Contra la cadena de silencio
Oswaldo Osorio
El abuso de sacerdotes a menores de edad puede ser tan antiguo como la Iglesia católica, pero solo se empieza a hablar públicamente de ello hace unas décadas, y en el cine aún más recientemente. La cadena de silencio se ha empezado a romper en la comunidad, la ley y hasta el mismo Vaticano. Y el cine ha puesto lo suyo con películas de distintas nacionalidades como Las hermanas de La Magdalena (Mullan, 2002), La mala educación (Almodóvar, 2004), El club (Larraín, 2015) o Spotlight (McCarthy, 2016).
Ahora es Francois Ozon quien asume el espinoso tema con el rigor que este requiere. Su prolífica carrera, construida en poco más de dos décadas y compuesta por una veintena de largometrajes y un puñado a menos llenas de cortos, lo ha convertido en uno de los más versátiles cineastas franceses de la actualidad. Porque en su cine hay de todo: historias de amor y desamor, thrillers, musicales y hasta un bebé con alas. En Por la gracia de Dios (Grâce à Dieu) es tal vez la primera vez que aborda un tema que requiere un compromiso relacionado con el contexto social.
Ozon debía dar cuenta de un proceso de cinco años, desde la denuncia inicial hasta los primeros resultados de la causa. Con un tema que podía ser denso y complejo, además lleno de cuestionamientos legales y morales, así como definido más por los diálogos que por la imagen o la acción, el director se enfrentaba a un reto narrativo, el cual supo solucionar hábil e ingeniosamente con una suerte de estructura de relevos entre tres protagonistas.
Primero está Alexandre, quien lo inició todo al denunciar, ante la Iglesia y la ley, al sacerdote que lo abusó treinta años atrás. Pero cuando el personaje y su cruzada se empieza a agotar, así como la eficacia de sus reclamos, entra en escena Francois, entonces el relato se olvida de Alexandre y toma un nuevo tono la narración y un brío mayor el proceso de acusación. Y cuando parecía que no había más que decir, ahora que se había hecho público el caso, de nuevo Ozon mete la tercera marcha con Emmanuel, y devuelve todo el asunto al plano íntimo, emocional y sicológico.
Son tres fases del relato que permiten que una historia con más de dos horas de duración y tanta información, casi solo suministrada por diálogos, resulte envolvente y reveladora. La combinación de tonos, estados de ánimo, la diversa naturaleza de sus protagonistas y los tres distintos ángulos desde los que se aborda este secular crimen, la convierten en una pieza de cine construida con precisión y una tremenda eficacia en el mensaje que quiere dar, porque sin duda Ozon toma una firme y dura posición ante el caso, que no es anticatólica o anticlerical, sino la misma que cualquiera con algún sentido de humanismo y justicia debería tomar: repudiar tales actos de abuso y romper la cadena de silencio para denunciar y tal vez sanar.