Por la familia

Oswaldo Osorio

La guerra, la familia y el desarraigo son los grandes temas que obligaron a los realizadores de este filme a elaborar un relato monumental, un relato de larga duración, que atraviesa medio mundo y deja regados en el tiempo y el espacio a numerosos personajes e intensos pasajes que se cruzan por la vida de su único protagonista, Nazaret, un hombre que es víctima del genocidio armenio de principios del siglo XX por parte del Imperio Otomano en Turquía.

Fatih Akin, director alemán de ascendencia turca, desde hace mucho tiene un lugar en el cine contemporáneo, esto gracias a películas como En julio (2000), Contra la pared (2004) y Al otro lado (2007). Su cine siempre ha sido trashumante y reflexivo en relación con el desarraigo producto de los movimientos migratorios (por lo general forzados), así como de sus consecuencias sociales e ideológicas.

En esta película hay mucho de eso, aunque desplaza la reflexión y cuestionamientos sociales de siempre a los históricos, los cuales, de todas formas, son las causas de muchos de los conflictos de los que se ocupa en sus películas desarrolladas en este tiempo. Todo empieza con la intolerancia étnica y religiosa, pasada por la violencia y represiones de la guerra, para dejar como consecuencia la que tal vez sea la mayor tragedia para un hombre: la separación de su familia.

Entonces muy pronto en el relato se sabe esto, y se hace evidente que lo que vendrá de allí en adelante es ese deseo por el retorno al hogar y la búsqueda de la familia, en el caso de Nazaret, su mujer y dos hijas. Son unos conflictos capitales, ciertamente, pero al mismo tiempo demasiado básicos y predecibles en su desarrollo. Por eso el gran problema de la película es que siempre se sabe para dónde va y escasamente sorprende.

El esquema del héroe que hace una gran travesía en busca de algo y en el que, alternadamente, se topa con gente que lo ataca o lo ayuda, en este relato se aplica de forma casi automática, despojándolo de la progresión e intensidad que una buena narración requiere. Y no ayuda en nada a esto el hecho de que el protagonista, muy temprano en la historia, se queda mudo, por lo cual el espectador tiene menos elementos para lograr una empatía con él, quien termina reducido a un monigote del destino, que solo en ocasiones nos dice algo de su ser más profundo con algunas acciones.

Si bien los temas recurrentes de este director se repiten aquí, pero desde la perspectiva histórica, no alcanza a tener la complejidad e intensidad que se le conoce en sus anteriores filmes. La grandilocuencia de una historia que se explaya en el tiempo y la geografía se ve reducida por la elementalidad y reiteración con la que aplica un esquema narrativo predecible y con un héroe limitado en su comunicación, tanto con los otros personajes como con el espectador.

 

Publicado el9 de abril  de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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