Amores peligrosos, la historia de una "dura"
Por: Oswaldo Osorio
¿Cuál es la conexión de esta película con El Rey?
El propósito es hacer una trilogía, tres miradas sobre la ciudad de Cali en el contexto del impacto del narcotráfico. La primera, El Rey (2004), que es sobre los orígenes de este fenómeno, está orientada en torno al mito de El Grillo, que fue el primer narcotraficante de la ciudad. Amores peligrosos (2013) tiene que ver con una periodo que ya no son los sesenta y setenta que evocaba la primera, sino que es de los ochenta, y tiene ver con el mito de las muchachas de la época, que es recreado a través de un cuento de Umberto Valverde, que se llama La dura, las duras son las noviecitas de los duros. Pero también tiene que ver con ese entorno de una estructura narrativa conscientemente pensada como una película de gánsters y como una película de cine negro. Es decir, es un thriller en torno a personaje que no busca la cosa sino que la cosa la va atrapando a ella. La idea es cómo, a partir de los géneros, podemos impactar otros públicos. La estrategia es abordar las narrativas de los grandes públicos y expresarse a través de ellas como autor. Por eso es una película con riesgos narrativos, hay una serie de intensiones de trabajar en torno a los delirios y a las rupturas temporales y espaciales.
¿Qué diferencias esenciales hay entre esta película y El Rey, sobre todo teniendo en cuenta que entre una y otra se dio esa explotación del tema por parte de la televisión?
Quizá lo que abordé en El Rey que aquí no está tan presente es el tono de comedia, porque en este caso quería experimentar con una dirección de actores más melodramática, aunque teniendo cuidado con el melodrama televisivo. Por otro lado, en el caso de El Rey me rodee de actores que tenían presencia en la televisión, y en esta sabía que necesitaba eso también, pero igualmente quería arriesgar con nuevos protagonistas. Entonces el asunto era concertar, pues necesito los nombres del star system de la televisión, porque es el universo del que tiene el gran público en Colombia (y por fortuna la película sale en un momento en que tanto Marlon Moreno como Kathy Sáenz tienen un lugar importante en la memoria del público), pero también quería experimentar con otros actores. Con respecto a El Rey hubo cosas que quise conservar, ciertas relaciones de estructura y la relación con el baile y con la música, que en este caso la fortalecí más. Inicialmente se llamaba La Reina, porque me generaba un vínculo directo con la anterior película, pero se lo quité porque la gente pensaría que era la historia de otra narcotraficante, y realmente me interesaba más contar historias de amor, me interesa el melodrama, porque yo creo que a través del melodrama uno puede decir cosas muy importantes.
La falta de carácter del personaje central parece ser su esencia, lo cual puede ser difícil a la hora del público identificarse con él. ¿Cómo fue la construcción de ese personaje y qué tanto tiene d el texto de Valverde?
Yo le di una reorientación al personaje en relación con el texto original, le aposté a una construcción de un personaje que no generaba cosas, sino que se veía involucrada, y eso era un desafío, porque normalmente el protagonista genera acciones y reacciones, pero yo quería apostarle a hacer el juego justamente al revés, o sea, es un ser relativamente común y corriente, es una mujer que, como la gran mayoría de colombianos, hemos estado cerca del narcotráfico, no porque seamos narcotraficantes, sino porque alguna muchachita en nuestra familia o de la universidad o del colegio se fue metiendo en enredos, en amores peligrosos con ese mundo. En ese sentido me interesaba tener una orientación del personaje más bien minimalista, que no fuera obvio en sus reacciones y sobre todo que me permitiera integrarlo al engranaje de la estructura de montaje donde la idea era que el espectador tuviera una participación más activa, o sea, que no estén las cosas dadas, sino que a medida que propongo diferentes secuencias, cada vez el espectador esté generando ideas y, en esa medida, todo el tiempo el espectador va pensar que la van a matar y yo juego con ese supuesto, pero uno no sabe realmente qué le va a pasar, entonces siempre está esa incertidumbre.
Por eso me interesaba también contar que era una muchacha que estaba metida en todo este cuento no por su condición de estrato, pues era una de clase media, que no necesariamente estaba a la sombra de los narcos, o más bien, estos señores de negocios (porque ellos ni siquiera se creen narcotraficantes, son negociantes) entonces me interesaba que ese personaje tuviera su trabajo, una supuesta independencia, por esto tenía que ser una adolescente, porque solo una adolescente podía tener ese vaivén, y además estaba con unas ganas de comerse el mundo, de explorar, de generar todo tipo de relaciones, y ese planteamiento en un personaje de más edad ya no era verosímil.
¿En relación con las dos películas tuvo que cambiar la mentalidad o método de trabajo al pasar de una película sobre hombres a una sobre mujeres? ¿Fue un reto?
Entre las dos películas pasan más de diez años, entonces eso me permite tomar otra distancia, además en el camino hice Apaporis (2012), porque también me interesaba hacer una cosa distinta, no encasillarme en una temática y venía de otros aires. La preocupación mayor y el desafío mayor era hacer un retrato femenino, pero también es un hecho que a veces los mejores retratos femeninos no los hacen mujeres sino hombres. Pienso en la trilogía de Lars Von Trier, por ejemplo. Entonces lo asumimos como un riesgo, incluso pensamos en un principio trabajar con una guionista mujer, por ese temor, de tener una mirada masculina sobre ese entorno, pero no se dio esa situación.
El thriller tiene que ver con una concepción visual. La película sin duda tiene una foto muy cuidada y atractiva. ¿Es esa misma idea de El Rey y tiene que ver con Cali y su atmósfera?
Sí, ahí hay varias cosas aquí. Por un lado, retratar una ciudad donde la estética del cine negro y con las referencias estilísticas que teníamos a nivel cinematográfico y fotográfico, fue un trabajo que hicimos muy conscientemente con Pablo Andrés Pérez, el director de fotografía. Cuidamos el uso del claro oscuro, el uso de los espejos y del plano secuencia. O sea, sí hay una apuesta consciente en relación con el género y hay una intensión también de mirar la ciudad, porque la película es también una metáfora de toda una ciudad, y la protagonista es la extensión de ese contexto, de esa Cali bella que termina siendo usada, violada y desgastada, se trataba de plantear cómo la peste del narcotráfico - de ahí la referencia a La Peste, de Camus- termina siendo tan grande que se mete en todos estos eslabones sociales.
Por otra parte, hubo muchas escenas que finalmente terminamos fragmentándolas porque la película estaba muy extensa, pero mucho de la película se rodó en planos secuencias largos y las abreviamos por ritmo. La apuesta fotográfica era la apuesta mayor de la película, porque era una propuesta que estaba elaborada más desde una perspectiva visual que a partir de los diálogos, era una película más para mirar que para escuchar, aunque el tema de la música y de la sonoridad de la ciudad era importantísimo, pero la idea era generar un laberinto a partir de una serie de planos secuencias. Finalmente, por problemas de producción comenzamos a fragmentar pero parte de ese espíritu se respira y se mantiene en la película.
La última y obligada pregunta: ¿Cuál es la tercera parte esta trilogía?
Es Ópera salsa, un musical, algo para lo que he venido preparándome desde hace mucho, pero creo que antes voy a hacer un documental, para respirar aire puro, un documental sobre mis orígenes, y después de eso, sí quiero hacer esa película.
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