Los fabricantes del chiste más gracioso del mundo

Oswaldo Osorio

 

La revista de cine Kinetoscopio, en su edición 120, dedicó su dossier a hacer un recorrido por los principales representantes de la historia de la comedia en el cine. Chaplin, Keaton, los hermanos Marx, Tati, Woody Allen y otros más hacen parte de este divertido grupo que define el humor en el cine por sus autores y comediantes. Este perfil de los Monty Python hace parte de este compendio.

 

El chiste más famoso del mundo nunca fue contado. Y es famoso porque es el más gracioso y porque lo fabricaron -sin fabricarlo- los Monty Python. El chiste siempre está en fuera de campo para los espectadores (tal vez no se podía correr el riesgo) y es usado como arma de guerra de los Aliados contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. En lugar de fusiles, los soldados avanzaban con el chiste traducido al alemán y lo gritaban en el campo de batalla, fulminando sistemáticamente de risa a los teutones, eso a pesar de su afamada falta de sentido del humor.

Este chiste (no) se contó en dos versiones, una en su programa de televisión y otra en su debut en el cine, y en él se pueden apreciar todas las características de la comedia y sistema de producción de los Monty Python: el ingenio y originalidad de su humor, la versatilidad de sus miembros interpretando distintos roles aun en un mismo sketch, la recursividad narrativa en sus formatos (gags, juegos de palabras, material de archivo, falso documental, narradores en off, presentadores de noticias), irreverencia con las instituciones, la fina tontería, travestismo, humor negro, el trasfondo humanista y el absurdo como recurso esencial.

Los ingleses Graham Chapman, John Cleese, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin, junto al estadounidense Terry Gilliam conforman este colectivo cómico que es, sin duda, el más influyente de la comedia de las últimas cinco décadas. Luego de hacer carrera en los escenarios durante la segunda mitad de los años sesenta, terminan confluyendo en el programa de televisión Monty Python's Flying Circus, el cual se emitió desde octubre de 1969 y durante cuatro temporadas compuestas por 45 episodios. De esta experiencia también se desprendieron obras de teatro, películas, discos, libros y musicales.

Cada episodio del programa estaba constituido de varios sketches de diferente duración, en los que los seis miembros escribían los libretos e interpretaban numerosos personajes, aunque siempre estuvieron más en pantalla John Cleese y Michael Palin, mientras que Terry Gilliam aparecía apenas en forma de cameos y escasamente con alguna línea de diálogo, aunque, en lugar de eso, era el encargado de las animaciones (en buena parte realizadas con la técnica del cut out), las cuales se convirtieron en un componente tan distintivo de su humor como la misma presencia de sus miembros en la pantalla.

En medio de su popularidad, y gracias al exitoso programa televisivo y a sus actividades colaterales, realizaron And Now for Something Completely Different (Ian Macnaughton, 1971), su primer largometraje, que no fue otra cosa que la reelaboración, con las posibilidades expresivas del cine y un poco más de presupuesto, de algunos de los mejores sketches de las dos primeras temporadas del programa, entre ellos Las abuelitas del infierno, El loro muerto, Chantaje y, claro, El chiste más gracioso del mundo.

Terminada su aventura televisiva, estaban listos para una odisea cinematográfica en grande, y efectivamente lo hacen en sus tres únicas películas, en las que se meten con temas de peso, como el Rey Arturo y sus Caballeros de la mesa redonda, el mismísimo Jesucristo (o algo parecido) y nada más y nada menos que el sentido de la vida. Aunque por más grandilocuentes que fueran estos tópicos, en realidad nunca necesitaron una excusa para hablar de todo y de cualquier cosa, especialmente en los momentos menos apropiados y sin tener relación con nada, y es que justo la digresión incoherente era uno de sus más frecuentes y eficaces recursos cómicos.

En Monty Python and the Holy Grail (Terry Gilliam, Terry Jones, 1975), llevan al Rey Arturo y a sus caballeros por todo el reino buscando la mítica copa bíblica, pero montados en caballos invisibles a los que solo se les escucha los cascos, que en realidad un escudero imita con cáscaras de coco. La edad media, la historia, el honor, la valentía, la monarquía, las costumbres y las leyendas más sagradas quedan aquí puestas en entredicho y ridiculizadas con su humor absurdo y cáustico. Es un relato hilado débilmente por la ingenua cruzada, pero la verdad es que se trata del esquema de sketches de siempre, que aquí solo tienen en común un tiempo y espacio definidos, aunque eso no los detiene para, eventualmente, anarquizar su propio relato con anacronismos.

Para su segunda película, La vida de Brian (Life of Brian, Terry Jones, 1979) el turno sería para Cristo, o mejor, para Brian, un hombre que nació el mismo día a unos cuantos pesebres de distancia del de Jesús, por lo que siempre lo confundieron con el Mesías y tuvo una vida paralela que solo le trajo inconvenientes y desgracias. Pero, de nuevo, este divertido planteamiento argumental solo era una disculpa para crear humor a costa de lo más sagrado de las santas escrituras y de aquella época histórica, así como de la fe, la religión, la filosofía, los regímenes políticos, las ideologías y, claro, los romanos, porque el principal blanco del humor siempre es el poder. En su momento creó una gran polémica por la irreverencia con que fue tratado el tema, lo cual contribuyó, por supuesto, a su enorme éxito comercial, pero en la actualidad es considerada una película de culto sin ayuda de ningún escándalo.

La cuarta y última película fue El sentido de la vida (The Meaning of Life, Terry Jones, Terry Gilliam, 1983), otra vez con su esquema de sketches, pero esta vez mucho más elaborados y con el generoso presupuesto que su éxito anterior les permitió. Determinar una respuesta para esa cuestión planteada en el título los lleva a hablar, entre otras cosas, del milagro de nacer, la filosofía, la guerra, la educación sexual, la piratería corporativa, la gula y, naturalmente, la muerte. Las animaciones de Gillian aquí están mejor que nunca y todo es una ingeniosa e irreverente tomadura de pelo que no responde la imperativa cuestión, lo cual solo hacen, muy seria y lúcidamente valga decir, en los últimos siete segundos de la película. 

En medio y después de estas cuatro películas hay otra serie de producciones relacionadas, como las películas de Terry Gilliam, en las que participan como actores algunos de los Monty Python y de las cuales las dos primeras tienen muchos elementos en común con las del grupo: Jabberwocky (1977) y Time Bandits (1981), el resto de su filmografía, sin abandonar por completo el fino humor, se desplaza hacia el esquema del choque y entrecruce de realidades paralelas, ya sea por vía de la fantasía, la ciencia ficción o los estados alterados de la mente.

Además, Terry Jones, sin la misma fortuna, dirigió otros tres filmes en solitario. Pero juntos, han realizado varias célebres y espaciadas presentaciones en vivo y hasta del funeral de uno de sus miembros, Graham Chapman, en 1989, hicieron una emotiva y divertida producción. Desde hace décadas cada quien siguió con su carrera a partir de sus intereses. Solo a veces se cruzan o se reúnen, porque siempre serán los Monty Python, los fabricantes de chistes, los Caballeros que dicen “Ni” y los dueños de un humor que, a pesar de lo que suele suceder con este género, el tiempo no lo ha podido desgastar.  

Publicado en diciembre de 2017 en la Revista Kinetoscopio No. 120.

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