Carne cruda y corrupción
Por Oswaldo Osorio
Cuando el cine colombiano ha querido consolidarse como industria, ha apelado a la comedia populista y al cine de género. En el primer caso, con Nieto Roa y Dago García se han visto unos buenos resultados en la taquilla, aunque no siempre en su aporte cinematográfico; mientras que con el cine de género, el asunto ha sido más azaroso, su éxito de público y buen nivel han sido irregulares, en gran medida debido a la dificultad de adaptar esquemas foráneos a nuestro cine y a nuestra realidad. Pero cuando se trata de un thriller, como es el caso de Perro come perro, todo está servido para hacer un producto que se ajuste al público, a la afortunada adaptación del esquema y a la realidad del país.
Como muchos thrillers, la opera prima de Carlos Moreno parte de un botín tras el que todos están. Además de esto, su premisa básica está contenida en el título, esto es, la corrupción (que es el término clave en todo thriller) y la falta de escrúpulos en el mundo del hampa. Se trata de la ética del “todos contra todos”, que es un denominador común de las historias del cine colombiano y que tiene en La gente de La Universal (Aljure, 1993) su más contundente ejemplo. Pero la recurrencia de estos tópicos y la simpleza de su premisa no necesariamente se deben tomar como defectos de este filme, pues es sabido que la coincidencia de elementos y recursos en el cine de género es lo que lo definen y lo que importa es cuál es el uso que de ellos se hace.
En esta cinta la ética corrupta y violenta de los personajes es porque todos deben algo o lo quieren conseguir, y porque cada uno de ellos está en la capacidad y tiene la disposición de traicionar y hasta de eliminar a los demás. Es por esta condición de los personajes que el relato mantiene una tensión constante, una tensión que su director sabe administrar y aumentar progresivamente en su intensidad hacia un final que se intuye que será trágico pero que, aún así, se espera con tensa expectativa. Tal vez sea ésta la mayor virtud de esta película, esa habilidad para sostener la narración con una atmósfera densa e inquietante, a pesar de su trama básica y recurrente de traición, engaño y muerte.
Víctor Peñaranda, su protagonista (interpretado por Marlon Moreno, el actor que está tomando el relevo en el cine colombiano como su principal figura), hace parte también de esta ética, y el espectador se ve obligado a identificarse con él, no sólo por ser desde su punto de vista que se cuenta la historia, sino porque es usada la vieja excusa de que lo hace por su hija, que la familia justifica cualquier traición, más si es contra otros criminales. Aún así, la construcción de este personaje es otro de los aciertos del filme, porque con unos pocos trazos y su casi permanente mutismo, consigue la fuerza y verosimilitud con que logra ponernos de su lado. Es un antihéroe planteado con solidez, que además nos cuestiona sobre esa capacidad del cine para poner al espectador del lado de un personaje criminal e inmoral, incluso demasiado frío y sanguinario.
De otro lado, resulta interesante el componente sobrenatural de la trama. La brujería y los fantasmas están en la medida precisa para no cambiarle su carácter al thriller y darle una inédita dimensión, pero por otro lado, su presencia refuerza el clima de tensión y el tono amenazante y turbador de esta historia. Así mismo, los coloridos personajes contribuyen a enriquecer esa visión de la corrupción, ya sea por vía del cinismo y humor negro de Sierra (Álvaro Rodríguez), la desagradable actitud del recepcionista del hotel o la truculencia enfermiza producto del carácter sicópata del Orejón (Blas Jaramillo).
Finalmente, otro aspecto que llama la atención sobre este filme, es su propuesta visual. Cali, la ciudad donde se desarrolla la historia, no es vista aquí como la “sucursal del cielo”, sino más bien del infierno, enfatizando el calor con el sudor de los personajes, el sol brillante y una tonalidad ocre y mortecina que cubre todo el filme. Así mismo, no es la ciudad bella la que vemos, sino que los espacios tienden a la fealdad y la desolación, haciendo así más descarnado y cruento lo que ocurre en ellos. Y todo esto registrado por una cámara atenta a la acción, más que al preciosismo del encuadre, con un dinamismo sucio y realista que sumerge al espectador en un mundo donde la traición es la moneda corriente, donde no hay un solo minuto de sosiego y donde más vale la vida de un perro.
Se trata de un filme respetable, por su factura y por la fortuna con que concibe y sabe conjugar sus recursos. Seguramente será bien recibido por el gran público, porque es una película que tiene muchos de los elementos que aseguran una buena recepción. Que la película haya sido seleccionada dentro de la muestra internacional del Festival de Sundance (una de las ocho secciones que tiene), dice menos de lo que ahora es ese festival que de la cinta misma, pues se supone que es un evento fundado en el “espíritu independiente” y esto es lo que menos tiene la película de Carlos Moreno, porque es cine de género, con una base argumental y unos personajes harto vistos en el cine y una propuesta narrativa convencional, al igual que la visual (aunque ésta no necesariamente en el cine colombiano). Que no tenga este “espíritu independiente” no la hace una película menos bien lograda, entretenida y contundente, pero esta aclaración es para que tampoco se apodere –como parece que está ocurriendo- el triunfalismo del cine colombiano, porque si bien es un filme de muy buen nivel, con el tiempo se perderá entre todos los thrillers bien hechos en el país y en el cine mundial.
Publicado el 25 de abril de 2008 en el periódico El Mundo de Medellín.
FICHA TÉCNICA
Director: Carlos Moreno
Guión: Carlos Moreno y Alonso Torres
Reparto: Marlon Moreno, Oscar Borda, Álvaro Rodríguez, Blas Jaramillo.
Productor: Diego F. Ramírez
Productores ejecutivos: Diego F. Ramírez, Carolina Barrera y Rodrigo Guerrero
Director de Fotografía: Juan Carlos Gil
Música Original: SULTANA
Colombia 2008 - 97 min.