indignación, porque después de los dos últimos y lamentables filmes de este director (Pequeños milagros y Las aventuras de dios), una secuela de su mayor éxito se antojaba tan desesperada como sospechosa. Sin embargo, el planteamiento que la motivó es sin duda interesante: indagar qué podría haber pasado con el mismo personaje tras diez años de irreverencia, romanticismo y poesía.
En principio vemos al mismo Oliverio, visitando bares, recitando poemas y buscando a la mujer que vuela. Aparte de estar un poco calvo, todo aparentemente sigue igual. Pero paulatinamente nos vamos dando cuenta de que lo que motivó este nuevo capítulo es justamente lo que preocupa a nuestro viejo héroe, esto es, el tiempo, o mejor, el paso del tiempo y sus estragos en él. Entonces la contundencia de las reflexiones sobre este asunto casi que justifica esta segunda parte.
Oliverio ya no es el todavía joven poeta que cambia versos por comida, ahora es un cuarentón calvo al que la vida le exige más y le perdona menos. Viejas certezas como amor, sexo o autoestima lo han abandonado como lo hicieron su cabello y la primera mujer voladora que conoció. Ésta es la mejor parte del filme porque es donde está la novedad, donde Subiela demuestra que todavía tiene la capacidad de entusiasmar y conmover, aunque esta vez sea con sentimientos como la melancolía, la angustia y la decepción.
Sin embargo, cuando encuentra nuevamente a una mujer que parece que sabe volar, el filme vuelve a lo mismo de antes pero ya sin sorpresa, humor y romanticismo. El flirteo poético con la nueva mujer es tedioso y repetitivo hasta el punto que sus personajes empiezan a caer mal. Para ajustar, el anticlímax de esta secuela es justamente su desenlace, pues la solución que propone contra el paso del tiempo, la sombra de la muerte y la angustia existencial es tan retrógrada y simplista que da tristeza.
Es cierto que el tono del filme da para un final optimista, pero la propuesta de Subiela hace creer que se está acobardando o se está poniendo viejo (como Oliverio). Aún así, es un filme que tiene muchos ecos del encanto y originalidad de la primera parte, con toda su poesía, su humor inteligente y juguetón, su ingenio visual y, en medio de todo esto, su preocupación por temas graves como el amor, la muerte y, ahora, el tiempo, el que se ha perdido y el que todavía se puede aprovechar.