Diablos blancos
Oswaldo Osorio
No comparto el entusiasmo desmesurado que ha despertado esta película. Entiendo que el material con se ha construido y los temas que aborda son imponentes desde lo visual y lo espacial, así como significativos en tanto sus contenidos y relevancia ecológica, etnográfica y humanista. No obstante, la percibo como una película con una planificada agenda ideológica, un relato que se conduce por unos causes sin sorpresas, así como una historia, temas y personajes que reconozco de muchos otros filmes y textos. Tal vez esto último no debería ser un reclamo, de no ser por las expectativas creadas por la fuerte campaña que se le hizo como reveladora de un Amazonas inédito o como la primera película contada desde el punto de vista de los indígenas.
La pericia cinematográfica e inteligencia para abordar sus temas que caracteriza al director de La sombra y del caminante (2005) y Los viajes del viento (2009) están también presentes en esta película. Se trata de un relato basado en los diarios de los primeros exploradores que recorrieron la Amazonía colombiana, el alemán Theodor Koch-Grunberg y el estadounidense Richard Evan Schultes, a quienes esta historia les pone una cita con un chamán en dos momentos distintos de su vida.
Este es el primer gran -y recurrente- tema propuesto por el filme: el encuentro entre dos mundos, con todo lo que ello significa, desde el choque de culturas y mentalidades, pasando por la denuncia de los males causados por los unos a los otros, hasta la posibilidad de empatías y aprendizajes mutuos. Es un choque en el que se le da más la voz a los indígenas que a los "diablos blancos", al menos en el sentido de definir lo que son y culpar a su contraparte. Para conseguir esto, se opta por argumentar con incesantes diálogos cargados de acusadores discursos. Es un relato que pocas veces guarda silencio, con lo que esto implica en términos cinematográficos y en detrimento de ese gran escenario en que se desarrolla.
Narrativamente se trata de una suerte de road movie (ajustada a la selva) en la que un hombre hace un recorrido, casi idéntico, dos veces en su vida, en similares circunstancias y en busca de la misma planta sagrada. La narración se nutre del contrapunto y los paralelismos entre un viaje y otro, entre un tiempo y otro, lo cual unas veces resulta revelador pero otras tantas redundante.
Y si bien dentro de este esquema el argumento prácticamente se reduce al viaje y a la expectativa de encontrar la planta, el peso del relato está en los personajes y la relación que establecen entre sí, condicionados por la búsqueda de conocimiento y por ese universo lleno de sabiduría y misticismo que es la selva. Esta relación se confronta, tambalea y por momentos entra en armonía, pero en definitiva es a través de ella que la película despliega sus ideas sobre las visiones del mundo, la subjetividad del conocimiento y la devastación del Amazonas y las culturas indígenas.
Es una película pretenciosa, en el buen sentido del término, empezando porque logra casi todo lo que pretende, tanto en su propósito de trasmitir con sus imágenes ese avasallador paisaje, como por la sistemática denuncia con la que insiste durante todo el metraje y sus reflexiones sobre la espiritualidad y el conocimiento.
Es una película que, me he dado cuenta, está funcionando muy bien con los espectadores más jóvenes, quienes "aprenden mucho de ella" y se les presenta como "mágica" (las comillas es porque cito afirmaciones de algunos de esos jóvenes a los que considero inteligentes y con criterio). Sin embargo, para este crítico de cine, que tal vez está empezando a envejecer y que ha visto demasiadas películas, no le dijo nada nuevo ni diferente. Más bien me quedo con el Amazonas de La tierra de los hombres rojos (Marco Bechis, 2008), más actual y combativa; o con la de Kapax del Amazonas (Miguel Ángel Rincón, 1982), tan divertida por su ingenuidad y tan elocuente por lo no dicho y por su abuso de arquetipos; o con la selva de Werner Herzog, más visceral y menos didáctica.
TRÁILER