Amalia y El Piedra

Oswaldo Osorio

La diversidad del cine nacional está representada en dos películas que coinciden en la cartelera pero que son opuestas en muchos de los aspectos que las definen: Amalia, de Ana Sofía Osorio, y El piedra, de Rafael Martínez. La primera es una historia de mujeres, se desarrolla en Bogotá (aunque con producción caleña), de bajo presupuesto y precisa en su puesta en escena; mientras la otra es una historia de hombres, en Cartagena, con un presupuesto que se refleja en su buena factura, pero con titubeos en su guion y actuaciones.

Amalia es un relato sobre la maternidad desarrollada desde tres perspectivas diferentes: la mujer con un embarazo de alto riesgo que soporta todo y concentra su existencia en la ilusión de esa nueva vida; ella misma como la mujer que, además, tiene que lidiar con la rebeldía e impertinencia de su hija adolescente; y la madre de su esposo que, por otro lado, desempeña su rol con toda la condescendencia e irritabilidad propias de ciertas abuelas y suegras.

Esta condición femenina es desarrolla en un intimista relato con riqueza de matices y connotaciones, todo impulsado por un doble conflicto que mantiene la historia en permanente tensión: la situación que vive la madre de Amalia en medio de una constante pugna con su suegra, por un lado; y la angustiosa búsqueda de la adolescente que pudo ser una de las víctimas de un atentado en un parque, por el otro.  

No obstante, ese doble conflicto es engañoso, pues la expectativa está puesta desde el mismo título en la adolescente y el atentado, pero al final, resulta que el importante era el otro, el de la madre impotente y desesperada en una crítica situación atizada por su imposible suegra. Esto la película lo resiente, porque lo que se creía que era un trámite, se alarga a la espera de lo que parecía ser importante, para que, finalmente, cuando desaparece (o tal vez se desinfla) el segundo conflicto, haya que devolverse para sopesar y valorar lo visto.

El Piedra, por su parte, es un boxeador mediocre y en decadencia al que le aparece un hijo. Ya de entrada, entonces, el relato tiene que lidiar con un planteamiento argumental visto hasta el cansancio. El hijo es un niño problema, por supuesto, y la precariedad económica agudiza la difícil situación y posible relación entre ellos, quienes terminarán aceptándose y queriéndose, como ocurre en todas estas historias, por lo que de ninguna manera es un spoiler, porque incluso lo adelanta el afiche.

Entonces, si es una historia recurrente, con unos personajes conocidos y un final previsible,  lo único que queda es el color local, las particularidades y visos que este relato pueda tener por ser cartagenero. En ese sentido, puede resultar una película si no reveladora, al menos interesante y cargada de posibilidades, tanto visuales como sociales y hasta antropológicas. Esta ciudad, su gente y hábitos se pueden presentar aquí como una novedad para el público foráneo, aun el colombiano, porque no es el costeño o cartagenero lijado por los estereotipos de la televisión, sino un universo vivo y honesto, enriquecido por el acento, la jerga y que respira autenticidad.   

Publicado el 19 de mayo de 2019 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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