Cine, emoción y fatalidad

Oswaldo Osorio

Decir que la propuesta de una película es nueva en el cine colombiano, pero ya muy recurrente en el cine de Hollywood, sin duda puede ser un equilibrio dudoso. Esto porque, por un lado, es saludable que la cinematografía nacional explore el cine de género y se diversifique en sus temáticas y narrativas, buscando adaptar estos recursos y esquemas a nuestra identidad; pero por otro lado, la versión propuesta debe ser lo suficientemente buena como para no resentir la repetición de conocidos estilos y fórmulas.

Esta película, en términos generales, logra lo primero y solo parcialmente consigue conjurar lo segundo. Desde el principio sabemos que se trata de un robo que, al parecer, sale mal. Luego el relato da a conocer un triángulo amoroso con la interesante variante de que uno de los hombres no es el novio ni el amante sino el hermano. Con este planteamiento ya tenemos un intrigante thriller que cobra peso dramático por la relación que se establece entre sus protagonistas.

Ahora, cuando se empieza a definir la estructura narrativa, vuelven las dudas. ¿La película empieza por el clímax y continúa con un relato discontinuo en el tiempo porque es una tendencia del cine de los últimos años o porque verdaderamente lo necesitaba? Tal vez, de nuevo, un poco de las dos cosas: de un lado, es inevitable reconocer innumerables (¿Y gastados?) referentes, con Perros de la reserva (Tarantino, 1991) como el más legible; de otro lado, también es cierto que esos saltos del relato entre el pasado, presente y futuro le dan ritmo a la narración y le exige al espectador construir la red de relaciones entre los personajes y especular sobre ellas.

Además, esta discontinuidad en el relato es aún mayor cuando la línea argumental de quienes planean el asalto es alternada por otras dos subtramas que solo al final se unen con la principal, la de los policías y la de los pillos de las joyas. La primera anuncia un final con complicaciones, y la segunda, al tiempo que intriga porque no se sabe cómo y en qué momento incidirá en la trama central, le pone el toque jocoso al relato, con un par de personajes (de nuevo los referentes innegables) con las características de un filme de Guy Ritchie o los diálogos tarantinescos.

Por otra parte, cuando en las películas los personajes que han vivido en la ilegalidad dicen que harán su último trabajo y se retiran (otro lugar común), siempre hay que esperar que la fatalidad esté aguardando en un rincón. Y esta cinta, por supuesto, no es la excepción. Pero esto no es un reproche, al contrario, esa sensación de fatalidad anunciada desde el principio, y que se va agigantando cada vez más, es lo que mayor peso le da al drama y a nuestra identificación con los personajes. Nada peor que al espectador no le importe lo que le ocurra a los protagonistas, y de ninguna manera es el caso de esta cinta.

Es posible, entonces, que esta película, en buena medida por estar enmarcada dentro del cine de género (el thriller en este caso), no sorprenda mucho con su historia y se identifiquen fácilmente sus tics y referentes, no obstante, su gran virtud está en que sabe concebir y poner en juego esos elementos conocidos. A partir de un planteamiento visual cuidado y sugerente, más una narrativa y un montaje dinámicos, que obligan al espectador a estar siempre alerta e interesado, este joven realizador caleño crea un relato intenso y envolvente, además de muy bien empacado. Una película hecha de puro cine, emoción y fatalidad.

Publicado el 15 de abril de 2012 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

  

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