La sátira, un autor y lo populista
Oswaldo Osorio
Que un realizador colombiano estrene tres películas en seis meses, eso es un acontecimiento en la historia del cine nacional. Independientemente de quién las firme como director, la figura tras una lista que ya llega a las quince películas es Dago, quien las ha escrito y producido (solo eventualmente dirigido). Por eso no es tan descabellado pensar en él como un autor, solo que el tipo de “obra” que ha construido no es la que normalmente se asocia con el cine de autor, pues se trata de un corpus de películas que en su mayoría se deben catalogar como cine de consumo, normalmente definido por la comedia populista.
Pero no todo este corpus tiene la uniformidad de ese cine comercial en el que ya desde hace más de una década encontró un nicho. Algunas de sus cintas tienen sus matices y hasta sus pretensiones, solo hay que recordar sus tres primeras películas (La mujer del piso alto, 1996; Posición viciada, 1998; Es mejor ser rico que pobre, 2000), dirigidas por Ricardo Coral-Dorado. Incluso en algún momento creímos que era posible conciliar con fortuna el humor popular con la comedia bien elaborada, como lo hizo con La pena máxima (Jorge Echeverri, 2001), Te busco (Ricardo Coral-Dorado, 2002) –y en menor medida- Muertos de susto (Harold Trompetero, 2007).
Hay que aclarar que lo de tres producciones en un semestre es porque, al parecer, ya va a realizar, además del usual estreno decembrino, en este caso Escritor de telenovelas (Felipe Dothée, 2011), también otra para mitad de año, práctica iniciada con Mi gente linda, mi gente bella (Harold Trompetero, 2012); y adicionalmente, por fin pudo sacar a la luz un singular proyecto que tenía embolatado desde hace unos años: La captura (Dago García, Juan Carlos Vásquez, 2012). Lo particular de esta situación es que las tres son películas muy distintas, pues la primera se propone ser una sátira con cierta elaboración, la segunda pertenece a la habitual vena de la comedia populista y la tercera tiene la intención de hacer un relato serio sobre unos temas de peso.
El caso de Escritor de telenovelas parece más el clavo con que Dago García se quería sacar sus odios contra el sistema que le dio fama y fortuna. Es por eso que en esta cinta son más las puyas contra la televisión y los canales, así como las reforzadas salidas argumentales, que un planteamiento cómico sólido. De hecho, llega un momento en que el intento de hacer humor desaparece y se instala en el relato un aburrido drama moldeado por la angustia existencial de unos anodinos personajes de ficción que toman conciencia de lo que son, más los dilemas éticos y románticos del protagonista.
En otras palabras, nuevamente los intentos de hacer comedia en el país se ven frustrados por el poco sentido para hacer humor inteligente y original, porque todo se queda en situaciones improbablemente cómicas, en chistes flojos y, peor aún, en el desconocimiento de la lógica del género, porque muchas veces terminan siendo absurdos dramas como este.
La captura, por su parte, es un drama histórico con el tema del orden público de fondo, es decir, nada atractivo para el espectador promedio del cine colombiano (y de Dago) que siempre quiere solo pan y circo. La historia se desarrolla en los años cincuenta, cuando son los orígenes de las guerrillas en los Llanos Orientales que surgen como consecuencia de la violencia bipartidista, y apela a uno de esos mitos universales que también estuvo presente en algún momento en la historia del país, esto es, el bandolero que, según la creencia popular, está protegido por fuerzas supremas contra su exterminio. Aunque el relato propone la variante de ser contado desde el punto de vista de su perseguidor, otro tipo de héroe, en este caso quien representa la rectitud, la disciplina y la institucionalidad.
En este contexto, la película está sólida y prometedoramente planteada. Aunque empieza a flaquear en su fuerza y poder de convencimiento cuando echa mano de otros recursos argumentales más obvios, como el pueblo cómplice (ya por miedo o conveniencia) o el triángulo amoroso que terminará definiéndolo todo, y más aún cuando la confrontación final, con un antagonista que nunca tuvo la intensidad necesaria, la despacha con la premisa propuesta en el eslogan que promociona la cinta: “No hay guerra más difícil que aquella que no se quiere ganar.”
Por otra parte, la película está visual y formalmente definida por unos elementos que, en principio, llaman la atención por tener cierta originalidad y audacia (al menos en el contexto del cine colombiano), pero que terminan pareciendo recargados hasta llegar por momentos al barroquismo. Esto ocurre especialmente con la banda sonora, un rock a veces fuerte y otras bluesero que se antoja en exceso enfático, anacrónico y sin relación alguna con el espacio dramático.
Definitivamente es una cinta muy diferente a sus usuales comedias populistas, y realmente es una película con las buenas intenciones de hacer un serio y comprometido relato que tenga relación con la historia y la realidad del país, pero algo falló en el proceso y el resultado terminó siendo una narración impostada, con una historia en general predecible y definida por sus altibajos.
Pero con Mi gente linda, mi gente bella este cineasta vuelve a terrenos probados y seguros. Como se sabe, en cada película busca un tema de la cultura popular que conecte con el gran público: el fútbol, la música, el primer carro, el matrimonio, el paseo familiar, las moteliadas, en fin. Para esta ocasión eligió el orgullo patrio. Entonces echó mano de una idea sugerida por ese eslogan con que se promociona el país que dice que “el único riesgo es que te quieras quedar”, y arma la película desde el punto de vista de un sueco que hará honor a dicho eslogan.
Hasta ahí tenemos una idea válida dentro de la lógica de construcción de sus comedias. El problema es que la forma como la desarrolla es a partir de unos episodios que supuestamente representan la colombianidad y el orgullo nacional: la selección, los reinados, las peleas en las fiestas, etc. Todo planteado en una estructura episódica que lo único que hace es volver más esquemático y cliché cada uno de los capítulos.
El humor aquí, como casi siempre, está basado en la mueca fácil, la burda caricatura, las actuaciones televisivas (con los mismos actores de la televisión) y las situaciones pretendidamente cómicas pero que solo alcanzan a ser un sainete que deja perplejo al espectador. Pero eso sí, seguramente este espectador perplejo será el que regularmente va a cine y conoce el buen humor que se ha hecho en el séptimo arte, porque ese espectador que va solo una o dos veces al año a cine, ese que cuando le dicen que es una comedia está dispuesto a reírse con el primer hijueputazo, a ese seguramente le parecerá una película divertidísima. Y como es natural, hay muchos más de esos espectadores, como ya lo demostró la generosa taquilla que obtuvo esta película.
A despecho de lo mal libradas que salen aquí estas tres películas, es importante insistir en que es necesario que exista no uno, sino varios Dagos García, sobre todo para una cinematografía que sigue soñando con llegar a ser una industria, lo cual es improbable de manera plena, pero con iniciativas como ésta sin duda es posible que alcance un mayor dinamismo. Solo habría que esperar que, aún en estas prácticas industriales que solo él ha podido sostener, las salidas afortunas sean más que las desafortunadas, y que mantenga el espíritu de hacer, de cuando en cuando, una película con mayores pretensiones, temáticas y cinematográficas, subvencionadas por esas comedias que siguen siendo lo más rentable del cine colombiano.
Publicado en la revista Kinestoscopio No.99 de Medellín.Julio - septiembre de 2012.