La fiesta del cine en Colombia
Por Oswaldo Osorio
1. rechifla y ovación
Las dos caras de lo que es un festival de cine se pudieron ver en las dos películas colombianas que se estrenaron en Cartagena: Bolívar soy yo, de Jorge Alí Triana y After party, de Guillermo Rincón y Julio César Luna. Ambas eran vistas por primera vez en público y contaban con la presencia de sus realizadores y el respectivo reparto, pero mientras que la primera fue celebrada y al finalizar casi ovacionada, la segunda transcurrió en medio de rechiflas y burlas.
2. El cine diferente y el cine de siempre
En un Festival de cine se ve todo tipo de películas, desde obras maestras hasta despropósitos que ofenden e indignan. Pero entre todo el buen cine que se puede ver y está en competencia, un evento como el de Cartagena trata de privilegiar la novedad, la audacia y las propuestas que se muestran inquietas en hacer avanzar el cine como arte. Por eso una buena pero muy convencional película como El hijo de la novia, del argentino Juan José Campanella, fue totalmente ignorada por el jurado (aunque los rumores decían que la causa fue su nominación al Oscar), mientras que A la izquierda del padre, de Luiz F. Carvalho, se llevó casi todos los premios, seguramente porque se trataba de un inusual relato cargado de fuerza y belleza.
3. El buen cine que no vio el jurado
El jurado estaba conformado por Margarita Rosa de Francisco, la directora mexicana María Novaro, El director Chileno Silvio Caiozzi, Carlos Muñoz y el músico Maurice Reina. Aunque este año se mostró atinado y con buen criterio, tuvo un par de olvidos imperdonables: Anita no pierde el tren, del español Ventura Pons, pero sobre todo El bien esquivo, del peruano Augusto Tamayo, una verdadera sorpresa, una película muy original y bien contada que, pese a sus limitaciones presupuestales (que no se notan en la pantalla), fue concebida conceptual y técnicamente con talento y profesionalismo.
4. El pulso del cine latinoamericano
Con la casi treintena de películas iberoamericanas que se vieron en el Festival de Cartagena los asistentes nos pudimos hacer una buena idea de en lo que va el cine de esta región. Seguimos con nuestra fe puesta en el cine mexicano y argentino, Brasil y Chile están sorprendiendo con más frecuencia de la que nos tenían acostumbrados y cinematografías como la cubana, peruana y colombiana todavía están en su ya larga dinámica de altibajos. Pero aún así, en general, esta versión 42 del Festival probablemente ha sido la de mejor nivel cinematográfico de los últimos diez años, tal vez es casualidad, esperamos que no.
5. No hay crítica especializada ni buen jurado para el cine colombiano
Cinco señores, algunos de ellos periodistas culturales, se reunieron en la piscina del hotel y se autonombraron como la crítica especializada, ignorando un año más la presencia de muchos críticos de cine del país. Ésta es una de las cosas que deben cambiar en este festival para que “el oficio del siglo” no caiga aún más en el descrédito. Otros cuatro señores tenían que escoger dos películas colombianas para que entraran a la competencia con los demás filmes, y si bien premiaron muy acertadamente a Los niños invisibles , de Lisandro Duque, como la mejor del país (Bolívar soy yo no competía), declararon desierto el segundo lugar, ignorando grosera y olímpicamente La pena máxima, de Jorge Echeverry.
6. Danny Glover, Pontecorvo y Belafonte. También la Mencha y la Grisales
La cara pública de un festival casi siempre son sus invitados. A veces la farándula atrae toda la atención y muchos medios olvidan lo verdaderamente importante de estos encuentros, como aquella vez en que ignoraron a Francisco Lombardi, uno de los más importantes directores de América Latina, por ir tras Angie Cepeda, la protagonista de su Pantaleón y las visitadoras. Este año estuvieron en Cartagena Danny Glover (El color púrpura, Arma mortal) y Harry Belfonte, hablaron de cine y de su compromiso social y humanitario. También el otrora célebre director italiano Gillo Pontecorvo, viejo amigo de Cartagena y de Marlon Brando. Junto a ellos las dos divas criollas de siempre: Margarita Rosa de Francisco, quien hacía parte del jurado, y Amparo Grisales, actriz de Bolívar soy yo.
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A la película brasileña A la izquierda del padre el jurado, sin que se le pueda acusar de generoso, le otorgó cuatro Indias Catalinas: mejor película, dirección, fotografía y banda sonora. Se trata de la enfermiza y turbadora historia del hijo preferido de una tradicional y unida familia rural; pero también es la historia del hijo diferente, en cierto modo la oveja negra, el más carismático de todos los hijos y a la vez el repudiado por una enfermedad, el hijo incestuoso y el hijo pródigo.
En una puesta en escena que le debe parte de su poder turbador y emotivo a la actuación de Selton Mello y a los textos de Raduan Nassar, autor de la novela en que se basa el filme, Luiz Carvalho crea una atmósfera propia y única, sólo exclusiva de esos autores que saben inventarse un universo particular, no sólo con el paisaje material y concreto, sino sobre todo con el emocional, con una suerte de abstracción de los sentimientos que por mementos la hace pesada y compleja, pero que posee la habilidad para transmitir tanto la fuerza de esas atmósferas de ternura y ensueño infantil, como las vigorosas y apasionadas del amor febril o la frustración adolescente.
Además de la originalidad de la historia, en la que el amor por la familia, por la madre y por una hermana se manifiesta de forma tan distinta como intensa y problemática, el filme le apuesta también a hacer una película diferente, tanto desde sus textos como desde sus imágenes. Lo que muchos vieron como un defecto, el exceso de pompa y retórica en los diálogos, en realidad fue manejado de manera tan marcada que es evidente que fue intencional conservar el lenguaje literario original porque la historia lo exigía. Lo que pasa es que esto a muchos les parece natural sólo cuando se trata de Shakespeare. Por otro lado, esta historia y sus retóricos textos son complementados con un gran trabajo en la fotografía, que resulta hermosa, delicada y sensible cuando era necesario para la historia, pero dura y agresiva cuando el registro cambiaba, sin hacer concesiones al preciosismo de la imagen (que también lo había) ni al convencionalismo de los planos y su composición.
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Los cinco críticos de la piscina eligieron a El hijo de la novia como la mejor película. Justo quienes se deben mostrar más abiertos y sensibles en sus criterios optaron por la película oscarizable, por la convención. Así mismo, aquellos que dijeron que La pena máxima no reunía cualidades cinematográficas no hicieron más que prolongar la tradición de arbitrariedades que se ven a diario en este país y en el gremio de la cultura. El filme de Jorge Echeverry y Dago García no será una obra maestra (Los niños invisibles tampoco lo es), pero es una obra respetable, ingeniosa, bien lograda y con muchas cualidades.
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Después de ver After party muchos nos hacíamos las mismas dos preguntas: ¿Qué sentirá un director o un actor cuando en medio de su película todo el teatro rechifla con cada escena, se burla y les grita cosas? y ¿Cómo es posible tal falta de talento y sentido común para concebir y contar una historia, sobre todo si detrás de ella está un experimentado actor y director de televisión como Julio César Luna? Esta historia de un joven con problemas de drogas y actitud carece de tal sentido dramatúrgico y narrativo que todo el público nos quedamos viéndola tal vez enganchados por ese morbo de ver cómo se ponía peor a cada minuto. Jorge Alí Triana, en cambio, con su Bolívar soy yo hace del problema de identidad de un actor con su personaje el leitmotiv de una historia que, en el fondo, tiene una seria intención reflexiva y crítica frente a la contradictoria y absurda realidad de nuestro país.
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A Cartagena casi nunca van grandes estrellas. Lejos están los días de gloria de Harry Belafonte y su calypso, así como lejos Danny Glover de ser una gran estrella. A Pontecorvo el Festival le quedó debiendo un verdadero homenaje porque sólo proyectó una de sus películas. Aún así, el veterano director italiano impuso su presencia en varias actividades del Festival, y si no fuera por lo mal traductor que resultó Salvo Basile, hubiéramos recibido más del viejo Gillo. De todas formas las niñas cartageneras con su histeria falsa correteando en busca de autógrafos siempre tendrán a la farándula criolla, al menos, el día de la entrega de los premios de televisión. Los que nos hacemos que esas cosas no nos importan (aunque secretamente disfrutemos ver pasar a nuestro lado a Amparo Grisales o a Sandra Reyes), tenemos con figuras como la directora mexicana María Novaro, el peruano Augusto Tamayo e incluso el mismo Jorge Alí Triana: fue bueno oirlos hablar de ellos y de su cine.
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La dupla Ventura Pons y Rosa María Sardá pocas veces decepcionan. Con Anita no pierde el tren nos regalaron una película divertida y encantadora, a pesar de su tema, que tiende a ser mirado desde la tristeza y la melancolía: la soledad de una mujer después de los cincuenta. Pero el olvido imperdonable del jurado en la distribución de los premios fue con El bien esquivo, una historia de amor ambientada en el siglo XVII que de fondo maneja otros temas como el mestizaje y el drama de la búsqueda de identidad, tanto cultural como personal. Además de su perfecta factura, de esa atmósfera que logra con su fotografía y el tono en que fueron concebidos el relato y sus personajes, la historia de amor que el filme recrea es inusual y produce una sensación de dolor e impotencia que la hace mucho más fuerte e intensa.
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El buen nivel registrado este año fue culpa, además de las premiadas, de películas como las chilenas La fiebre del loco, de Andrés Wood y Taxi para tres, de Orlando Lübert, dos historias que empiezan con el desenfado juguetón de sus personajes y terminan siendo tremendamente duras y dolorosas; también de la española El cielo abierto, de Miguel Albalalejo, otra historia que dejó un sabor agridulce; El bicho de siete cabezas, de la brasileña Lais Bodansky; y en general de casi todo el cine italiano y francés que se exhibió.
7. Colofón
El Festival de Cine de Cartagena es un regalo anual que recibimos los cinéfilos del país. Comete sus errores, como el imperdonable de inaugurar el evento con el mismo concierto de Osvaldo Montes con que abrió el Festival de Bogotá el pasado año, pero aún así, cada vez resulta más difícil encontrar trapos sucios qué sacarle al sol, a ese sol sofocante del Caribe que cada año en esos ocho días de marzo es cómplice del cine y de su principal fiesta en Colombia.