Tríptico de la vida amorosa
Por: Oswaldo Osorio
Si el cine es el arte del tiempo, de la duración, entonces estas tres películas de Richard Linklater son la expresión más acabada de esa definición, porque la historia que se cuenta aquí comienza dos películas y dieciocho años atrás, con Antes del amanecer (1994) y Antes del atardecer (2004). Sin las contracciones de tiempo que hace el cine de largos periodos, este director y sus dos protagonistas esperanron pacientemente todos estos años para ir contando la historia de una relación amorosa tan entrañable e inteligente como reveladora y real (esto último en relación con las emociones y sentimientos, no tanto con su trama).
Con los actores Ethan Hawke y Julie Delpy como coguionistas, junto con el mismo Linklater, el primer relato empieza con el encuentro de dos jóvenes en un tren rumbo a Viena. Hablan de la vida y del amor, con un tono idealista pero también cínico, aunque en el fondo lleno de esperanza. Nueve años más tarde, se reúnen de nuevo, son más maduros y conocen mejor la vida, pero todavía queda espacio para el romanticismo. Y ahora los vemos conviviendo juntos desde hace años y con tres hijos, en una relación más conflictiva pero sin dejar de amarse.
Ni el más talentoso director, ni el más hábil montajista, podría lograr en una sola película lo que ellos consiguieron con este tríptico, porque como los buenos licores necesitan del tiempo para adquirir su forma, con estas tres películas separadas por el tiempo se hace patente la transformación de los personajes y la evolución de esta relación, y aún así, siguen siendo los mismos: Con el mismo amor y con la misma visión crítica y reflexiva acerca de la vida y las relaciones.
Claro que se hace evidente la diferencia entre las dos primeras entregas y esta tercera. En aquellas el romance y el constante flirteo dejan un sabor agradable y reconcilian con la vida y el amor, mientras que la tercera es más agridulce, porque está cargada con los problemas de la vida adulta: las frustraciones existenciales que solo con el paso del tiempo se pueden vislumbrar y se convierten en una carga, la responsabilidad de los hijos, las diferencias culturales y de género, todo se puede volver motivo de amargura o el detonante de una sicusión.
El formato del relato se mantiene, en especial la espontaneidad y naturalidad de esos largos diálogos que se convierten en la acción, porque es una(s) película(s) determinada por los discursos, los argumentos y las interlocusiones. Son diálogos cargados de verdades y reveladoras reflexiones, de intervenciones intelectuales o emotivas declaraciones y de charla divertida e ingeniosa, pero también de duras palabras que hieren al otro o evidencian que algo se ha roto en ese idílico romance.
Siempre hay que ahorrar el uso de las palabras "obra maestra", pero este es un buen momento para sacarlas y usarlas, porque estamos ante una pieza (de tres partes) de cine brillante, significativa, inteligente e inolvidable. Un filme que habla sobre dos absolutos, la vida y el amor, y lo hace como pocas obras cinematogáficas -casi nuinguna contemporánea- lo ha hecho.
Publicado el 15 de Septiembre de 2013 en el periódico El Colombiano de Medellín.
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